Construir memorias es un ejercicio colectivo

El 9 y 10 de marzo se realizaron las visitas y recorridos al Espacio de Memoria La Perla para ingresantes del curso de nivelación 2023, organizados por la Secretaría de Asuntos Estudiantiles y el Centro de Estudiantes de la FFyH. Esta propuesta institucional se retomó luego del intervalo provocado por la pandemia. Aquí, la crónica de una jornada «muy movilizadora».

«Fue una hermosa experiencia, muy movilizadora. Leer los relatos y transitar esos espacios de despojo, te interpela y te compromete con el cultivo de la memoria, la verdad y la justicia”, escribe Aldana, una de las estudiantes que participó del recorrido por el Espacio de Memoria y Promoción de Derechos Humanos La Perla, que la Secretaría de Asuntos Estudiantiles y el Centro de Estudiantes de la FFyH organizaron el 9  y 10 de marzo para lxs ingresantes del ciclo 2023.

Las visitas y recorridos pedagógicos al que fue uno de los campos de concentración y exterminio más importantes de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica –si se lo dimensiona por la cantidad de personas que estuvieron ilegal y clandestinamente detenidas ahí y fueron asesinadas y desaparecidas entre fines de 1975 y principios de 1979-, son parte de la propuesta institucional y política que la Facultad viene desarrollando desde hace años y que luego de un intervalo provocado por la pandemia, se retomaron este 2023.

El desafío era aún mayor en tiempos de negacionismo explícito, que resurgen en discursos y políticxs de derecha que impactan -sobre todo- en las franjas más jóvenes de una población que no vivió la dictadura ni sus coletazos –la gran mayoría ni siquiera había nacido cuando estalló la crisis del 2001-, y crecieron atravesados por la fugacidad de las redes sociales y la cultura algorítmica, para la cual el horror dictatorial parece la mismísima prehistoria.

Visitar y recorrer un ex campo de concentración, el dispositivo letal de un proyecto político que prohibió y clausuró todo, que secuestró, torturó, asesinó y desapareció personas por su compromiso y militancia –incluso sólo por lo que pensaban, leían, la música que escuchaban o cómo se vestían-, es un paso ineludible para que el Nunca Más no sea solo una consigna que interpela a los +40. A contramano de esa inercia de presente continuo, “sin historia”, que parece azotar a nuestras sociedades a escala planetaria, lxs pibxs que recorrieron La Perla se mostraron conmovidos, curiosos, reflexivos y magnetizados por conocer las entrañas de aquella maquinaria de aniquilamiento, no para revolverse en el morbo de un tiempo aciago y terrible, sino para comprender una realidad de la que empiezan a sentirse parte de manera activa y desean intervenir, transformar, mejorar.

Al corazón del infierno

El colectivo asoma por la loma que desemboca en la entrada del que fuera el campo de concentración más importante del III Cuerpo que comandó Luciano Benjamín Menéndez en sus tiempos más felices, cuando la desolación campeaba en la Córdoba que ya no era la del Cordobazo. Del transporte bajan jóvenes muy jóvenes, la mayoría de entre 18 y 21 años, que cursan las distintas carreras que se pueden estudiar en la Facultad de Filosofía y Humanidades. La primera impresión que dejan ver sus rostros es cierta timidez ante lo que pueda deparar el recorrido por lo que es un símbolo del terror dictatorial, reconvertido en espacio para la memoria desde 2006 en los papeles, y desde el 24 de marzo del 2009 de manera vivencial para el público. En una mañana diáfana y limpia que horas después mutará a un calor que parte la tierra, el círculo se arma para escuchar las palabras de bienvenida de Matías Capra, trabajador del Sitio que invita a un breve recorrido por el lugar que luego recorrerán detenidamente.

En silencio, de a grupitos más pequeños o en soledad, la treintena de estudiantes y las coordinadoras de la actividad, Candelaria Herrera y Rocío Molar, de la Secretaría de Asuntos Estudiantiles de la FFyH, se internan por dos de las propuestas más movilizadoras que propone este espacio de Memoria: “Presentes” y “Sobre Vidas”, la primera una muestra con casi 500 fotos de las personas desaparecidas en este campo –muchas de ellas intervenidas con palabras por familiares o amigxs-, y la segunda de objetos que pertenecieron a ex detenidxs durante su cautiverio, o que éstxs conservaron de compañerxs como resistencia al intento desaparecedor de sus verdugos.

