Dicen que los pueblos se crean contando su propia historia, que no existen sin narraciones, sin memoria.
Somos relatos que pasan de una generación a otra. Así mi relato es un poco el que recibí, un poco el que dejo acá y un poco el que ustedes pasarán.
Comienza con jóvenes en fotos, en pancartas, y termina con jóvenes y militantes en la calle de Tribunales Federales (decir “termina” es solo una forma porque, si es como dicen, este relato no tiene fin.)
Ahí estábamos los 30mil. Riendo, llorando y abrazándonos otra vez, más presentes que nunca.
Porque no “desaparecimos”, nos desaparecieron. Sabemos quiénes son culpables y a ellos los condenamos.
El juicio permitió conocer cómo se propaga el horror, la tristeza y el miedo; cómo funciona el silencio y cómo nos sigue lastimando el olvido.
La sentencia permitió ponerles a los genocidas nombre y apellido. Pero fue también el testimonio del amor y de la alegría, de la lucha incansable por nuestros derechos y de la certeza de haber rescatado esta memoria que por generaciones nos seguirá alumbrando y hagan lo que hagan, vamos a volver cantando como la cigarra. En lucha como el pueblo nos relata.
Por Sol Yornet
Militante estudiantil