Aunque parezca que el tiempo solo acumula muerte sobre muerte, la vida brota en los resquicios de la historia. La cámara que lúcida capta la vida en la historia -el árbol de la vida argentina-, registra los retoños que una promesa interrumpida encomienda a seres ya sin prisa para dejar en las plazas de la ciudad. Registra también miles de cuerpos tranquilos y persistentes que una y otra vez convergen en las ceremonias del anhelo de justicia. La potencia de la planta que para nacer rompe la piedra no sabemos de dónde viene; tampoco de qué es capaz el deseo de otros cuando irrumpe en una experiencia social de la que ya no es posible prescindir cuando se la ha tenido, o incluso apenas entrevisto. Si esa experiencia sucede, retorna una y otra vez como el tiempo recobrado de la imaginación emancipatoria por venir. O dicho de otro modo: es la memoria con la que de ahora en más cuenta la obra de la libertad –que, como el árbol de la vida, tiene destino incierto. Las imágenes de seres humanos que construyeron justicia por los que murieron temprano, protegen la memoria de los que no han nacido. Como nosotros, también ellos pensarán el mundo dialogando con los que vivieron antes.
Por Diego Tatián
Ex Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades – UNC