En un continente que cruje, el historiador y sociólogo Waldo Ansaldi explica cómo se construyó el orden político y el Estado a partir del análisis de larga duración de los procesos históricos: “La sociedad latinoamericana tiene muchos coeficientes históricos que se arrastran desde el período colonial”. También advierte del error de analizar a la derecha como un sujeto, “porque ni siquiera es un sujeto político, sino una posición política-ideológica”, y asegura que la hegemonía es mucho más que ganar elecciones “y no se logra de un día para el otro”. Entre otras razones, sostiene que la derrota del macrismo se debió a que su líder “no leyó a Maquiavelo”.
“Las coyunturas sólo son explicables si las situás en los procesos de larga duración”, afirma Waldo Ansaldi, uno de los historiadores y sociólogos más reconocidos de América Latina, que disfruta de venir a su segunda casa: la Escuela de Historia de la FFyH. En esas aulas estudió y militó en la década del sesenta y los primeros 70, hasta que la dictadura genocida lo obligó a un exilio interno y luego externo para salvar su pellejo.
Doctor en Historia por la UNC, latinoamericanista especializado en análisis sociológico de procesos históricos, particularmente en mecanismos de dominación y violencia política, se jubiló del Conicet como Investigador Principal pero nunca de profesor, oficio que ejerce en la UBA y en posgrados de universidades nacionales y extranjeras. Dirige e integra equipos de investigación y desde ese lugar es autor junto a Verónica Giordano de un libro fundamental para entender la historia política de nuestro continente: “América Latina. La construcción del orden 1810-2010”, dos tomos de voluminosa documentación y frondosa bibliografía que aportan herramientas y conceptos claves para mirar el presente latinoamericano.
Invitado por la Escuela de Historia de la FFyH para las primeras Jornadas ConHISTORIA #1, que se hicieron junto al Área de Historia del CIFFyH y el Doctorado en Historia de esta Facultad, Ansaldi analiza América Latina a partir del análisis de larga duración: “El concepto de coeficiente histórico sostiene que una generación hace o deja de hacer y condiciona lo que va a hacer la subsiguiente, y la sociedad latinoamericana tiene muchos coeficientes históricos que se arrastran desde el período colonial”.
Con un vaso de café como único requisito para una distendida charla en la Dirección de la Escuela, Ansaldi explica y desmenuza cómo se construyó el orden en América Latina una vez que los pueblos decidieron independizarse de las monarquías europeas. “A orden se oponía la palabra cambio, revolución, y a nosotros desde el pensamiento crítico nos parecía que había que mirarlo de otra manera. El libro que escribimos con Verónica Giordano, “América Latina. La construcción del orden. 1810-2010”, surgió de una pregunta que nos seguimos haciendo: ¿Qué es lo contrario del orden? y la respuesta clásica es el caos, la anarquía, y no necesariamente. Por lo general la respuesta al orden es otra propuesta de orden y, en consecuencia, el conflicto social, el conflicto político, es a menudo por instaurar órdenes diferentes. Entonces, ¿Cómo se construyó el orden poscolonial? Se arranca con la crisis del sistema colonial. Para quienes hicieron los procesos de ruptura estaba claro que había que construir un poder político, construir el estado en el mundo moderno y al mismo tiempo construir la nación, y definir las pautas con las que se iba a guiar la economía. Y la cuarta era cómo pasar de una sociedad estamentada, cerrada, a una sociedad abierta, a una sociedad de clases.
Esta pregunta tenía originalidad en América Latina, porque en Europa se construyó así, pero con una única diferencia: en los países centrales, la tercera tarea, la económica, fue para construir un mercado interno, acá fue para construir las condiciones necesarias y suficientes para convertirnos en una economía de proveedores de materias primas para el centro del sistema capitalista”.
- La construcción de ese Estado-Nación se hizo de manera violenta ¿Por qué se erige ese Estado nuevo?