Luego de ese primer acercamiento a la más brutal de las consecuencias del Terrorismo de Estado, el grupo se reúne en la sala donde una línea de tiempo pensada al revés –del presente hacia el pasado- destaca los hechos más sobresalientes que hicieron posible el paso de La Perla como campo de concentración y extermino a espacio de la memoria. “Vamos a hacer un recorrido pedagógico”, propone Capra, “una charla sobre el contexto histórico-político, un ejercicio de memorias porque esto no es un museo. Acá hacemos un ejercicio de memorias colectivo”. Propuesta que se irá confirmando y enriqueciendo con el aporte de lxs estudiantes, quienes consultan por la cantidad de víctimas, la fecha de inauguración como espacio de memoria, o porqué las personas eran llevadas a ese lugar. “¿A quiénes secuestraba la dictadura?» desafía Capra, y las respuestas se suceden con frescura y hasta ingenuidad: “A quienes tenían ideas”, “a quienes no tenían nombres”, “a un amigo de mi papá que era montonero”, “a una profesora de física”, “a quienes estaban contra el régimen”, “a cualquiera que tuviera un libro rojo”, “a los hombres que tenían el pelo largo”. Todas eran ciertas, pero había un hilo que unía a cada una de esas historias: su compromiso social, su militancia, la política, en sus múltiples facetas, desde la participación en un centro de estudiantes, un gremio, una fábrica, un partido político o una organización político-militar, como fueron Montoneros y ERP. “Hay algunos rasgos comunes de todxs lxs que pasaron por acá: la inmensa mayoría muy jóvenes, entre 17 y 21 años, varones y obreros en su gran mayoría. Son tres características que coinciden a nivel nacional en todos los campos de concentración. La mayoría eran trabajadorxs con participación política, lo que habla de un objetivo claro de la dictadura: el disciplinamiento social”, explica Capra.

Por la vivencia del comienzo, por el impacto que provocan todos esos rostros juntos en una misma sala, en blanco y negro, por la simbología que cargan esos retratos, la siguiente pregunta caía de madura: ¿Cuántas personas estuvieron secuestradas en La Perla? ¿Cuántas sobrevivieron? ¿Alguien quedó vivo? “Pocas” arriesgó uno, “Un tercio” dijo otra. “Menos del 10 por ciento”, respondió el coordinador. Traducido en números, tema espinoso si los hay por la complejidad que supone la clandestinidad de los operativos, habría entre 250 y 300 sobrevivientes de las 2500 personas que se estiman que estuvieron en La Perla y fueron derivadas a otros centros clandestinos, y un grupo mucho más reducido que llegó a estar entre uno y dos años secuestrado y desaparecido en el campo. Es lo que la justicia ha podido dilucidar a partir del testimonio de esxs sobrevivientes del horror, que fueron la base documental de los procesos orales que en Córdoba permitieron condenar a Menéndez y a los principales represores que estuvieron bajo su mando.

A modo de cierre, pero también como disparador de lo que seguiría en el recorrido, Capra preguntó: «¿Qué pasó el 24 de marzo”. “Derrocaron a la presidenta”, contestó uno. “Pero no fueron violentos, se llevaron a Isabel Perón, la detuvieron y se la llevaron”. Es cierto, con Isabel no fueron violentos, con el resto de la sociedad argentina no hubo límite alguno. Se intervinieron los poderes del estado menos el poder judicial, que igual controlaron, se prohibió la actividad política, la gremial, se intervinieron las universidades y las empresas del Estado, y se declaró el estado de sitio en forma permanente. Retenes militares paraban gente y pedían documentos en calles y rutas. Esa misma madrugada del 24 de marzo en Córdoba detuvieron y encarcelaron a las autoridades provinciales y municipales y más de 500 personas fueron secuestradas por las patotas de Menéndez, entre ellos, René Salamanca, líder sindical reconocido nacionalmente y se lo llevaron a La Perla, que ya funcionaba. Aunque los medios hablaban de “normalidad”, el país entero era un campo de concentración y se ponía en marcha el más criminal plan sistemático de desaparición de personas.

