Un equipo de investigadores de esta Facultad que trabaja en las cumbres calchaquíes, muestra que los estudios sociales tienen el potencial de reivindicar la diversidad de procesos y experiencias estructuradas por los pueblos indígenas, además de posibilitar el fortalecimiento de los lazos con el territorio y el patrimonio cultural de una comunidad que fue borrada por la historia oficial.
Probablemente nos preguntemos una y mil veces para qué sirve el conocimiento que producimos en humanidades. Quizás el fantasma del utilitarismo azote nuestro pequeño y complejo mundo y no sólo lo haga desde afuera, a través de convocatorias a becas y puestos de investigación cada vez más restringidas y competitivas, sino también desde adentro, inquietando nuestra conciencia.
La apuesta a que las ciencias sociales puedan transformar las condiciones en las que vivimos y que el conocimiento sobre las prácticas humanas es crítico y fundamental en este aspecto, es difícil de sostener cuando del otro lado de la mesa las ciencias duras nos miran desafiantes con sus cartas fuertes que incluyen vacunas, supersemillas o satélites.
El Equipo de Arqueología del Sur de las Cumbres Calchaquíes (EASCC), un grupo de jóvenes estudiantes, graduados y docentes de Historia, Investigadores del Área de Historia del CIFFyH, el IDH y el IEH (Unidades Ejecutoras del CONICET), interesados en las estrategias de reproducción de sociedades indígenas de valles y piedemonte tucumanos, hace varios años que lidia con esta duda existencial y con el constante riesgo de verse fuera de todo, a medida que las noticias sobre el derrotero del sistema científico se van tornando cada vez menos alentadoras.
Las investigaciones arqueológicas que se están realizando en los valles de Tafí y Anfama, ubicados en las Cumbres Calchaquíes del noroeste de la provincia de Tucumán, muestran la antigüedad de desarrollos sociales relevantes y la originalidad de estructuras socio-políticas de gran complejidad y éxito, dinámicas de aparición y expansión de sociedades aldeanas en la región, y momentos de crisis y abandonos masivos de sitios y regiones, todas cuestiones que pretenden responder a intereses e interrogantes del mundo académico.
Sin embargo, el trabajo realizado con las comunidades originarias diaguitas que allí habitan, muestra que el conocimiento generado puede aportar a los intereses de otros sectores y grupos sociales y adquirir una relevancia diferente a la que tiene en los ámbitos científicos.
Las comunidades originarias del Noroeste Argentino constituyen un colectivo heterogéneo (por sus orígenes, trayectorias y situaciones actuales) globalmente excluido. Esta exclusión no es sólo económica sino también identitaria y social, en tanto la historia de nuestro país fue escrita borrando el pasado indígena y la identidad nacional, forjada sin incluirlo. Así, los estudios sociales de la materialidad tienen el potencial de reivindicar la diversidad de procesos y experiencias estructuradas por los pueblos indígenas, pero además posibilitan el fortalecimiento de sus lazos con el territorio en general y el patrimonio cultural en particular.
Los asentamientos aldeanos más antiguos del país.
Uno de los procesos más interesantes que nos muestra la arqueología de los valles intermontanos y el piedemonte de Tucumán es el proceso de aparición y consolidación de la vida aldeana. Hace aproximadamente 2500 años, los pobladores de la región que ya manejaban algunos cultígenos, como el maíz, zapallo y poroto, comenzaron a construir sus primeras viviendas.
El sitio Casa Pastor, en la cuenca del río Anfama, fue recientemente fechado en 200 AC, constituyendo uno de los espacios residenciales con arquitectura más tempranos conocidos en la zona. Esta estructura, de planta circular y construida en piedra, constituía las bases de una vivienda cuya cubierta habría sido de materiales perecederos. Las características constructivas y los conjuntos materiales recuperados permiten interpretar la existencia de ciertas estrategias productivas manejadas con fuertes componentes de movilidad.
Unos siglos después, hacia el 100 DC, los poblados comenzaron a ser ocupados más intensamente, con el desarrollo de estrategias sedentarias. La cultura material, multiplicada en cantidad, diversidad, funcionalidad y materias primas, intervenía cada vez más en la vida cotidiana y en las relaciones sociales. Las personas y sus cuerpos eran moldeados en entornos materiales muy particulares.
Las viviendas construidas en esta época se constituyen de gruesos muros de piedra, que dan forma a complejas unidades arquitectónicas. Los espacios residenciales muestran un patrón muy particular, en el cual una serie de habitaciones circulares se adosan a un gran patio de la misma morfología. En este espacio central se realizaban múltiples actividades, especialmente el entierro de algunos difuntos en cistas que permanecen visibles para los habitantes. Se ha podido comprobar que estas estructuras habitacionales eran ocupadas por largos periodos que pueden haber excedido los cinco siglos.
Estos núcleos habitacionales conformaban los asentamientos aldeanos, que variaban de unas pocas unidades dispersas, como vemos en El Sunchal o Mortero Quebrado (en Anfama) a numerosos conglomerados con alto grado de concentración como en El Pedregal (La Ciénega) o La Bolsa (Tafí).