La violencia como elemento clave para primero asegurar la independencia, y segundo para resolver el inmediato problema que surgió entre los diferentes actores en la construcción del orden poscolonial, desde el conservador, los reformistas, hasta los revolucionarios, que fueron muy pocos. El más revolucionario de todos sin ninguna duda fue el artiguista. Se puede poner también el de Hidalgo y Morelos en México, pero el artiguismo, que no tenía el componente religioso del mexicano, aparecía como el proyecto más revolucionario, porque además era democrático, federal y popular. Y el otro caso interesante es el de Haití, olvidado por la historiografía, como si no fuera parte de América Latina o, como dijo alguna vez Walter Mignolo, son latinos negros, como si eso fuera un contrasentido.
Esa independencia fue clave no sólo por el dato cronológico de ser el primer proceso independentista, sino porque sin la independencia de Haití, y el apoyo que Pétion le dio a Bolívar, la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú seguramente hubiera sido otra, probablemente mucho más costosa.
Era interesante que se proclamara una república en un continente dominado por la monarquía europeas, con la única excepción de Estados Unidos, república que se fundaba sobre el esclavismo y que sostuvo una posición -sobre todo a partir de Jefferson-, de oposición a esa república de negros, que a fines del siglo XVIII era un escándalo mundial. Lo interesante era ver cómo ese proceso genuinamente revolucionario, sobre todo de bases y dirección haitiano, era popular, por eso fue el más revolucionario de todos. En el resto de América Latina fueron de pequeños grupos que se llamaban ilustrados, porque tenían acceso a la educación, sabían leer y escribir, algo absolutamente minoritario en esa época.
Para Ansaldi hay otro dato muy llamativo, que pasa desapercibido en muchos análisis históricos: “Constamos que no sólo en las guerras civiles, sino en las guerras de la independencia, los ejércitos que se enfrentaban estaban constituidos mayoritariamente por americanos, unos peleaban por la causa del rey y otros por la independencia. Decir que eran americanos era un eufemismo para no decir que eran indígenas u originarios, como queramos llamarles. Por eso cuando Juan José Castelli llega al Alto Perú y declara la abolición de la servidumbre, los destinatarios no la aceptan, la rechazan, y ahí encontramos una pregunta bien interesante que nosotros encontramos en un autor colombiano, Gabriel Colmenares, que se preguntaba lo mismo: porqué los indígenas del Alto Perú rechazaron este decreto que era revolucionario a escala mundial en ese momento. Y él encontró que la razón principal –que es una hipótesis plausible aunque no pueda ser verificada de modo empírico de modo contundente-, es que pesaban muy fuerte sobre los indígenas dos cuestiones. La primera era la revuelta de Tupac Amaru Katari, en la que los criollos los habían abandonado y terminaron haciendo causa con el rey. Y la segunda la ferocidad de la represión, el miedo a perder y ser reprimidos como sus padres operó como un elemento poco atractivo para sumarse a la causa independentista que proponía Castelli.
El resquemor con los criollos fue un elemento y eso remitía a una vieja pregunta que sigue sin respuesta contundente, que la formuló en 1548 un muchachito francés de 18 años llamado Étienne de La Boétie. Un pequeño texto de 20 páginas titulado “Discurso de la servidumbre voluntaria”, donde el autor se preguntaba por qué millones de personas aceptaban libremente ser sujetos de servidumbre (hoy diríamos dominación). Esto aparecía también aquí en América y va a aparecer después a lo largo de nuestra investigación sobre cómo se fue constituyendo el Estado, que es un proceso que al igual que en el mundo europeo, siguió tres andariveles o procesos: La monopolización de la violencia considerada legítima (Max Weber), El monopolio de la percepción tributaria (Norbert Elías) y Monopolio de la violencia simbólica (Pierre Bourdieu). El problema para aplicarlo a América Latina es que en Europa las dos primeras estaban a cargo del Rey y benefició a los monarcas, acá no. Aquí también se dieron esos tres aspectos, solo que de otra manera, que generaron otros problemas sobre el conflicto entre las distintas propuestas para construir el orden poscolonial”.
Monarquía o República
La primera discusión que se dio entre los procesos de independencia fue si el nuevo orden sería una monarquía o una república. “La opción mayoritaria fue la república, con la pequeña excepción de Iturbide en México. Y una vez definida la república, qué tipo, centralista o federal, y ahí estuvo más repartida”. Ansaldi advierte que “el mundo había solo tres repúblicas: la Confederación Suiza, Estados Unidos y Haití, el resto eran todas monarquías o colonias monárquicas. Y república federal solo Suiza y Estados Unidos. En este último caso lo que advirtió muy bien Artigas y su principal asesor, Monterroso, un cura que conocía muy bien a Rousseau, que explicó que el proceso norteamericano fue una secuencia confederación-federación, el modelo que Monterroso proponía para el antiguo Virreinato del Río de la Plata”.
