Palabras sencillas

Laura Devetach fue la invitada especial de las primeras jornadas sobre libros para chicos y chicas que se realizaron el 16 de noviembre, con más de 200 participantes. “Aparentemente palabras sencillas, escritas en un momento particular, suelen decir muchas cosas”, dijo la escritora  censurada durante la última dictadura, en el marco del homenaje que le brindó el PROPALE, tras la intervención del decano de la FFyH, Juan Pablo Abratte.

Apenas se supo que Laura Devetach sería la invitada especial de “Las primeras jornadas sobre libros para chicos y chicas”, buena parte de los profesionales que trabaja en el terreno de la literatura infantil se hizo eco de la noticia  y se movilizó para estar presente. Así, desde temprano, escritores, profesores, artistas, ilustradores, docentes y personas especializadas en la literatura para niñxs, colmó las instalaciones del auditorio Hugo Chávez del Pabellón Venezuela, no sólo para ser parte de las distintas propuestas contempladas durante las Jornadas, sino también para escuchar o conocer personalmente a una de las autoras argentinas, que a lo largo de su trayectoria, supo imprimirle otro cariz a los contenidos de las producciones dirigida a los más pequeños.

Nacida el 5 de octubre de 1936, en la ciudad santafesina de Reconquista, Laura se desempeñó como escritora, poeta, docente y narradora, revalorizando el concepto de la literatura infantil como una literatura en sí misma.  Durante muchos años, desarrolló su profesión en la provincia de Córdoba, no sólo como escritora, sino también como creadora de obras teatrales y de guiones para radio y televisión. En 1976, la dictadura cívico militar prohibió su libro de cuentos La torre de cubos, porque consideraba que tenía «graves falencias» y “giros de mal gusto, simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales, objetivos no adecuados al hecho estético, ilimitada fantasía, carencia de estímulos espirituales y trascendentes», además de calificar que «el libro criticaba la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad».​

Estos aspectos, señalados por el decreto de censura, se referían principalmente a uno de los cuentos más conocidos de Laura, llamado La planta de Bartolo, donde el personaje principal, planta un árbol que como fruto da cuadernos. Bartolo se pone contento ya que puede regalar los cuadernos a los chicos para que estudien, debido a que los mismos se venden muy caros en el pueblo, porque su comercialización está monopolizada por un siniestro, adinerado y oscuro personaje. Éste intenta comprar la planta de Bartolo, sin lograrlo. Es por ello que acude al ejército y la policía para quitarle la planta por la fuerza, cuando llegan los chicos y animales del pueblo e impiden esta acción.

Así fue como después de marzo de 1976, La Torre de Cubos se prohibió primero en la provincia de Santa Fe, después en Buenos Aires, Mendoza y en la Patagonia, hasta que el decreto de la censura se extendió  de manera sombría hacia todo el país. “A partir de ahí la pasé bastante mal – ha contado la propia Laura en distintas entrevistas –.  “Porque no se trataba simplemente  de una cuestión de prestigio académico o de que el libro estuviera, o no, en las librerías. Uno tenía que vivir con un Falcón verde en la puerta. Yo trabajaba en Córdoba en aquellos tiempos y más de una vez tuve que dormir afuera”. Frente a ese clima de tanta hostilidad, cuenta, “en ese tiempo con mi marido (Gustavo Roldán) decidimos irnos a Buenos Aires en busca de trabajo y anonimato. Durante todo ese período también quise publicar y nunca pude”.

Han pasado más de cuatro décadas de aquellos hechos, donde el terror y la censura eran parte de las doctrinas del miedo y el adoctrinamiento político para que nadie se revele o piense distinto. Y pese a ello, Laura Devetach jamás renunció a trabajar en el campo de las letras, apostando a la creatividad, la libertad,  la imaginación, la belleza y el rescate de sonidos, mediante un lenguaje directo y genuino.

“Lo que él dijo, es cierto”  

El homenaje a Laura se realizó pasadas las 18 horas, con un público que colmó la capacidad del auditorio Presidente Hugo Chávez.  De manera previa, la escritora tampoco se privó de saludar, regalar sonrisas y firmar libros a docentes y amigas que así se lo requerían. Dentro del auditorio, la ceremonia  estuvo presidida por Suny Gomez, quien recordó los  años que lleva el programa de extensión PROPALE  y los diez que habían transcurrido desde que a Laura Devetach fue reconocida en la UNC con el premio Doctor Honoris Causa.

Con la moderación de Cecilia Pacella, más tarde Florencia Ortiz y Lucía Robledo leyeron textos cálidos donde se reconoció la calidad y belleza de toda obra de Laura. Además de valorar y reconocer la generosidad de la escritora al permitir que la editorial La Sofía Cartonera reedite y vuelva a poner en circulación el libro Viva el Canguro, escrito durante aquellos años en que Laura Devetach trabajaba en Córdoba, en como guionista en los estudios de los SRT.

