Córdoba con justicia: ya no somos los mismos | Paula Mónaco Felipe

Siento su mirada, me ve con sus ojos azules. Nos separan cinco butacas y él sigue mirando, disfruta de perturbar. Muchos han hablado de sus ojos –me dicen-; los sobrevivientes los recuerdan durante las torturas.

Hace unos veinte años estuve a pocos metros de Menéndez y me escondí debajo de una cama para no verlo. Ahora me toca declarar como testigo y me paro enfrente suyo: lo miro, él sostiene la mirada.

Sus ojos cuelgan en grandes bolsas de piel. Su boca cerrada niega todo gesto. ¿Recordará los rostros o al menos los nombres de mis padres, Ester y Luis? ¿Cuántas órdenes infames habrá dado?

Ellos, los genocidas, están en las butacas. Algunos se desparraman con desidia, otros tratan de estar erguidos pero no lo logran, encorvados con manos huesudas que se aferran al bastón. Los imaginaba distintos: no importa, enfócate, hay que grabar rostros y nombres, saber quién es quién. No lo consigo, se confunden como lo hicieron por décadas: antes parecían buenos vecinos y ahora parecen viejos normales. Sin embargo el camuflaje termina en sus ojos de torturadores y asesinos, en su mirar gélido.

El juicio se hace en un cuarto con paredes cubiertas de madera. No hay ventanas ni escapatoria, sólo un viaje a tiempos oscuros y al dolor en presente.

Un vidrio resguarda a los acusados. Enoja: a nosotros deberían cuidarnos de ellos. Molesta también el crucifijo encima del tribunal: el dios impuesto, la fe antítesis de razón y justicia.

Bocanada de aire, el tribunal sale del cuarto. Recorre La Perla y los ex CCD; viaja a Villa María para tomarles declaración a varias personas, algunos implicados en la desaparición mi papá y mi mamá.

Vuelve a la sala y son 354 días, 1010 horas de juicio. Hay audiencias llenas y otras con poca gente pero nunca falta el ‘sexteto incansable’ (Emi Villares, Negrita Balustra, Sara Waitman, Cecilio Salguero, Eugenio Talbot Wright y Marcos Mayta). Los genocidas entran y salen, tienen el privilegio de permanecer en un cuarto contiguo, ven el juicio por la tele. ¿Escucharán lo que decimos?

Ellos se tapan el rostro cuando los tratan de fotografiar, nosotros exhibimos los de nuestros desaparecidos. Ellos se ponen escarapelas, nosotros flores de papel en rojo sangre, rojo vida.

Las palabras rebotan en las paredes de madera. Retumban y crecen. Salen, llegan a la escuela que está enfrente de los tribunales, llena de niños. Pasan entre los árboles del Parque Sarmiento y toman rumbos distintos.

Miles de palabras recuerdan. Montañas de palabra nombran. Vientos de palabras deshacen al horror y nos cambian. Córdoba con justicia: ya no somos los mismos.

Por Paula Mónaco Felipe
Periodista
Miembro fundadora de H.I.J.O.S. Córdoba