La otra constatación que apreciaron Ansaldi y Giordano en su investigación fue que el conflicto por el orden poscolonial era un conflicto entre clases propietarias: “No hubo, salvo contadísimas excepciones, proyectos elaborados por las clases subalternas. En ese sentido Haití, sobre todo en la primera etapa, que va de 1731 hasta 1804, era atípico, y también se podría decir el primer intento independentista de México de Hidalgo y Morelos, no casualmente con dos curas rurales y una población indígena y campesina. Pero todos los proyectos pusieron en conflicto, incluso apelando a la máxima violencia, a sectores o clases propietarias, en un proceso de pasaje de la condición de estamento a la condición de clase, que no fue un proceso corto y que no se resolvió de una manera similar a la europea. Allá la burguesía llega al poder y reemplaza a la vieja clase dominante, en América Latina quienes construyen el nuevo orden, quienes devienen en burgueses, son los mismos de la sociedad colonial, basta con revisar los apellidos para verlo.
Según el historiador y sociólogo, “en nuestro continente se dio lo que Florestán Fernández definió de manera genial: un simultáneo proceso de modernización de lo arcaico y arcaización de lo moderno. Esto tardó en resolverse, salvo en el caso chileno con la derrota de los liberales en 1829, ese país tuvo Estado muy temprano a partir de la victoria de los conservadores. Y el otro caso es el de Brasil, totalmente distinto: ahí el imperio de Brasil, independiente del imperio de Portugal, fue hecho por la propia familia real. El primer emperador de Brasil era al mismo tiempo el príncipe-heredero del reino de Portugal. Brasil no vivió un proceso de conflicto en la construcción del orden político, sobre todo del Estado, porque hay una continuidad en la forma monárquica y en la familia que lo ejercía. En 1889, con la declaración de la república, se va a construir otro orden, pero ya para entonces buena parte de América Latina tenía Estado o alguna forma de organización política paraestatal, en el caso Argentina y Uruguay estaba claro. Ahí venía la pregunta, ¿para qué el Estado? ¿Para qué orden? Si uno no tiene en claro qué es el Estado, puede decir cualquier cosa”.
- ¿Desde tu perspectiva y disciplina, qué es el Estado?
Hay que verlo desde dos perspectivas que no se han trabajado en yuxtaposición. Una es ver al Estado como institución, nosotros creemos que es una institución del mundo moderno, que surge junto al pari passu en Italia. No casualmente el que inventó la palabra Stato fue Maquiavelo, todo lo que había antes hay que llamarlo de otra manera.
Como institución uno puede analizarla pensando en los principios de estatidad. Es una buena línea de entrada del estado como institución, pero está también el planteo de Göran Therborn, sociólogo sueco, que habla de aparatos de estado. Con diferencias de conceptos, se trata de una estructura que por un lado tiene la capacidad de administrar (la burocracia), que es la autoridad reconocida por los propios del país y otros países. Y el otro el Estado como abstracción, un fetiche, una ilusión, algo ilusorio, una comunidad imaginada, como la Nación, que a veces se confunde con personas físicas. Luis XIV era el ejemplo más claro: el Estado soy yo, de carne y hueso, y todo el mundo colonial fue educado, socializado en que el Estado era el monarca. La ruptura de esa dominación plantea un nivel máximo de abstracción, porque cuando el principio organizador del Estado era la soberanía del monarca, éste la recibía de Dios. Pero cuando se dice que la soberanía reside en el pueblo, el pueblo era primero el núcleo de propietarios urbanos, los cabildos de mayo de 1810, después se fue extendiendo y aparece el concepto de ciudadanía, de ciudadanía política. Hay que hacer un esfuerzo formidable para imaginar lo que debe haber sido para un hombre analfabeto, embrutecido, envilecido por la iglesia, que de pronto le dijeran que él era parte constitutiva de la soberanía. No podemos ni siquiera atisbar lo que eso debe haber sido sacudiendo las estructuras mentales, para construir un principio de ciudadanía universal que las clases propietarias demoraron todo lo que pudieron. Cómo la chusma, los analfabetos, iban a decir quién iba a gobernar. Esto lo planteaba en 1870 José Manuel Estrada, principal expresión del pensamiento católico argentino, profesor de derecho constitucional de la UBA. Lo dice en Tratado de Derecho Constitucional, una postura claramente antidemocrática en sintonía con el Vaticano. La ciudadanía era restrictiva, en algunos casos por edad, en otros por escolaridad, en otro por condición de propietario.
