Como sucede al inicio de todo ciclo lectivo las distintas universidades, públicas y privadas, abren sus puertas a los nuevos postulantes. Unas convocan e invitan a vivir su experiencia, las otras compiten por captar a quienes estén en condiciones de afrontar sus requerimientos, formales, intelectuales, principalmente materiales.
Me llamó particularmente la atención la publicidad de una conocida universidad privada de la ciudad Buenos Aires, cuyo nombre remite a un barrio tradicional, hoy vinculado a la producción audiovisual, la moda y la gastronomía. La campaña para este ciclo muestra a jóvenes sonrientes, expresando que la institución busca alumnos: “emprendedores”, “creativos”, “curiosos”, “talentosos”, “únicos”. Más allá de la contradicción del carácter singular de la búsqueda, que insinúa que esos estudiantes son pocos y selectos (“únicos”) -pero que como toda publicidad procura la mayor captación posible de quienes estén en condiciones de pagar- algunas consideraciones pueden desprenderse de esta puesta en evidencia. No me detendré en el carácter de la retórica new age, de fuerte pregnancia pero básicamente ambivalente, que manifiesta que “todos” somos únicos, distintos, singulares. Me gustaría focalizar brevemente unos pocos aspectos de las implicancias que plantea esa adjetivación que expresa que esa universidad, y en algún nivel que una universidad o que toda universidad, está para recibir y atender alumnos únicos.
Lo primero que querría decir es que el sentido de la universidad, como todo significante, es un objeto en disputa, y que a criterio de muchos el carácter universal de lo universitario no se expresa solo en la capacidad de dar cabida, preservar y recrear todos los saberes y capacidades humanas; sino también, en desempeñarse tras el objetivo de dar cabida a todos los humanos. Sin esta segunda capacidad, la primera no tiene posibilidad de realizarse. Una universidad que dé cabida a unos pocos no lo será en el sentido universal de cobijar todos los saberes; podrá hacer el intento de ser un resguardo patrimonial, un acervo, pero solo podrá renovarlos, vivificarlos y fortalecerlos si en su interior hay un lugar para todos. Una universidad para unos pocos (únicos) está condenada a preservar y producir un conocimiento también único, limitado, para unos pocos.
En segundo lugar, que esta concepción de lo universitario, sedimenta y fortalece un sesgo que la concepción de lo educativo, como un todo, ha debido sacudirse y combatir a lo largo de su historia: que son solo unos pocos los que están en condiciones de atravesar la experiencia educativa. “Al menos en el nivel superior”, se dice a menudo, y uno se pregunta ¿por qué? Esta disputa no es nueva, hace unos cien años la universalización de la educación elemental se presentaba como desafío casi utópico, no era necesario que todos supieran leer, escribir, recibir una formación básica, se decía. Hoy, esa frontera ha quedado atrás y los desafíos de la universalización del nivel superior se enfrentan a argumentos similares, que las concepciones sobre los selectos fortalecen. ¿Por qué una universidad solo para “emprendedores”, “talentosos”, “únicos”? Y los otros, que son muchos, la mayoría, ¿no pueden o no deben? Enseguida salen a la palestra los argumentos pragmáticos, que tienen sus razones: no hay infraestructura suficiente, el presupuesto no alcanza, los niveles previos no facilitan la educación superior, etc. Sin embargo, esos señalamientos que deben ser atendidos, no lo dudo, no ayudan a pensar la radicalidad de un derecho como horizonte que señale el rumbo hacia donde deben orientarse las políticas, las instituciones, los actores, la sociedad toda. Sin dudas, el concepto publicitario de los “talentosos” y los “únicos” no favorecen ese camino, por el contrario, lo corroen y degradan. Instalar a la educación superior como un derecho es un horizonte, sin duda difícil de alcanzar en el presente, pero como todo imaginario tiene una capacidad performativa, transformadora, en la medida en que podamos instalarlo ayudará a orientar las acciones y a efectivizar su realización.
Querría indicar un tercer aspecto, por el impacto y perjuicio que provoca, en línea con esa concepción selectiva de lo educativo. Me refiero a los rankings internacionales (QS, Shangai, Times, etc.), tan notorios y publicitados en los últimos tiempos como criterio de valoración de lo universitario. Si los alumnos que incorpora una universidad son talentosos, únicos, fuertemente seleccionados, es muy probable que esa institución cumpla con varias de las exigencias que valoran favorablemente los rankings: alta tasa de graduación, bajo promedio en la duración de la carrera, etc. La pregunta necesaria es, por qué en la apreciación de esos rankings no se ponderan fortalezas centrales de instituciones como la universidad pública argentina. No son pocas: facilidad en el acceso, porcentaje de estudiantes de primera generación que llegan a sus claustros, promoción de la movilidad social ascendente, integración social que favorece, fortalecimiento de lo público, presencia en la propia organización de prácticas participativas y colegiadas, vinculación con la sociedad, etc. La creación de indicadores y marcos de referencia que nos permitan ponderar la riqueza de todas estas cuestiones sería de mucha ayuda.
En esta línea de reflexión querría señalar una última cuestión, el martes 3 de mayo pasado, el Presidente de la Nación, reunido con un nutrido grupo de rectores de universidades públicas, solicitó que las casas de altos estudios se concentren en la tarea de “preparar a los futuros líderes de la Argentina”. “Líderes”, otra expresión consonante que faltaba en ese diccionario publicitario, y que suele verse en los anuncios de alguna que otra universidad privada local. Toda asociación que se pueda realizar, no es mera coincidencia.
Por Daniel Saur
Investigador del CIFFyH – Cátedra Deodoro Roca.
Ilustración: Área de Comunicación – FFyH – UNC
Firmo abajo Dani!