En ocasiones las residencias eran destacadas con esculturas hechas en bloques de granito que representaban, en bajorelieve o en busto, motivos antropomorfos, zoomorfos o abstractos. Tradicionalmente conocidos como “menhires”, estos monolitos han sido reinterpretados como huancas, los dobles líticos de ancestros, claves para la apropiación de la tierra y la fertilidad en distintos contextos del mundo andino. En el sitio Mortero Quebrado, en los extremos más elevados del bosque montano de Anfama, se registró recientemente la talla de un camélido que da cuenta de esta práctica de veneración de ancestros, a su vez atravesada por un discurso político y económico de reproducción de la sociedad.
En el valle de Tafí, una gran extensión de terrenos cultivables comenzaba a ser transformada. Los campos eran despedrados, limpiando extensas superficies y generando masivos montículos de despedre, nivelados a partir de gruesos muros de contención e irrigados con simples sistemas de canales. En Anfama, así como en otros espacios de la vertiente oriental andina, las condiciones productivas del suelo y la mayor humedad permitían cultivar sin estructuras específicas, sencillamente limpiando parches del bosque montano de su cobertura vegetal original.
La particularidad de ambas modalidades de producción es la escala en la cual es construida y gestionada la infraestructura. A pesar de la extensión de áreas cultivadas, las unidades domésticas parecen haber manejado de manera bastante autárquica sus parcelas y los productos de las mismas. Las unidades de producción estaban claramente segmentadas por dispositivos materiales y los productos eran almacenados en el interior de las viviendas.
Estos elementos apuntan a la existencia de estructuras sociales muy laxas en las cuales el poder y los recursos estaban fragmentados en numerosas unidades cuyas identidades se reproducían en los entornos materiales de la vida diaria, liderados por los ancestros y sus referencias materiales.
Algunos materiales específicos indican la existencia de redes de interacción muy antiguas que vinculaban distintos espacios de los Andes. En casi todos los sitios trabajados se recuperaron desechos de talla e instrumentos (sobre todo puntas de proyectil) de obsidiana, una roca de origen volcánico. Muestras de esta materia prima fueron sometidas a análisis de procedencia y los resultados indican que provienen de Ona-Las Cuevas, una fuente presente en la Puna catamarqueña, a 240 km del área de estudio, y que presentó una extensa esfera de circulación en el NOA durante el periodo prehispánico. De manera que los habitantes de Tafí y Anfama se relacionaron con grupos asentados en los sectores puneños mediante relaciones de larga distancia (i.e. intercambios directos, caravaneo, alianzas, mecanismos de cooperación).
Las prácticas sociales que dieron forma a este periodo comenzaron a cambiar hacia el 1000 DC. Es posible visualizar en todo el territorio del Noroeste Argentino, y el Surandino, una serie de fuertes cambios que incluyen la aparición de grandes centros poblados en los valles altos y en la puna y la cristalización de nuevos patrones culturales con una idiosincrasia regional mucho más marcada que antes, configurando un mosaico complejo y radicalmente diferente al de las aldeas agropastoriles tempranas.
En Anfama y en Tafí observamos ocupaciones del segundo milenio, que son más esporádicas y dispersas que las del primer milenio, caracterizadas por una arquitectura novedosa constituida por unidades residenciales de patrón rectangular, en ocasiones en la forma de caza pozo. En sitios como Casa Rudi (Anfama) o La Bolsa 2 “Hanta” (Tafí) hemos registrado la aparición de una materialidad diferente, especialmente cerámicas de estilos santamariano y famabalasto asociados al Valle de Yocavil. Sin embargo, la introducción de estos elementos convive con las tradiciones artesanales locales.
Si bien las evidencias halladas hasta el momento son parciales, permiten pensar en una continuidad con las ocupaciones del primer milenio. De esta manera, los grupos humanos asentados en la zona habrían articulado diferentes relaciones con los objetos, entre sí y con otros grupos, incorporando algunos rasgos de los grandes núcleos poblados pero rechazando otros, manteniendo una autonomía local que permitía la reproducción social y material de la sociedad.
Arqueología hoy, para la gente de hoy.
Una de las principales objeciones de los comuneros de Tafí y Anfama para con la investigación arqueológica es que esta es visualizada como una disciplina dedicada exclusivamente al pasado, sin relaciones discursivas o prácticas con los pueblos del presente. Posicionado desde una mirada que plantea a la Arqueología como una herramienta que aporte a la lucha por el territorio y la reivindicación identitaria de las comunidades originarias, el EASCC, en colaboración con las Secretarías de Extensión de la FFyH y la UNC, viene realizando una serie de actividades tendientes a fortalecer dichos procesos.
Las principales demandas que surgieron tras una serie de encuentros formales e informales con distintos sectores de las comunidades apuntaban a incrementar el escaso conocimiento, hacia el interior y al resto de la sociedad, de las trayectorias pretéritas del pueblo indígena. En ellas era común el sentimiento del dominio casi absoluto en las currículas del sistema educativo de los procesos históricos metropolitanos en detrimento de las trayectorias locales, relegadas a breves menciones caricaturescas de los indígenas.