Polémicas históricas
La historiografía argentina revisionista hace una condena fuerte del liberalismo y toma al liberalismo por sus decisiones en el plano de la economía, porque se subordinaba al mercado inglés, pero esto lo hicieron todas las clases propietarias, no solamente la argentina. Los empréstitos de Baring Brothers los hicieron todos, aunque se lo achaca a Rivadavia también lo hicieron San Martín y Bolívar en el Perú y la Gran Colombia. Todos quienes rompieron con España y Portugal hicieron esto en 1820.
Sin embargo, para Ansaldi esa mirada revisionista deja de lado lo que expresaba el liberalismo como corpus doctrinario, filosófico y político:
“En el siglo XIX, antes de que aparecieran el anarquismo y el socialismo, si no eras liberal eras conservador, y estos adscribieron a la política vaticana, que era clerical y antidemocrática”.
Para el entrevistado, analizar el Estado como una abstracción es concebirlo como un espacio imaginario de una institución que se pone por encima del conflicto social, por encima de las clases: “Por eso, la toma del poder del Estado es el núcleo duro de cualquier proyecto que aspira a transformar la sociedad. Y esto es más complicado de analizar, porque la idea de concebir al Estado con estas funciones, una idea originalmente marxiana, es una idea que el pensamiento llamado marxista no desarrolló mucho. De ahí que algunos sostengan que la teoría política marxista comienza con Gramsci, que piensa al Estado en términos más complejos que pensarlo como un mero comité ejecutivo de los intereses de la clase. Cuando Marx analiza coyunturas específicas, el Estado es una instancia en la que no es ajeno, están las tensiones de las fracciones de clases burguesas. El pensamiento marxista le prestó poca atención a la lucha de clases en Francia, hubo que esperar a Gramsci para ello. Después está lo de la autonomía relativa del Estado, en los años 70 y 80 se discutió mucho con los trabajos de Poulantzas. Hay coyunturas en las que el Estado es más o menos autónomo de las clases dominantes. La experiencia del Batllismo, en Uruguay, durante la primera década del siglo XX, llegó al punto de que sectores propietarios pensaron que el Estado podía poner en riesgo sus intereses y pusieron fin a la experiencia, es lo que se conoce como Alto de Viera”.
Los Estados y la Constitución
En un momento en el que el pueblo chileno está pidiendo de manera urgente un cambio constitucional, Ansaldi plantea cuáles son los puntos de partida que definieron los proyectos políticos de América Latina. “La organización política de un Estado se define en la Constitución, que es para un político lo que el plano para un arquitecto. En América Latina hubo muchas constituciones, y en todas hay principios rectores, repúblicas con división del poder. Pero la historiografía sabe mucho de los procesos de violencia legítima, pero poco y nada de cómo se produjo la monopolización de la percepción tributaria”.
La otra cuestión en la que hace foco Ansaldi es en los poderes judiciales, de los cuales afirma no conocemos mucho: “Esto es clave, no sólo porque se supone que es un elemento fundamental del equilibrio de poder, sino porque el sistema judicial es el garante a la hora de aplicar el máximo grado de violencia simbólica que es el Derecho. Y aquí hay una cuestión de apellidos que se repiten, la “Sagrada Familia”. Esto pone límites a la capacidad explicativa, porque falta información”.