El circuito represivo

Frente a un mapa satelital y otro de Argentina marcado por muchos puntos azules, el guía gesticula, explica, apunta en el mapa. Además del territorio nacional, alcanza a verse un gran territorio y un punto pequeño. “Esto que ven acá es donde estamos ahora, esto es La Perla, ubicada en un predio de 15 mil hectáreas que pertenecía y pertenece al Ejército”, señala. “Y estas otras fotos son todos los centros clandestinos que funcionaban en Córdoba”, agrega. Están La Perla, La Ribera y la D2, los más conocidos, pero también hay comisarías, puestos policiales y hasta quintas, lo que confirma que la represión llegó hasta el hueso. “Como charlamos recién, el día del golpe hubo muchos secuestros, porque la sociedad estaba infiltrada desde antes, con el Navarrazo, en febrero de 1974, dos años antes del golpe, empezó un proceso de infiltración, de inteligencia de la policía y luego de los militares. El 24 de marzo había listas de personas que fueron a buscar y los traían fundamentalmente a La Perla, la Ribera y el D2 de la policía, en el Cabildo Histórico, en pleno centro de la ciudad”.

La tortura infinita

Atentos, pensativos, el grupo camina hacia el corazón del campo de concentración: la cuadra. “Esta es la celda de La Perla, acá traían a las personas secuestradas, vendadas, y las recibían con golpes y todo tipo de violencias. Los represores ya sabían quiénes eran lxs que llegaban, por ese trabajo previo de inteligencia que hacían. Les daban un número y perdían su identidad, como en los campos de concentración nazis, pasaban a ser un número”, explica Capra. Salvo los represores, nadie sabía a dónde estaban las personas secuestradas, ni ellas a que infierno habían llegado. Todo era clandestino, ilegal, parte de un plan diseñado al milímetro con meses de anticipación, en el marco de lo que los militares llamaron “guerra antisubversiva”, doctrina aprendida del ejército francés para aniquilar cualquier proyecto revolucionario que surja en la población.

En la sala antes del ingreso a la cuadra propiamente dicha, hay frases escritas por sobrevivientes, girones de una vida triturada por la violencia infinita. Lxs chicxs miran, leen, piensan, hablan bajito. El guía invita a recorrer ese rectángulo largo y siniestro, que en todo el 76 y buena parte del 77 fue una picadora de carne: centenas de personas amontonadas y tiradas en colchonetas, con los ojos vendados, muertxs de hambre y de frío, esperando no ser el próximo número que anunciaba el carcelero de turno. En la inmensa mayoría de los casos, eso significaba subir al camión y terminar fusiladxs en los predios de La Perla. Tal vez por esa historia tan terrible, la densidad del lugar sacude, estremece. Algunos escritos en las paredes dan cuenta de ese sufrimiento colectivo. Pequeños altares buscan redimir a las víctimas. En ronda, Capra cuenta que a pesar de tamaña maquinaria destructora, en ese lugar hubo resistencias por parte de lxs secuestradxs: conseguir un libro, atesorar un objeto del compañerx que se llevaron, soltarse la venda de los ojos de a ratos, cantar, jugar al ajedrez, reclamar una mejor comida, poder ir al baño, discutir con sus verdugos. Y hasta disidencias y zonas grises entre los propios represores. Como testimonio de esas luchas cotidianas por sobrevivir, tres estudiantes leen fragmentos escritos por tres mujeres sobrevivientes, claves en los juicios que muchos años después de los hechos condenaron a los represores: Teresa “Tina” Meschiatti, Liliana Callizo y Ana Mohaded, actual Decana de la Facultad de Artes de la UNC.

