Entrevista a Christian Ferrer

“El espectáculo es aquello que derrota a la vista”

 

La frase es de Christian Ferrer, ensayista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de  de la UBA, quien vino a Córdoba en abril de este año para participar en el encuentro internacional “Dilemas de la Cultura. La tentación de las ideologías contemporáneas”, organizado por el Centro de Investigación de la Facultad de Filosofía y Humanidades, el Centro de Estudios Avanzados y la Prosecretaría de Relaciones Internacionales de la UNC. En diálogo con Alfilo, el autor de Baron Biza, el inmoralista, se detuvo en la caracterización de la cultura actual, a partir de la descripción de dos de sus componentes medulares: la técnica y el espectáculo. Según Ferrer, esta dupla cumple una función paliativa en el presente. Nos ayuda a olvidar la cantidad infernal de sufrimiento que concentran nuestras vidas. Sus palabras –corrosivas y eficaces- abren a un mundo de imágenes conocidas por todos, pero negadas. “Vivimos asediados por el aburrimiento, el tedio, la soledad, las desdichas, la falta de placer. Vidas así necesitan un equilibrio”. En su argumentación, el confort  y la técnica proliferan entonces como “acolchonadores” de la existencia. Ferrer recorre con agudeza las formas inusitadas que adoptan el dolor y la redención en la era del consumo. Habla con profunda sensibilidad sobre nuestro “déficit de vida espiritual” y del amor como salvación.

Su conferencia se tituló “Titanismo. Técnica y espectáculo en la vida moderna”. Por un error de imprenta, la primera palabra de esta frase apareció en algunos programas impresa como tiranismo. “Buenísimo acto fallido”, comentó en el arranque de la conversación.

- ¿Por qué titanismo?
- Los titanes eran una figura de la mitología griega. Es decir, una raza poderosa que se sublevó contra Zeus y los dioses. Los titanes fueron derrotados y castigados por Zeus, pero durante un momento parecía que eran vencedores. La palabra “titán”, por otra parte, alude a un poder inmenso, indesafiable. Es decir, algo tan gigantesco y tan poderoso que pareciera que es inútil toda resistencia y todo intento de luchar contra él. Tomé la palabra de la antigua mitología griega. En cierto sentido, la figura del titán fue recuperada en la Modernidad en términos técnicos. El hierro es titánico. El acero, la energía, el poder del átomo, la bomba atómica, los Estados Unidos son titánicos. El barco más grande del mundo, en su momento, se llamó justamente “Titanic”. Creo que el siglo veinte ha sido un siglo de titanes.  Las artes y la guerra se volvieron inmensamente poderosas y desmesuradas. No sólo la bomba atómica, ya un tanque de guerra asume esa forma acerada y poderosa. No sé cómo va a ser el siglo veintiuno o el veintidós, pero el siglo veinte claramente ha sido un siglo de titanes. También en relación al espectáculo, no solamente a la técnica, que moldea nuestra vida cotidiana y ejerce una pedagogía sobre nosotros, una erótica incluso. No sólo nos enseña a manejarnos funcionalmente en el mundo, sino que nos seduce con su diseño y su poder.

