Rafael Courtoisie y el pupo de la escritura

Lucas Rodríguez Fierro

Texto completo: RODRIGUEZ FIERRO_Reseñas

El ombligo del cielo es la quinta novela de Rafael Courtoisie y se publicó en 2014 por el sello editorial Random House. En la búsqueda de la esfera que es el ombligo del cielo, una proliferación de figuras irreverentes y situaciones improbables le dan forma de gran absurdo a un relato que podría pasar por trascendente. Todo es posible gracias a la máquina de la escritura.

Me encontré con El ombligo del cielo casi como por casualidad cuando estaba a punto de dejar Montevideo. Lo que me convenció de comprarlo fueron las citas en la contratapa: Octavio Paz, Benedetti y Gelman hablaban maravillas del autor uruguayo. Rafael Courtoisie es periodista, ha publicado libros de cuentos, de poesía y novelas, ha sido galardonado con importantes premios en cada uno de los géneros y, además, ha sido traducido a numerosos idiomas.

Lo que consignan las citas de la contratapa y lo que primero llama la atención es el estilo con el que escribe. Pareciese que toda su escritura podría ser a la vez un estilo intrépido y un golpe de suerte. El ombligo del cielo, editado por el ya prestigioso sello editorial Random House, impreso por primera vez en 2014, es un libro que tanto podría considerarse literatura uruguaya como extraterritorial. Es una discusión que los futuros críticos deberán darse. El relato corre a cargo de un narrador que fácilmente puede ser confundido con el mismo Rafael, que está gastando su tiempo en La Calera, Chile, buscando el santo y bendito ombligo del cielo. El ombligo del cielo es una especie de ónfalo que ha recibido Vicente Huidobro y ha decidido esconder en el centro de Chile, es el objeto que desata la búsqueda y toda la narración, es el punto neurálgico de este fantástico relato que se podría circunscribir dentro de un género inexistente: el absurdo trascendentalista. Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, La Mary o el Mario, según sea de día o de noche, un pueblerino que sabe cómo volver de la muerte y muchas otras figuras llenan de referencias el relato, dando un cuadro de lectura que podría pasar por presunción snob de intelectualidad si no estuviese escrito tan irónica y locuazmente.  Se cita a Fernando Cabrera y a Sabina, con las frases más conocidas. Se presenta una lectura intertextual abierta, sencilla, común, al alcance de un mínimo google search, sin adivinanzas ni acertijos ni pruebas de intelecto: la adivinanza está en otro lado, pero no es una adivinanza. La ficción se construye en cada momento, en cada palabra, en cada proposición, en cada motivo y en cada capítulo, todo está en este relato puesto al servicio de la construcción de una ficción que se estira y se filtra por cada línea de cada letra de su escritura. La proliferación de referencias a la vida real de Huidobro, de Parra, de Borges y la densidad con la que aparecen llevan al lector a un punto en el cual ya no sabe qué elementos son ciertos y exactos, qué es ficción total, qué es crítica literaria, qué está siendo levemente reescrito: construye una ficción dentro de su misma ficción. Todo logrado mediante una sintaxis vertiginosa, personal (al punto de que puede ser leída como una gran carta, fechada y con saludo), distanciada y seria (cuando el pasaje lo requiere).

Se entremezclan con gran precisión en una mixtura narrativa interesante, el mito griego del ónfalo con una trama irreverente con personajes tan ridículos como sobrios. El aporte de la referencia griega, tan ficcionalizada como las que mencionábamos arriba, aporta una tensión con lo trascendental que parecería chocar contra lo absurdo de la narración. El ónfalo es, según la mitología griega, una piedra sagrada que depositaron en el oráculo de Delfos dos águilas mandadas por Zeus, porque encontraron en ese lugar el centro exacto del cielo, la mismísima mitad, el punto cero del firmamento. Esta piedra celeste es el legado de Huidobro, el objeto mágico que busca el narrador, una esfera capaz de mostrar un futuro que es inalterable pero no tanto, capaz por eso de mostrar todos los futuros posibles, de contar todos los pasados, de resucitar a los muertos y de abrir las llaves de todo entendimiento. La narración se plantea como la búsqueda de un objeto mágico que representa —y a la vez es registro de— la existencia de un centro del cielo, casi como una declaración de principios: la trama es movilizada por el querer obtener la prueba de la existencia de un centro, un núcleo, algo más grande que lo humano. Este contenido trascendentalista se choca y queda al desnudo en y por la forma en la que la historia nos es contada. El relato es liviano, y la forma absurda en que algunos personajes aparecen (un narrador que poco y nada sabe, que discute, que reflexiona al mismo tiempo en que cuenta, pero que no duda en aseverar cuestiones relevantes a la condición del ser humano) genera sorpresa: ¿Cómo logra una narración juntar en un mismo capítulo poetisas chinas borrachas hasta la estupidez, abucheadas y casi linchadas por el público chileno, con un Nicanor Parra que no quiere hablar del grandioso ombligo del cielo pero igual lo hace? ¿Cómo logra congeniar fantasmas, travestis, niños burlones, ancianas seniles, mujeres asesinas, con una conspiración mundial que busca mantener escondido un objeto tan maravilloso? De la única manera en la que tales cosas son posibles: mediante un particularísimo uso y abuso del lenguaje. Destaca en su obra una “gran precisión y a la vez una sorprendente libertad en el manejo del lenguaje”, dice la cita de Octavio Paz elegida para la contratapa. Es lo que uno más recuerda al finalizar el libro: una sintaxis clara, vertiginosa, que parece disponer del lenguaje como si fuese suyo, que lo estira hasta hacerlo amigable, transparente, que con sencillez y tranquilidad se burla de su opacidad sin ser algo clarísimo ni exacto. Así logra contarse algo trascendental de manera absurda, así nos deja Courtoisie una nueva dimensión, una nueva experiencia de la problemática y funcional relación entre la forma y el contenido. La metáfora del ombligo del cielo es explotada en relación con los cordones umbilicales y la cicatriz que representa el pupo. Constancia de una separación primigenia, la marca de la expulsión del edén, el ombligo puede significar tanto el centro, el medio exacto, como el corte, la escisión, allí donde perdemos nuestro último contacto con lo que nos dio vida. Desde ese lugar impreciso está escrito este relato, por su contenido, una búsqueda del centro, del núcleo; por su forma, una constancia del quiebre, de la desolación, de la imprecisión de los centros. Un tema que podría aparecer en una novela romántica con un estilo que es imposible de pensar fuera del siglo XXI. Hacia dónde se inclina la balanza, cuál aspecto es el que prima, ahí se encuentra la adivinanza de esta narración. Parece lograrse algo que ya no es un relato intradiegético sino que es ficción dentro de la ficción, relacionada directamente con la escritura, tanto como lo está el primer nivel de narración. La escritura fluye entre todos los niveles, se dilata, expande la ficción, se oculta, se muestra, pasa como por un colador y se pierde, parece ceder ante la solemnidad de lo que está contando, pero está siempre presente ordenándolo todo. Parece la escritura ser la constancia de una escisión entre el lenguaje y lo real, a la vez que es, reconociendo y aprovechando la distancia, un esfuerzo por acercarlos, y lo hace desde la pura ficción.

 

Lucas Rodríguez Fierro nació en 1996 en Córdoba. Es estudiante de la Licenciatura en Letras Modernas y editor de la revista Ósmosis.

 

Bibliografía

Courtoisie, R. (2014). El ombligo del cielo. Montevideo: Random House.

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