Opinión

La violencia popular como acción política: el Cordobazo

 

Más allá de la importancia de mantener viva la memoria, ¿para qué repensar el Cordobazo hoy a cuarenta años? En estos días se ha reflexionado mucho sobre ese acontecimiento , sobre los distintos actores y formas adoptadas por esa acción colectiva. Me gustaría, sin embargo, subrayar una de esas modalidades, la de violencia popular como acción política y distinguirla de otros tipos de violencia política –la guerrillera o terrorista (en sus distintos tipos)- con los que generalmente se la ha asociado. Con esto pretendo, también, superar ciertas dicotomías establecidas e implícitas en la opción política y/o violencia , para pensar las condiciones o situaciones en que la política puede asumir la forma de violencia popular. Entiendo por violencia popular la que aparece como una interacción expandida, que se difunde y suma a distintos actores y sectores sociales, más allá de los autores iniciales de los daños o de los colectivos emprendedores. Es necesario advertir que no se utiliza aquí como violencia “del pueblo”, dotado éste de cierta homogeneidad o unidad, como un cuerpo naturalmente resistente a la opresión, ni con el sentido de contraponer violencia de “abajo” a una violencia “de arriba”, sino que el término es usado para dar cuenta de la heterogeneidad, de las distintas violencias colectivas que pueden anudarse en un momento dado dentro de una trama particular. De este modo puede pensarse en el Cordobazo como una acción colectiva que, sin excluir otros formatos, se destacó como violencia popular con un fuerte contenido político.

Ahora bien, ¿qué mecanismos o condiciones propician las respuestas violentas? A pesar de los distintos tipos de violencia colectiva, podrían indicarse como procedimientos comunes: la activación de las divisorias por parte de emprendedores políticos que operan sobre identidades preexistentes; la capacidad de conectar, coordinar y representar a los reivindicadores pero también de nuclear a otros actores previamente moderados o no comprometidos; el crecimiento de la incertidumbre a ambos lados de la línea divisoria acerca de las probables acciones de los otros y la percepción de ruptura de acuerdos sociales previos, lo que genera representaciones de afectación.

Relacionado con lo anterior aparece, entonces, otro elemento clave para entender la movilización que puede adoptar una forma violenta, el de la construcción social de afectación , que generalmente se asienta en cambios o dislocaciones en la estructura, en cuestiones objetivas pero no sólo en ellas que hacen posible conformar una representación de injusticia.

Entonces, para comprender la violencia colectiva desplegada en el “Cordobazo”, es necesario considerar los cambios estructurales producidos en la década previa así como la experiencia acumulada por los trabajadores, en especial la de los sindicatos líderes de Córdoba, que había sido la de permanente movilización a través de las estructuras formales de los sindicatos, manteniendo una estricta disciplina sindical como medio de conseguir sus reivindicaciones. Hacia el final de la década, el endurecimiento de la posición del gobierno y de algunos empresarios se sumó a una crisis en el sector más dinámico de la economía, derivada de los cambios tecnológicos y de la concentración del capital. Esto fue acompañado de la negativa patronal y del gobierno a conceder los reclamos de los trabajadores. Las movilizaciones del movimiento obrero cordobés fueron simultáneas al repunte del activismo estudiantil, reaparecido como fuerza política a partir de su colaboración en las campañas sindicales de la CGTA –esto es importante porque surgieron referentes capaces de unificar la oposición- por cuestiones estructurales y también coyunturales. De este modo p odría decirse que, para fines de 1968, los principales emprendedores políticos fueron los gremios y sectores políticos reunidos en la CGT de los Argentinos, con bases importantes en el interior del país. Así, la idea de la distinción, fundamental para definir una identidad, se fue afirmando entre los trabajadores de Córdoba relacionada con un discurso antiburocrático ante cierta actitud apreciada como conciliadora en los dirigentes nacionales. Por otra parte, el “Cordobazo” también significó probar los límites, abrió una línea de incertidumbre que poco a poco sería aprovechada por otros actores, al abrirse un ciclo de protesta. La violencia propia de manifestantes agredidos se convirtió luego de la muerte del obrero del SMATA –Máximo Mena- en una destrucción coordinada, donde parecía que todos sabían qué hacer aunque no se hubieran dado instrucciones, activando redes previas e incorporando a moderados que nunca antes habían participado. De este modo, desde afectados por derechos económicos y sindicales perdidos, por injusticias intolerables como las muertes de estudiantes y obreros y por derechos políticos conculcados, se fueron aglutinando demandas de restitución de la comunidad política de las que habían sido privados, comenzándose también a esgrimir propuestas de creación de comunidad política de manera alternativa y por otras vías diferentes a las institucionalizadas, como la de la toma del poder por las armas.

Lo que comenzó como una protesta social, fue convirtiéndose en un movimiento político. Pero en él no había identidad de objetivos y estrategias. Un problema de los estudiosos de los comienzos de los '70 ha sido el de centrar la atención en una de las formas de la violencia política, la de las organizaciones armadas, porque efectivamente se convirtieron en los actores novedosos y paradigmáticos de los '70, opacando la importancia de otras estrategias. Así guerrilla y clasismo fueron sinónimo de los '70, dentro del clima de radicalización ideológica y de posibilidades revolucionarias, menospreciando otras propuestas de acción política. Creo, sin embargo, que el analizar cuándo, en qué contextos, la protesta social puede convertirse en violencia popular como acción política es una de las tantas razones para reflexionar hoy acerca del sentido del Cordobazo, no para pensarlo como mito revolucionario y desterrar la violencia como algo del pasado, por las connotaciones trágicas que tuvo, sino para que al comprender sus factores activadores puedan ser éstos neutralizados como forma de acción política.

Mónica Gordillo

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