- ¿Esta definición de lo titánico puede aplicarse del mismo modo al espectáculo?
- El espectáculo también asume formas titánicas, sobre todo a partir de la aparición de la televisión e internet. El espectáculo es omnipresente las veinticuatro horas al día y a trescientos sesenta grados alrededor nuestro. Es, por decirlo así, lo que no puede dejar de mirarse. Y, al mismo tiempo, el espectáculo es aquello que derrota a la vista. El viejo mito griego de la medusa gorgona. La medusa es una mujer con una cabellera llena de serpientes y que ningún hombre podía mirarla. Quien mirara la cabeza de la medusa moría por su mirada. Era alguien indesafiable. El espectáculo tiene algo de eso. No se puede penetrar en su principio rector, en su forma de construcción. Sólo se puede admirar, de lejos, a la distancia. No importa que esa distancia sean tres metros hasta el televisor. Simula una envergadura y un poder titánico. Porque el espectáculo exige ser juzgado solamente en términos estéticos, no en términos morales o políticos. Las audiencias lo juzgan según les gusta o no les gusta. No, según si es bueno o malo, progresista o no progresista. Es decir, según si confirma mi gusto o no lo confirma. Además, la audiencia juzga el espectáculo según regocije a su psicopatía. Las personas viven vidas dañadas. Yo creo eso. Todos vivimos vidas dañadas. Asediados por el trabajo extenso, laborioso y agotador. Un trabajo que no llena nuestras vidas. Vivimos asediados por el aburrimiento, el tedio, la soledad, las desdichas, la falta de placer. Vidas así necesitan un equilibrio. Exigen, incluso, una compensación, un consuelo. El espectáculo es un enorme consuelo para las personas. Un circo romano descomunal. Todas las personas lo necesitan, porque sin eso la vida sería incolora, inodora, insípida. Carecería de ritmo y sonoridad. Pero, al mismo tiempo, el espectáculo fija a la persona en su vida cotidiana de un modo tal que no vive una vida, si no que la vive por interpósita persona. Consume el espectáculo, en vez de ser él parte de una fiesta o ceremonia que le redima la capa de alienación que destruye su vida. Yo no sé si la mayor parte de las personas, si les dieran a elegir, quisieran reencarnarse de vuelta y tener la misma vida. Sí querrían ser ellas mismas. No sé si tener la misma vida. La vida es dura, difícil, y la cantidad de sufrimiento siempre es superior a la de los placeres. Es una balanza desequilibrada.

- ¿Eso ocurre como producto de la vida en la ciudad moderna?
- En la ciudad moderna es así. Creo que desde siempre también ha sido así. El sufrimiento es históricamente antiguo. Las formas de consuelo cambian. Las formas de redención, de salvación y de sufrimiento. El cristianismo fue una explicación y un consuelo muy poderoso durante muchísimo tiempo. Hoy ya no está activo. Las formas de consuelo de la vida moderna son, en cierta medida, tecnológicas y están asociadas al confort. La persona se pertrecha en su hogar, en el cual se refugia como si estuviera en una cápsula o en un estuche. Y se llena de objetos, de bienes de consumo, que son su índice de la felicidad. Puede mostrarlos: “He aquí lo que me sostiene. Tengo todas estas cosas. Puedo consumirlas. Puedo comprarlas. Además, necesariamente, hay que renovarlas”. Me parece que la persona busca el confort como un “acolchonador”, como un amortiguador de la existencia. Y la técnica le ofrece eso. Le ofrece esparcimiento, pasatiempos, comodidad. Pero todo eso se puede derrumbar fácilmente. Todos estamos expuestos al naufragio, por pérdida del honor, de la amistad, de un amor… por desgracias enormes que pueden caer sobre la vida. Y en el momento del naufragio no son esos “acolchonadores” artificiales los que te sostienen, es la fuerza espiritual. En cierto sentido, esas comodidades, esos espectáculos permanentes que nos rodean, que consumimos o que están en nuestras casas (televisión, internet, etc.) ejercen una función, no sólo de consuelo y comodidad, sino que tratan de evitarnos pensar en el déficit de vida espiritual que tenemos. Pero cuando todo se derrumba, sólo la vida espiritual y el carácter nos sostienen. Podés perder todo. Todos tus bienes, tus cosas, honores y estar en una isla desierta. ¿Qué es lo que queda? El cuerpo, el carácter y la vida espiritual. No queda otra cosa. La confianza depositada en los bienes mercantiles y tecnológicos es una desesperación. En realidad, es una medida desesperada de las personas. La palabra “alienación” no se usa hace tiempo. Yo creo que la gente vive vidas alienadas.

