Trajín

Cristian Arce

Texto completo:  ARCE_Crónica

 

El alumno se detuvo a contemplar su argumento, se balanceaba entre el narcisismo y el altruismo con comodidad, pero llegaba la hora de descansar.

El día comenzó antes de amanecer, 4 a.m. Una voz desde la puerta anunció que era la hora de salir, él le contestó entre sueños y a medio despertar. Minutos después estaba alistado en la puerta. El día iba con total normalidad, sin demoras, sin molestias, sin grillos apretados.

En el colectivo, los alumnos conversaron sobre el complemento que recibe el verbo intransitivo, también sobre núcleos en predicados no verbales, mientras todavía faltaban dos horas y media más por delante.

Alguien descompuesto por las curvas de las sierras dejó en el suelo su desayuno, y todo seguía el rumbo normal de los viernes. Hasta que logramos divisar por las ventanas algunos letreros de negocios, luego algunos edificios y entendimos que estábamos en la ciudad con lo poco que alcanzábamos a ver.

El molestómetro subió de cero a cien en un instante, a las dos horas y media se le agregaba poco más de una, y los grillos que empezaban a molestar.

Uno de los pasajeros debía presentarse en Tribunales porque sería juzgado, por lo tanto era judicialmente importante y los estudiantes pasamos a segundo plano. El colectivo quedó varado en una orilla durante largo rato hasta que bajaron a esta persona. Luego la queja por la demora y la excusa del empleado que ya se había comunicado con el complejo para anunciar el retraso, y en definitiva la clase había comenzado a las nueve y nos quedaba una hora para llegar. Pero… una hora haciendo tan largo viaje nos metió en un desierto de impotencia, donde el sol verdugo se convierte en una vejiga llena y en el metal de las  muñecas ciñéndonos al asiento.

Una dormitada más, una curva que el cuerpo reconoció. Vi por la ventana la parte superior de alambres enrulados con gillettes y un alivio se extendía desde la columna.

Bajamos sin saber la hora, nos sacaron los grillos por fin y nos encaminamos rumbo a la escuela. La clase de Patricia había comenzado, estaba enseñando oraciones complejas, explicaba sobre la diferencia entre las anexadas y las yuxtapuestas. Al rato un fajinero traía agua caliente, y pudimos desayunar unos mates. También nos enteramos de que la clase había comenzado a las diez y cuarto por demoras (o sea que llegamos tipo diez y media, nos miramos), pero así y todo la clase fue nutritiva, a pesar de que somos un grupo tosco y lerdo, marchamos.

Doce y media quedamos desocupados. Quedaron en darnos de comer en el aula universitaria y dejarnos estar ahí hasta que viniera el colectivo… pero al rato nos vinieron a sacar, una vez más el molestómetro hacía pico de tensión. Nos querían llevar a boxes hasta que sea la hora, pero un buen argumento en el momento indicado nos llevó de vuelta al aula y pudimos comer y estar cómodos hasta que llegó el traslado cerca de las cuatro de la tarde. Una fija: vaciar la vejiga antes de subir.

Todo siguió su curso habitual. Un tipo riocuartense haciendo alardes de peligrosidad, algunos pibes escuchándolo así hasta llegar por fin a la cárcel de Cruz del Eje. Como siempre: llegar es un alivio, siempre me sorprende estar tan contento de llegar. Siempre pasa que uno puede estar aún más preso. En fin, ocho y media ya de la noche terminó la ida y vuelta a la tutoría.

Después, por la noche, reflexionaba sobre el sacrificio que hacemos para estudiar, haga frío extremo o extremo calor, y entendí que es bueno darle el ejemplo a los pibes de la calle, que nuestro tironeo por la educación y por los espacios de la UNC-PUC son constantes, que el acceso está extremadamente filtrado, y el que pasa los filtros tiene que estar suficientemente fuerte, física y psicológicamente, para afrontar el trajín. Es bueno que los demás estudiantes sepan de esta realidad que nos toca afrontar. Un viejo dicho dice “en la cancha se ven los pingos”… Y con esta sonrisa, llevando ya un año transitando el estudio de las letras, digo que el que realmente “quiere” estudiar y es excluyente, va a estudiar.

 

 

Cristian Arce es estudiante de Letras Modernas en el marco del Programa Universitario en la Cárcel (PUC).

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