¿Qué pasó entre el plano y el edificio? se pregunta Ansaldi: “Hay pocos principios constitucionales que se constituyeron, no se hizo un orden político en el que la soberanía residiera en el pueblo, sino en la Nación. En la primera la democracia es directa, Rousseau, en la segunda a través de representantes. Esto se notó mucho en el conflicto entre el artiguismo y el Directorio de Buenos Aires en 1810. Ninguna de nuestras sociedades se construyó sobre el orden político conforme al principio al que decían adscribir, que era la democracia. Por eso terminaron constituyendo regímenes oligárquicos en la mayoría de los casos, diferente a lo que pasó en Europa. Ahí es clave el trabajo de Barrington Moore “Orígenes sociales de la dictadura y de la democracia”, donde demuestra que las democracias liberales, capitalistas, se constituyeron a través de revoluciones y a la apelación de la violencia política desde abajo, que implicó el final del antiguo régimen y su reemplazo por la burguesía urbana según Moore, burguesía industrial según Marx. En cambio, donde la burguesía o la fracción dominante de ella pactó con los terratenientes feudales, como en Italia, Prusia o Japón, el resultado fue el capitalismo fascista y dictatorial que combinó las clases terratenientes, burguesas y campesinas. Las formas en cómo se combinaron dio resultados diferentes.
De todas maneras, otro gran problema para Ansaldi es que “no sabemos mucho sobre las clases sociales de América Latina, es un gran déficit. Hay un solo libro, una obra colectiva, que intenta poner las bases para una historia de reconstrucción de las clases sociales en América Latina, un libro que surgió de CLACSO en 1978 en Lima, se publicó en 1985 y se llama “Orígenes de la burguesía en América Latina”. Son aproximaciones que no fueron desarrolladas. Está el caso Chile, que es parecido a los europeos, donde los partidos han sido partidos de clase, y el proceso de la clase obrera es parecido en la lógica y la historia de lo que ocurrió en Europa. Chile ha sido históricamente un país coherentemente conservador y de derecha, pero con hegemonía, no por imposición autoritaria, sino por consenso, que se permitió diez años de un frente popular en el contexto de la segunda guerra mundial.
El concepto de larga duración
“El concepto de coeficiente histórico sostiene que una generación hace o deja de hacer y condiciona lo que va a hacer la subsiguiente, eso se entiende en la larga duración. La sociedad latinoamericana tiene muchos coeficientes históricos que se arrastran desde el período colonial. Uno de ellos, clave para entender la situación actual, es la mentalidad esclavista de la sociedad brasileña. No se entiende a Bolsonaro si no es con esto y con la fuerte religiosidad popular, que mezcla el catolicismo con religiones de origen africano, que ha sido muy fuerte en el mundo rural”.
Eso se puede ver según Ansaldi en las películas de Glauber Rocha, que revelaron los procesos de orientaciones campesinas con fuerte contenido religioso, “tanto, que fueron parte de la Columna Prestes cuando se levantaron. Brasil tiene no menos de quince pequeñas guerras campesinas a lo largo del siglo XX, todas ellas con este contenido de religiosidad”.
La penetración religiosa en la sociedad brasileña se hizo palpable durante el segundo gobierno de Lula, que realizó una fenomenal encuesta nacional. “Ahí, el 90% reconoce que su situación era mucho mejor que durante los momentos previos a Lula, y cuando le preguntaban a qué se debía, la gente respondía “gracias a Deus”, no gracias a las políticas del gobierno del PT. Estos grupos evangélicos actuaron con una estrategia muy clara porque Brasil no tiene una estructura de partidos políticos consolidados, orgánicos, salvo el PT, y hasta por ahí. Es común que los partidos lleven candidatos evangélicos y una vez electos se separan de los partidos y forman el bloque evangélico. Hay que prestar atención porque las coyunturas solo son explicables si las situás en los procesos de larga duración, sino en el mejor de los casos es una buena descripción, y en el mejorísimo de los casos una explicación parcial. Las coyunturas sólo se explican en la larga duración, donde juega el coeficiente histórico y las estructuras de las mentalidades”.
