Juan Pablo Abratte, Mónica Gordillo, Diego Tatián y Marcela Sosa acompañaron a Adela Coria en la presentación de su nuevo libro “Tejer un destino. La formación de pedagogos en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 1955-1976”, que se llevó a cabo el 22 de octubre en el Pabellón Residencial de la FFyH. Abratte, docente de la Escuela de Ciencias de la Educación y secretario Académico de la Facultad, deshilvana en estas líneas las “coordenadas” que atravesaron su lectura de este trabajo, que surge de la tesis doctoral de Coria.
Desentrañar la compleja trama de trayectorias académicas (y políticas) de algunos de los principales representantes fundacionales de la Pedagogía en Córdoba, en sus vínculos con la historia de la Universidad, y en particular de la Facultad de Filosofía y Humanidades y de la Escuela de Ciencias de la Educación, sin dejar de mirar en simultaneidad los procesos histórico-políticos y la trama de la propia disciplina constituye el objeto del libro de Adela Coria.
Toda lectura es siempre, lo sabemos, una lectura situada y cuando esa lectura enfrenta las complejas tramas de la historia, es además una interpelación al pasado que necesariamente se realiza desde el presente. Mi aproximación al texto no puede dejar de considerar al menos tres coordenadas que atravesaron mi lectura de cada una de sus páginas.
- Leer tejer un destino desde la historia de la educación: el libro se ubica en una clave que atraviesa la historia política y educativa provincial. Indaga la singularidad cordobesa, la permanente tensión entre tradición y modernidad y una suerte de posibilidad de intervenir en esa tensión –en ciertas coyunturas históricas– recuperando la tradición democrática, la tradición progresista, la tradición cultural profunda que sólo en esos momentos singulares parece expresarse con mayor claridad. La institucionalización de la pedagogía en Córdoba no puede desprenderse de esos componentes. Como dice Adela, la “extranjeridad” como frontera, parece ser uno de sus elementos constitutivos. La reconstrucción de la trayectoria de María Saleme, Adelmo Montenegro y después de Magalí Andrés y Juan Carlos Agulla marca –con las particularidades de cada caso, que en el libro son especialmente analizadas tanto en sus dimensiones biográficas como en las políticas y las académicas- esa singularidad. Si en María su condición de “extranjera” fue de algún modo una marca de origen de su inscripción académica, extranjera del localismo cordobés, extranjera de las reglas legitimadas de la academia conservadora y católica, extranjera de tantos exilios internos y externos; en Montenegro los lazos con la filosofía alemana, con el sistema educativo provincial –en particular con la experiencia de la Escuela Normal Superior de Córdoba- y con la práctica política y periodística, delimitan fronteras y ponen de relieve esa mirada extranjera –representada además por Mondolfo y Taborda como sus respectivos maestros, uno europeo y el otro profundamente americano, aunque en diálogo crítico con Europa y el mundo- como marca de identidad de la pedagogía cordobesa.
Resignificando para el caso singular la hipótesis de Horacio Crespo respecto a Córdoba como “ciudad de frontera”[1], el libro delimita las fronteras disciplinarias, territoriales e institucionales que son constitutivas del campo. Fronteras de la Pedagogía con la Filosofía y luego con la Psicología, posteriormente con la Sociología y con otras Ciencias de la Educación, fronteras con el centro porteño, con Europa –en la tradición alemana y luego la francesa- y con América Latina, y por último fronteras con espacios institucionales extrauniversitarios que van desde la Escuela Normal Superior hasta el gremialismo docente, la política, e incluso los espacios urbanos (la Ciudad Universitaria, el centro y los bares) como ámbitos de debate, de socialización y de formación que configuran un escenario que se va modificando dinámicamente a lo largo de los veinte años estudiados, pero marca profundas huellas en la identidad de la pedagogía cordobesa.
La extranjeridad se continúa (aunque con sentidos diferentes) cuando se analiza la trayectoria biográfica de Magalí Andrés y Juan Carlos Agulla, signada por estudios de posgrado y espacios de formación y desarrollo profesional fuera del país. El propio Aricó, caracterizado en el texto como el “maestro paralelo” representa también un espacio de frontera que se vería interrumpido por sucesivas clausuras de los gobiernos de facto. Nuevamente una dimensión dramáticamente “extranjera” produciría el desmembramiento de una generación de herederos de los maestros fundacionales que, en los 60 y los 70 habían ocupado su lugar –destacando para la Pedagogía cordobesa un espacio privilegiado en el desarrollo de la disciplina.