En este punto las investigaciones, someramente resumidas más arriba, se volvieron relevantes. Los resultados del equipo, y de equipos de colegas, fueron difundidos en diversos encuentros y cursos dictados a comuneros/as, estudiantes de las escuelas locales (hijos de comuneros o no), exposiciones en establecimientos educativos y prácticas experimentales de campo con estudiantes, que permitieron a las narrativas académicas “chocar” con un público muy distinto al que frecuenta aulas universitarias o sesiones de congresos. Sin embargo hubo temas muy bien recibidos, como la antigüedad de las ocupaciones aldeanas, los cultivos originarios, los entornos materiales de la vida cotidiana, entre muchos otros.
En el transcurso de esas instancias se hizo muy evidente la falta de material bibliográfico que contuviera una historia alternativa a la de las elites castellanas, tucumanas o rioplatenses. Esto desembocó en la publicación de tres pequeños libros de difusión destinados a integrar la historia regional, los procesos locales y memorias del pasado reciente de comuneros, que fueron incorporados por algunos docentes de las escuelas del nivel medio para enriquecer los conocimientos impartidos en los cursos. Igualmente, en virtud de complementar el recurso bibliográfico, se ha comenzado con la producción de materiales audiovisuales que permitan integrar y reproducir las distintas aristas de las problemáticas planteadas.
Estas experiencias obligaron a transformar las herramientas para comunicar contenidos y, al mismo tiempo, los contenidos mismos fueron enriqueciéndose. Las historias vertidas en las diversas instancias de difusión tenían la particularidad de haberse construido en base a la materialidad arqueológica que formaba parte de la cotidianeidad de la gente, y ese punto generó un interés inesperado. Las siguientes instancias comenzaron a incorporar visitas a sitios arqueológicos, lo cual decantó en un claro compromiso de la comunidad con la conservación del patrimonio y la toma de conciencia de que el territorio involucra numerosas dimensiones y que es una vía para defender los lazos con la tierra y con la historia.
En este contexto, la base de La Banda de la Comunidad de Tafí propuso la formación de una serie de circuitos arqueológicos comunitarios que involucraran una red de sitios en el Cerro Pelao. Destacando la importancia del patrimonio arqueológico y su potencialidad como recurso cultural y económico, en un contexto de fuerte desarrollo turístico e inmobiliario y de una persistente exclusión de los comuneros del mercado laboral formal, los circuitos han involucrado a un creciente número de agentes. Con apoyo de la Secretaría de Políticas Universitarias y de Toyota Foundation, se han relevado y mapeado los sitios, se trazaron las sendas minimizando el impacto en rasgos arqueológicos, cobertura vegetal y lugares de uso de comuneros, se confeccionó la cartelería explicativa y se dieron numerosos cursos para guías locales.
En este momento los circuitos se encuentran en una fase experimental en la cual diversos grupos escolares del valle de Tafí están accediendo y siendo guiados por algunos miembros del equipo de arqueología o por sus propios vecinos, incorporando en las guiadas discursos y conocimientos procedentes de ambas perspectivas. La implementación de esta estrategia y la incorporación de sitios a las relaciones prácticas de la gente, no sólo han incrementado el compromiso de los pobladores locales con la protección del patrimonio sino que ha fortalecido los vínculos con conocimientos académicos.
Algo para aportar
Las trayectorias reseñadas, construidas en el marco de proyectos arqueológicos con un importante apoyo de la Universidad Nacional de Córdoba y el CONICET, permiten afianzar los lazos entre la disciplina académica y los pueblos originarios, vinculando estrechamente la labor de las humanidades con las necesidades y demandas de la sociedad. Sin embargo, la pregunta original (y los remordimientos en torno a ella) se mantiene ¿El estudio de las prácticas sociales aporta algo al mundo o no tiene nada que decir? Las incertidumbres se agigantan en un contexto político en el cual la ciencia básica, en general, es desestimada y las ciencias sociales, en particular, son relegadas a espacios periféricos, para guardarlas en la caja de los “lujos” que no podemos darnos. Esos “lujos” son para muchos agentes excluidos una de las pocas herramientas fructíferas a su disposición para encontrarse en un mundo complejo y enfrentarse a él con dignidad.
Texto y fotos: Julián Salazar; Valeria L. Franco Salvi; Rocío M. Molar;
Juan M. Montegú; Dana L. Carrasco; Stefanía Chiavassa Arias;
Francisco Franco; Gonzalo Moyano; Agustina Vázquez Fiorani.
Integrantes del proyecto SECyT (UNC), radicado en el
Área de Historia del CIFFyH, «Paisajes centrífugos, articulación de
comunidades aldeanas y reproducción doméstica
en el primer milenio d.C en el
Piedemonte de las Cumbres Calchaquíes (Tucumán, Argentina)».