Para Ansaldi otro caso explicable desde esta mirada histórica es Ecuador, que hoy atraviesa una situación extremadamente conflictiva, donde el orden está siendo fuertemente cuestionado. “Una de las figuras principales de la resistencia a Lenín Moreno fue la prefecta de Pichincha, Paola Pabón, que está presa. Dirigía una radio, es una gran lideresa, pero tiene un gran problema: es mujer en un país que pese a todo es extremadamente machista. Esto nos dice mucho de la dificultad de establecer regímenes democráticos en Ecuador, que tiene una de las tres constituciones más democráticas del mundo, por lo menos de América Latina, las otras son Venezuela y Bolivia”.
Construir hegemonía política
El golpe de Estado en Bolivia merece un análisis aparte, y no había ocurrido cuando se realizó esta entrevista. Sin embargo, lo que pasa en ese país es aplicable a lo que ocurrió en todos los gobiernos progresistas de América del Sur durante los primeros quince años del siglo XXI, que no pudieron construir o consolidar una hegemonía política. “Los gobernantes creyeron que ganar las elecciones significaba tener hegemonía, y son dos cosas diferentes.
La hegemonía no es tener más votos y no se construye de un día para el otro.
Los sociólogos pueden explicar que la movilidad social ascendente produce transformaciones en las estructuras mentales, lo aprendí acá en Córdoba, leyendo el Informe del Estado de las Clases Obreras de Bialet Massé, que encontró que uno de los mayores grados de explotación de los trabajadores se daba en la industria del pan. Bialet constató que esos patrones súper explotadores habían sido antes obreros panaderos, y la movilidad social ascendente los había convertido en algo peor de lo que eran. La movilidad social hace que quien asciende se separe, y lo más rápido posible, de aquellos que quedaron en el lugar del cual pertenecían. Tiene que ver con esto de cómo impactan las estructuras mentales. Además, si queremos explicar estos procesos, tenemos que estudiar a Freud, que nos va a dar muchas claves acerca de lo que él llamaba psicología de las masas.
- ¿Cómo explicarías el macrismo desde esta mirada de larga duración?
Además de ser el peor gobierno, parte de su triunfo se explicó por la movilidad social ascendente, de los que quisieron separarse de los que despectivamente se llama “choriplaneros”. De todas maneras, la mayoría de votos no logró construir hegemonía. Y un tercer aspecto es que por primera vez eso que se llama la derecha llega al poder por vía democrática. Acá hay un terrible error de muchos académicos que consideran a la derecha como un sujeto, cuando la derecha es una posición política-ideológica. Ni siquiera es un sujeto político, porque los sujetos son los titulares de la acción, es decir, o son las clases, los grupos, el pueblo -que son sujetos primarios-, o son sujetos secundarios, como los partidos, los sindicatos, las organizaciones sociales o las corporaciones. En cambio, la izquierda, la derecha o el centro son expresiones políticas e ideológicas que aparecen en la sociedad y no son necesariamente de clase. De hecho, las burguesías han tenido éxito en que sus posiciones de derecha -porque no hay burguesías de izquierda-, sean compartidas por clases subalternas, la clase obrera. Hay una confusión de considerar a la derecha como sujeto político, y esto lleva a errores garrafales en términos de análisis social y político.
Apelando a Maquiavelo, el gran filósofo político de la modernidad, Ansaldi sostiene que “el otro punto para explicar el fracaso del gobierno de Macri es que por primera vez en cinco siglos la burguesía asume el formato de representación directa para ejercer el poder. Los burgueses tomaron el poder del Estado, que no es algo nuevo ya que fue el primer formato que tomó la burguesía en el norte italiano, y Maquiavelo lo mostró claramente”. Pero la burguesía no es homogénea, está tensionada por intereses contradictorios que llegan a enfrentarse entre sí, y Maquiavelo lo sabía porque era de Firenze. “El rótulo de la Casa de los Medici, casa bancaria, era “tener poder para tener dinero, tener dinero para tener poder”. Clarísimo, un renglón. Lo que él demostró es que las clases sociales no son homogéneas, ninguna, y la burguesía sólo se unifica en situaciones revolucionarias, cuando corre el riesgo de perderlo todo. Ese riesgo no existe hoy, porque las políticas que se tomaron durante el gobierno de Macri beneficiaron a un sector dela burguesía (bancos, mineras, agro) en contra del sector industrial, que perdió. Si Macri hubiera leído a Maquiavelo, lo hubiera entendido”.
Texto y fotos: Camilo Ratti