El libro de Adela como investigación del campo de la historia de la educación representa un aporte relevante en la medida en que con un cuidadoso trabajo de análisis de fuentes diversas, bibliográficas, documentales y testimoniales, permite reconstruir el entrecruzamiento de estos múltiples niveles analíticos que articulan la historia política, la institucional y la trayectoria de los sujetos, caracteriza los rasgos principales de un campo específico en su proceso constitutivo y reconoce sus dinámicas de consolidación, expansión y sus retracciones y clausuras, siempre en vínculo con la política tanto a nivel nacional, como provincial, y también en la esfera institucional.
Como última delimitación de fronteras, el texto permite comprender a la política como esfera de sobredeterminación –nunca mecánica– de la esfera académica y a los procesos macropolíticos en juego permanente con las estrategias políticas de los actores: el Peronismo, el Onganiato, el Cordobazo, el gobierno de Obregón Cano y Atilio López, constituyen mucho más que escenarios en los que se inscriben las disputas de la laica o libre, las cesantías, los concursos y las modalidades de designación e impugnación de los docentes, los efectos de la noche de los bastones largos en la UNC, la experiencia del Taller Total entre otros procesos de la historia educativa que se abordan en el texto; son algunas de las claves para comprender los estrechos vínculos entre pedagogía y política a lo largo del período y a la vez también para tramar las trayectorias académicas, políticas y profesionales de los sujetos.
- Leer tejer un destino desde la historia institucional: en esa trama, Adela marca los cambios en el nombre y los planes de estudio de la carrera entre 1953 y 1976. El análisis de la denominación de la Carrera, Pedagogía y luego Ciencias de la Educación en el 53, Pedagogía en el 54, Psicología y Pedagogía en el 56, Pedagogía y Psicopedagogía en el 58 y por último nuevamente Pedagogía en el 62, pone de relieve las luchas por la configuración de un campo académico específico y las tensiones entre su tradicional dependencia al campo de la Filosofía y posteriormente su dependencia creciente respecto a la Psicología, para abrirse luego a otras disciplinas de corte más Sociológico. La estrategia metodológica de Adela para dar cuenta de estos procesos y sus vinculaciones con la formación y la identidad profesional implica el análisis de los planes, en particular la distribución de las asignaturas en grandes áreas o campos disciplinares y su peso relativo en la configuración curricular. Esto ligado a la lectura de los programas, que operan como analizador de las principales vertientes teóricas que integraban el currículum y sus relaciones con las trayectorias formativas de los maestros en cada generación, permite una reconstrucción de la historia institucional, fortalecida también por la lectura atenta de Actas del Consejo Directivo, normativa institucional, legajos de los docentes y demás fuentes históricas.
La reconstrucción de la historia institucional, de los formatos organizacionales, de los vínculos entre docencia e investigación, de los espacios de formación intra y extra universitarios, y de los gestos magisteriales de las distintas generaciones de profesores, desde María Burnichon hasta Alicia Carranza, Gloria Edelstein, Lucía Garay, Alcira Albertengo, Susana Barco, Justa Ezpeleta, Marta Teobaldo, entre otros que llegan hasta la propia generación de Adela, permite adentrarse para un lector que se ha socializado en la institución en una trama que interpela tradiciones teóricas, intervenciones profesionales, modos de vinculación con el conocimiento, marcas en los estilos de construcción, difusión y legitimación de saberes que ayudan a comprender más profundamente el lugar que la Facultad y en particular la Escuela de Ciencias de la Educación han asumido en nuestra identidad profesional y nuestros modos de construirla.
- Leer tejer un destino desde los desafíos del presente: el libro y la historia que relata y condensa, nos enfrenta con interrogantes que partiendo del presente, vuelven a él: si la pedagogía local tuvo una impronta crítica respecto a las reglas ortodoxas de la academia, si su construcción se realizó más sobre la base de tradiciones político pedagógicas e intervenciones profesionales extra universitarias, que encuentran en experiencias como la de la Escuela Normal Superior una matriz fundante, entrecruzada con el gremialismo docente, la militancia política, el periodismo y las formas no convencionales de escritura, la marca de la oralidad y la memoria de prácticas potentes que –lejos de perspectivas pragmáticas y a-teóricas, se constituyeron sobre la base de reflexiones, de debates, de lecturas y escrituras fragmentarias, que no siempre tuvieron su correlato en el canon de la disciplina académica, si este es un elemento constitutivo de una tradición formativa que marca el desarrollo de la disciplina en clave local, me pregunto cómo sostener y transformar esa tradición en escenarios como los actuales, donde se están reconfigurando los modos de producir, transmitir y circular el conocimiento. Tejer un destino es una apuesta, muchas veces resistida por su propia autora, de romper con esa tradición, y a la vez de preservarla. Romper con la tradición en la medida en que la escritura ofrece una trama posible de abordaje de nuestra propia identidad profesional y académica, la del pedagogo. Preservarla en tanto también la escritura permite resguardar críticamente una memoria de los orígenes que, por lo general, queda oculta en las instituciones.