La complicidad civil, la pata que falta

Antes del cierre, el recorrido continúa por lo que fue la sala de tortura, ubicada en el galpón de automotores donde los represores guardaban y arreglaban los autos con los que hacían los secuestros, y repartían los objetos que robaban de las casas de sus víctimas. “La sala de tortura era pequeña y tenía una puerta de chapa original, pero como los sobrevivientes o sus familiares querían ver cómo había sido ese lugar, la justicia habilitó una puerta de vidrio”, cuenta Capra, previo a adentrarse en el modelo económico, el otro gran objetivo de la represión. “Adentro van a poder ver una muestra que hicieron investigadoras de su Facultad, en la que queda claro que el objetivo de la dictadura fue instalar un modelo económico liberal, financiero, anti obrero y anti nacional, en beneficio de las grandes empresas. Los nombres siguen siendo los mismos: Cavallo, Martínez de Hoz, Macri, Blaquier, del ingenio Ledesma…” El mismo rey del azúcar que falleció a los 95 años el 13 de marzo, procesado pero sin ser condenado por su complicidad en los secuestros de alrededor de 400 personas, 55 de las cuales continúan como desaparecidas. “Es la parte que nos falta juzgar, la complicidad civil”, reconoce Capra. El hijo de Antonio Bussi, el temible comandante y gobernador de facto en Tucumán en los años más sangrientos de la dictadura, hoy es socio político de Javier Milei, quien trabajó como asesor del padre represor y es una de las voces negadoras del Terrorismo de Estado. Muchos de aquellos civiles, dueños o gerentes de grandes empresas, apoyaron abiertamente a Menéndez cuando se lanzó a la política una vez retirado del ejército. Los mismos que crearon en 1977 la Fundación Mediterránea, la principal usina ideológica neoliberal que sigue marcando y definiendo las políticas de Córdoba. Una de esas empresas, de las más importantes del mundo y larga historia en la Provincia es Fiat, que tuvo una política de persecución gremial asfixiante, como contó una de las estudiantes: “Mis dos abuelos trabajaban en Fiat y a uno le reventaron la casa, le pusieron una bomba en el baño porque uno de mis abuelos tenía revistas que no estaban permitidas por la dictadura. Entonces, yo llego acá y pienso que otros pueden no conocer a sus familiares, por eso estoy muy conmovida y convencida de la necesidad de militar y participar. Si no hacemos algo, no hacemos nada, hay que aprender y construir conciencia”.

Una experiencia enriquecedora

Antes de partir el grupo recorre varias muestras –fotográficas de los juicios, de objetos, de afiches, de legajos de los represores- , situadas en el galpón y se reúne para compartir su devolución en la sala de la línea de tiempo. La pregunta que ronda es quién pudo sobrevivir a semejante horror y porqué: “La patota decidía quienes subían al camión de la muerte y quienes no, los famosos ‘traslados’, un eufemismo que implicaba muerte y desaparición. Y los pocos que se salvaron quedaron en libertad vigilada cuando salieron de La Perla, control que se extendió hasta los años 90. Hasta no hace mucho tiempo, nadie estaba en libertad”. ¿Y cuál era el criterio para decidir quién vivía?, preguntó Lucía. “No hay características comunes en los sobrevivientes, era arbitrario, no hay reglas y eso tienen que ver con el ejercicio del poder, del poder absoluto que los represores sentían y ejercían», respondió Capra.

¿Y qué pasó con esos otros que pasaron por acá pero no están desaparecidos ni muertos y no integran el pequeño grupo de sobrevivientes?, interroga Tomás. “El ejército hizo listas, hay cinco libros en los que se llevaba el registro de los secuestrados y detenidos, incluso pusieron a detenidos a hacer ese trabajo. Y cada libro se hacía por triplicado, las fuerzas armadas llevan registro de todo, pero esos libros no los hemos podido encontrar, se dice que los quemaron…, no se sabe. Acá están las fotos de 500 desparecidos y se calcula que hay 250/300 sobrevivientes, faltan 1500 personas que estuvieron acá y no sabemos quiénes son y qué pasó con ellas. Es un trabajo que hay que seguir haciendo”, afirma el trabajador de La Perla, a modo de cierre. El grupo aplaude, agradece y se sube al colectivo. Las coordinadoras invitan a compartir sus sensaciones, que muchxs aceptan con gusto. Esas opiniones son muy valiosas para lxs organizadorxs de la FFyH, pero también para lxs trabajadorxs de los Sitios:

“Ir a La Perla fue una gran experiencia, entrabas en los sitios y transmiten sensaciones sobre lo vivido, sentis de una forma a las personas que sufrieron represión”, escribe Giuliana.

“Siendo sincera, fue una actividad muy linda, les agradezco mucho por el hermoso momento y la buena onda”, comparte Abril.

“Me gustó bastante la experiencia, espero que a lo largo de la carrera sigan estando estos viajes didácticos”, sostiene Tomas.

“Muy interesante la visita para poder acercarnos de muy buena manera a nuestra historia reciente”, dice Massimo.

“Muy buena la experiencia y organización. Estos son los viajes que valen la pena repetir cada ingreso”, resalta Juan.

“No tengo ninguna sugerencia, más que decir que me gustaría repetir la experiencia”, confiesa Agustina.