Pero quizás, uno de los momentos más sentidos de esa tarde, fue cuando intervino de manera oportuna, Juan Pablo Abratte.  Con voz pausada, el decano la Facultad de Filosofía y Humanidades,  además de reconocer el trabajo de quienes habían hecho posible la realización de estas primeras Jornadas, también  expresó el orgullo que significaba contar con la presencia de Laura Devetach en la FFyH. En ese contexto, se permitió contar que hacía unos meses, en el ámbito del Consejo Superior de la UNC, se produjo una discusión respecto a los materiales que la CTERA había propuesto para trabajar con las escuelas de nivel inicial, en el día el Detenido Desaparecido, con relación al caso Santiago Maldonado.

“Más allá de los avatares de esa discusión –dijo–, uno de los temas que se debatieron fue el carácter de los materiales producidos por el gremio docente, y en particular, los que estaban destinados al Nivel Inicial. Se cuestionaba el tipo de material y las actividades que se sugerían. Al analizar los materiales, nos encontramos con tres textos “Irulana y el Ogronte” de Graciela Montes, «Un elefante ocupa mucho espacio» de Elsa Borneman y La planta de Bartolode Laura Devetach”.  (Leer La planta de Bartolo).

“En el material de CTERA se proponían preguntas  a partir de la lectura de ese texto: ¿Existen las plantas de cuadernos? ¿Cómo se consiguen los cuadernos? ¿Se regalan o venden? Comparando con la situación de los Pueblos Originarios. ¿Las tierras de Pueblos Originarios de quiénes son? ¿Se venden? Una  vez  finalizada la lectura, sugería el material, podrá dedicarse un momento más a la reflexión oral sobre: La actitud de Bartolo y sus ganas de repartir cuadernos  a lxs niñxs que no tenían  más  cuadernos  y  salían muy caros. También la felicidad de Bartolo y los niñxs al tener cuadernos nuevos y lindos. Y por qué se enojó el Vendedor de Cuadernos”.
“Así también, el cuento resulta un disparador para pensar ¿qué hacía Santiago Maldonado en el sur?, ¿A quién estaba acompañando y por qué? Se puede trabajar a partir de la lectura las siguientes ideas: modos democráticos  -consenso, votación, autoridad que resuelve modos autoritarios imposición, violencia,  golpe, etc-.  Y sobre todo, trabajar el concepto de solidaridad”, señaló Abratte.

“La discusión sobre el sentido político y pedagógico del material fue extensa en el ámbito del Consejo Superior.  Pero La planta de Bartolo es, a mi juicio, una interesante metáfora sobre la Universidad Pública, sobre el conocimiento y también, por qué no, sobre el lenguaje”, subrayó el decano.

“Pareciera que en estos tiempos hay distintos “vendedores de cuadernos”, que hace rato que han advertido que “La planta de Bartolo” es “buen negocio en otras partes”,  y quieren ofrecernos  un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores; una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad; Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes; hasta una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja. Cuando nos pregunten ¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos? Sería fundamental, indispensable, que respondiéramos como el buen Bartolo: “Nada. No la vendo”.

De manera inmediata, un aplauso cerrado se desató dentro del auditorio. Y al mismo tiempo, la mirada serena de Laura se aguó de emoción. Luego, se produjo un espacio necesario para un silencio breve y de manera suave Laura acercó su rostro blanco al micrófono.

“Aparentemente, estas palabras sencillas, escritas en un momento tan particular de nuestra historia, suelen decir muchas cosas” dijo. “Muchas veces, ante la inquietud de indagar sobre las razones de por qué habían prohibido ese libro, alguien me contestó que nunca nadie había descripto tan bien al sistema capitalista. Pienso entonces que muchas veces es necesario pasar en limpio la historia, como esta vez, mediante estas palabras sencillas, lo acaba de hacer este muchacho, nuestro decano.  Y lo que él dijo, es cierto”.

Las primeras jornadas sobre libros para chicos y chicas, que se extendieron con un brindis hasta pasadas las 20 hs, estuvo organizada por Secretaría de Extensión de la FFyH; La Sofía Cartonera; el PROPALE; el Programa Jóvenes y Memoria; la Escuela de Letras de la FFyH y la cátedra de Enseñanza de la Literatura de la Escuela de Letras FFyH-UNC.

Texto y fotos: Irina Morán

La planta de Bartolo 

El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.

Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos.

Eran cuadernos hermosísimos, como esos que les gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.

Bartolo palmoteó siete veces de contento

y dijo:–Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!

¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:

–¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!

Y los pobres chicos no sabían qué hacer.Bartolo salió a la calle y haciendo bocina

con sus enormes manos de tierra gritó:

–¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos

nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos! Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.

Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto. Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los

chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.

Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco Toc!

–Bartolo –le dijo con falsa sonrisa atabacada–, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.

–No–, dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.

–¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.

–No.

–Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.

–No.

–Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.

–No.

–¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?

–Nada. No la vendo.

–¿Por qué sos así conmigo?

–Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.

–Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.

–No.

–Pues entonces –rugió con su gran boca negra de horno–, ¡te quitaré la planta de cuadernos! –y se fue echando humo como la locomotora. Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.

–¡Sáquenle la planta de cuadernos!–, ordenó. Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos. Todos rodearon con grandes risas al Vendedor de Cuadernos y cantaron “Arroz con leche”, mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones.

Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.

–¡Buen negocio en otra parte!–gritó

Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.

Laura Devetach  / Del libro “La torre de cubos”.