-  Es posible vivir, entonces, sin reparar en esa condición trágica de la vida…
- No soportamos la tragedia. Por lo tanto, al no soportarla, necesitamos un catálogo de muecas. Necesitamos una sonrisa permanente. Es decir, una falsa sonrisa; como son las sonrisas de atención al público, por ejemplo. Creo que es un tipo de fascismo simpático todo aquello que nos rodea. A lo cual nos acostumbramos, porque es simpático. Pero en los momentos duros de la vida, en los momentos difíciles, en la vejez de las personas, ahí es donde la tragedia es inevitable y uno no puede escapar de ella. Justamente, al no poseer un pensamiento y una sensibilidad que se adecue a ella, la tragedia más cara se cobra sobre nosotros su existencia real. La vida no es una mueca simpática. Ni las verdades son simpáticas. Son amargas. Creo que gran parte del mundo del espectáculo tiene como función suavizar nuestra vida, quitarle sus aristas más agresivas y, sobre todo, hacer que nos ocupemos de las cosas sin ocuparnos de lo importante. Lo importante no es el consumo de bienes ni la compra de tecnologías, por más cómodas y necesarias que sean. Allí están y está bien que estén. El lavarropas, el televisor, internet, la licuadora, no importa lo que sea. Es importante que estén. Lo que uno no puede confundir es a esas cosas con las esencias de la vida. Esas cosas no dan amor. Lo que más necesitan las personas en el mundo es amor. Justamente, porque las personas están llenas de resentimiento y odio por sus propias vidas, de bronca por lo que no pueden conseguir, de insatisfacciones y frustraciones, consumen espectáculos en donde se escenifican escenas de crueldad y humillación. Como las personas viven en un mundo de crueldad -la escuela hace eso, la familia hace eso, los trabajos son eso-, necesitan una escenificación de esa crueldad representada para ellos. De alguna forma, gran parte de los espectáculos que consumimos tienen esa función. Es especular. La persona se confirma a sí misma en su lugar de víctima de un sistema cruel y de victimario de otro. En vez de limpiarse del resentimiento, lo confirma consumiendo esas imágenes.

- Ante estas escenas devastadoras, ¿sólo queda horrorizarse?
- No, ¿por qué? La vida es horror. No tiene ningún sentido horrorizarse. La cuestión es cómo uno da sentido. Lo demás, lo que equilibra, lo que se puede poner en el otro platillo de la balanza, es una enorme cantidad de amor. No digo amor en el sentido romántico telenovelesco. El amor es una fuerza vital que ilumina el mundo. Las personas se van secando. Todos nos vamos secando. Todo coadyuva en la sociedad a que nos marchitemos. Pero lo que equilibra a un sistema cruel es el amor, no el odio. Uno escucha los discursos de los partidos políticos o de los centros de estudiantes o de las personas enojadas y todo es ira, balbuceo inconducente. Todo es un aullido. Necesario, quizás a veces, pero eso no es conducente. No se combate el odio con odio sino con un enorme amor, que se puede depositar en muchas cosas distintas: en una mujer, un hombre, un hijo, un animal, una obra, en el mundo. Las personas que, a lo largo de su vida y en la medida que crecen, no van aumentando la cuota de amor que les es posible y la mirada amorosa, terminan su vida no jubilosamente si no destrozados. Creo que el mundo destroza a las personas. No conozco otro remedio más que ese enorme amor. Un amor vital.

Christian Ferrer
(Santiago de Chile, 1960), sociólogo y ensayista argentino, nacido en Chile. Anarquista, especializado en filosofía de la técnica. Es sociólogo, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Es profesor titular del Seminario de Informática y Sociedad (Ciencias de la Comunicación, UBA). También enseña en los posgrados de la UBA, en la Universidad Nacional de General San Martín y en la novedosa Facultad Libre de Rosario, una institución surgida en la década de 1990 que propone cambios en la relación docente-alumno y en el lugar del saber.
Ha publicado El lenguaje libertario: antología del pensamiento anarquista contemporáneo (1990). Este libro compila textos de Michel Foucault, Gilles Deleuze, Murray Bookchin y Noam Chomsky, entre otros. Integró los grupos editores de las revistas Utopía, Fahrenheit 450, La Caja y La Letra A. Actualmente es parte de los grupos editores de las revistas El ojo mocho y Artefacto. Además, sus artículos sobre técnica y sociedad aparecen frecuentemente en el Diario Clarín y en la Revista Ñ.
Algunos de los temas recurrentes de la obra de Ferrer son las redes de poder, la libertad, las sociedades de control y el anarquismo. Su último libro Barón Biza. El inmoralista es una biografía del escritor Raúl Barón Biza. Ferrer reconstruyó la vida privada de la familia del escritor maldito a partir de su amistad con su hijo, Jorge Barón Biza.
También ha publicado, como compilador, Prosa plebeya, Ensayos 1980-1992 (Colihue, 1997), recopilación de ensayos del poeta Néstor Perlongher, y Lírica social amarga. Últimos escritos sobre ajedrez, ciudad, técnica, paradoja (Pepitas de Calabaza, 2003) escritos inéditos de Ezequiel Martínez Estrada.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Christian_Ferrer

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