Algunas claves que el texto sugiere y que desde mi perspectiva constituyen instancias de interpelación sobre el presente, como interrogantes potentes son, entre otras: ¿Qué lugar tienen hoy las “miradas extranjeras” internacionales, latinoamericanas y otras fronteras: Buenos Aires, los espacios institucionales no universitarios y el propio sistema educativo en la formación del pedagogo? ¿Cómo resignificar las marcas de la socialización política, de quienes hoy ocupamos espacios de formación, cuando ellas se encuentran signadas por otros procesos históricos de otra intensidad desde la primavera democrática de los 80 pasando por la etapa neoliberal en los 90 y las formas de participación política posteriores a la crisis de 2001 y a la etapa kirchnerista? ¿Cuál es el lugar de la cátedra hoy como espacio de formación, cuáles son las posibilidades y limitaciones de ese formato? ¿Quiénes son los estudiantes y como se configuran como tales, cuál es el lugar del “estudiante de tiempo completo”[2] si es que eso existe en nuestra carrera, la procedencia social y territorial de los alumnos, el lugar de los “alumnos maestros” o “profesores”? ¿Cómo repensar los vínculos pedagógicos si en la historia institucional el afecto entre profesores y estudiantes fue un “hilo” que trama los espacios de formación?[3] ¿Cuáles son los rasgos del modelo intelectual que proponemos, y cómo y cuándo invitamos a los estudiantes a “ir a buscar petróleo”[4], qué espacios procuramos para pensar juntos, para pensar en común? ¿Qué lugar tienen hoy la “lectura” y la “escritura” en la formación y cómo se integran las instancias de intervención profesional de los formadores? ¿Cómo enfrentamos hoy la transmisión de la herencia generacional?
Si la historia procura huellas y marcas en la identidad profesional, si las tramas del destino se siguen tejiendo con otros hilos y otros husos, sin dudas el texto de Adela es además de valioso como investigación histórica, imprescindible para la reflexión política. Como dice la última frase del libro, extraída de un artículo de Iván Roqué: “Pedagogos del mundo no claudiquéis: bulones o muerte”[5].
Por Juan Pablo Abratte
Secretario Académico y docente de la Escuela de Ciencias de la Educación – FFyH – UNC.
Adela CoriaEs Doctora en Ciencias con Especialidad en Investigaciones Educativas del Departamento de Investigaciones Educativas -DIE – CINVESTAV, IPN, México. Es Profesora Asociada Regular de la Facultad de Ciencias Económicas y Profesora Titular de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Es Directora del Doctorado en Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Se ha desempeñado en el Ministerio de Educación de la Nación, primero como Coordinadora de Áreas Curriculares en la Dirección de Gestión Curricular y Formación Docente entre 2004 y 2006 y luego en la producción de materiales para la enseñanza en la Subsecretaría de Equidad y Calidad entre 2006 y 2007. También fue Legisladora de la provincia de Córdoba entre 2007 y 2011. |
[1] Crespo, H. “Identidades/divergencias/diferencias: Córdoba como ciudad de frontera” en Altamirano, C. (Ed.) La Argentina en el siglo XX. Ariel. Universidad Nacional de Quilmes, 1999.
[2] En el texto se caracteriza de este modo al estudiante de Pedagogía, en la etapa de construcción del prestigio institucional, entre mediados de los ’50 y los 60’, “en un clima institucional formativo de alta familiaridad, en tiempos de matrícula reducida” (Coria, A. 2015, p.133)
[3] En una entrevista citada en el texto se caracteriza de este modo el vínculo entre profesores y estudiantes en los ´60 y los ’70 (Coria, A.; 2015; p. 204)
[4] “La analogía de la lectura con el acto de “ir a buscar petróleo” sirve para ilustrar el registro de la modalidad promovida con los estudiantes, donde leer y hablar antes que escribir habrían sido marcas de hechura intelectual” (Coria, A. 2015, p. 208) Con relación a las modalidades de trabajo intelectual en las aulas, específicamente en el caso de María Saleme como profesora de Didáctica.
[5] Iván Roqué, Rincón Informal, Revista Nivel Educacional, N 4, 29 de mayo al 6 de junio de 1967, p.10. “Iván Roqué Dirigente Nacional Máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias -FAR- y luego de la organización Montoneros, en acto de entrega de la vida por una causa revolucionaria, es asesinado por la última dictadura militar en 1978” (Coria, A. 2015, p. 288)
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