“Me pareció una propuesta genial y muy necesaria la de visitar La Perla. Personalmente desde hace años quería ir, pero por una cosa u otra nunca tuve la oportunidad. Me alegra que haya sido con la facultad. Sobre todo porque, si bien son cuestiones pertinentes a todes, como futuros profesionales en el campo de las humanidades no podemos dejar afuera experiencias que nos interpelan en la lucha por los derechos y la reconstrucción de la memoria. Muchas gracias por este tipo de espacios y toda la dedicación y trabajo detrás”, reflexiona Ana.

“Es muy importante mantener nuestra memoria activa. Son situaciones que no debemos olvidar y actuar en función de ellas. Respeto a los DDHH ante todo. Valoro muchísimo este tipo de actividades impulsadas por la facultad”, comparte Andrés.

“Fue un recorrido muy completo, me sirvió mucho para conocer cosas de las cuales no era tan consciente y me generó sensaciones que me conectaron un poco más con la historia. Me gustó mucho, lo volvería a hacer”, dice Anna Sofía.

“Muy bueno el recorrido histórico por el Espacio para la Memoria La Perla y además la posibilidad que nos dio el coordinador de que no sólo sea una charla informativa sobre los hechos que han sucedido en el lugar, sino que haya sido un ida y vuelta de preguntas con las que ya teníamos, las que fuimos desarrollando en el recorrido y respuestas que nos supo dar”, agradece Josefina.

“Fui con la idea de conocer algo mas de las historias que mis padres me contaron sobre la dictadura, yo nací en el 79 (ellos eran estudiantes universitarios en ese entonces) hoy, antes de ir yo a la Perla, mi mamá me dijo: busca el nombre de Diana Triay, (tía de mi mamá que desapareció al parecer en Buenos Aires) al llegar leí todos los nombres y no la encontré , luego no pude entrar a donde era el área donde dormían, me causó un peso terrible… ya regresando busqué en internet su nombre y la encontré en el repositorio, en un doctorado que se hizo sobre mujeres en el PRT-ERP. El trabajo se llama «tras las Huellas de Diana Triay» aun no termino de leer, pero también me impresionó leer sobre mi tío Héctor Johnson… cosas que quiero comentarlas con mi familia. Fue una experiencia muy reflexiva. Muchas gracias por hacernos participar de la visita”, destaca Diana.

“Está buenísimo el viaje, quizás debería abarcar otros años y no solo el ingreso. Asimismo generar más difusión para que genere interés porque es súper interesante, pero la gente por desconocimiento no accede”, pide Melanie.

Recuperando esas opiniones, desde la SAE creen que “este tipo de visitas a los sitios de memoria, pensados específicamente para les estudiantes del ingreso, son una buena manera de darles la bienvenida a nuestra Facultad y, fundamentalmente, a una tradición de reflexiones que atraviesan nuestro quehacer como profesionales de las humanidades. Un modo de construir saberes, de reflexionar activamente sobre nuestro pasado pero también sobre las prácticas políticas actuales, asumiendo un fuerte compromiso educativo y político como institución con las luchas de las Abuelas, las Madres, lxs Hijxs y las organizaciones que hicieron que hoy podamos conmemorar 40 años de democracia ininterrumpida”.

Lucía Crinejo, secretaria de Derechos Humanos del Centro de Estudiantes de la FFyH, sostiene que como estudiantes de Humanidades “es fundamental que podamos invitar a lxs compañerxs que están haciendo el ingreso a habitar este espacio en el que seguimos construyendo memorias colectivamente. En el marco del 24 de marzo se vuelve crucial reflexionar sobre las luchas que como sociedad seguimos dando por Memoria, Verdad y Justicia”.

Abonar esas luchas, alimentar las memorias y aprender de la historia resulta imprescindible  para combatir el negacionismo que, no casualmente, se intenta reinstalar desde las usinas políticas, económicas y mediáticas que tuvieron participación o complicidad con la dictadura, que las investigaciones y memorias construidas colectivamente permitió definir como “cívico-militar-eclesiástica”. Lxs jóvenes estudiantes que recorrieron La Perla nacieron en el siglo XXI. Su curiosidad e interés por conocer las entrañas de la principal arma de destrucción de aquel proyecto aniquilador cívico-militar-eclesiástico, son una señal potente de que los derechos humanos deben y pueden ser el umbral de una sociedad con justicia, libertad y distribución de la riqueza, la utopía de los que padecieron el cautiverio de La Perla y de quienes hoy vuelven a izar esas banderas.

Por Camilo Ratti
Fotografías: Pablo Giordana

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