Sin fronteras

La coach

 

Silvia Villegas es docente del Departamento de Teatro de la Escuela de Artes y trabajó en el entrenamiento actoral de los niños en la película El Premio, de Paula Markovitch, una coproducción mexicano-polaca filmada en San Clemente del Tuyú. Recientemente, el filme participó en el Festival de Cine de Berlín.

El Premio es la opera prima de Paula Markovitch, una cineasta argentina radicada desde hace mucho tiempo en México. Allí, en clave autobiográfica, la directora cuenta algunos hechos de su infancia en San Clemente del Tuyú, una tranquila población de la costa argentina, durante la última dictadura militar.
La película narra la historia de Cecilia, una niña de 7 años que vive con su mamá en una casa frente al mar. Su padre no está con ellas. La madre le pidió que no repita en la escuela lo que escucha en el hogar y le explica que de su silencio depende la vida de la familia. “¿Qué debo decir? ¿Qué debo callar? ¿Cómo debo ser para merecer el aprecio de mi madre y de los demás?”, se pregunta la niña.
Este filme participó de la competencia oficial por el Oso de Oro, que se entrega en el Festival Internacional de Cine de Berlín realizado durante el mes de febrero y fue uno de los preferidos del público y la crítica. El premio es una producción de FOPROCINE, Kung Works, IZ Films (México), Mille et Une Productions (Francia), Staron Films (Polonia) y Niko Films (Alemania).
Uno de los aspectos más valorados por la crítica internacional fue el trabajo actoral de los niños. Y de eso se encargó Silvia Villegas, docente del Departamento de Teatro de la Escuela de Artes de la FFyH, quien es amiga de Markovitch desde hace más de veinte años y la acompaña en diferentes emprendimientos artísticos.
“Al principio me integré en el período de preproducción, en 2008, al proyecto de El Premio, para definir cuestiones de orden histórico-social que contextualizan el film. La mayoría de los miembros del equipo son mexicanos, polacos, franceses y alemanes, así que Paula, la dirección de Arte y el equipo de producción necesitaban una mirada de historiadora para dialogar con el proyecto más certeramente, como asesoramiento sobre el vestuario, usos, costumbres y lenguaje”, cuenta Villegas.
Luego, la directora necesitó trabajar en torno al trabajo de los niños y niñas actores que participan en la película. Para esto, se invitó a otro docente del Departamento de Teatro: Roberto Videla, quien no pudo hacerlo en ese momento. Mientras tanto, Villegas comenzó los encuentros con los niños en dinámicas de taller teatral actoral y preparación para el set. “Había que preparar a los chicos y a los padres para el rodaje, para asumir las exigencias del set y que el equipo pudiera trabajar con los chicos. En ese proceso se fue definiendo lo que finalmente resultó”, describe.

El trabajo actoral con niños
Villegas tuvo como tarea acompañar a Markovitch en el trabajo actoral de los niños que participaron del rodaje y dirigió a todos los que se ven en las distintas escenas de la escuela, el patio y el cuartel; mientras que la directora se encargo del coaching de los niños protagonistas: Paula Galinelli Hertzog, Sharon Herrera y Uriel Iasillo.
La película se filmó íntegramente en San Clemente del Tuyú, el lugar donde Paula vivió el insilio con sus padres durante la dictadura, y los chicos que aparecen en la filmación son todos de allí. “Se trataba, nada más y nada menos, que de una operación antropológica a fin de capturar la belleza de los niños de pueblo, los matices del lenguaje, la performance particular de sus juegos, y la necesidad de instalar el set en su propio contexto, a fin de no forzarlos, en la medida de lo posible,  en traslados y situaciones ajenas a su vida cotidiana”, dice Villegas.
En la película trabajaron cerca de 80 niños. En todas las escenas aparecen los protagonistas y algunos más. La preparación actoral se definió en varias etapas, explica Villegas. En un primer momento, tenía como propósito que los chicos reconocieran las alternativas de la dinámica actoral al modo teatral basado en improvisaciones, repetición de situaciones, concentración en el marco dramático sugerido, variaciones emocionales, distinción entre ficción y realidad, respuesta a consignas, reconocimiento del sí mismo y del otro, juegos y reflexiones que aportaran seguridad y autoestima.
“Entiendo que en el trabajo cinematográfico con niños se pone en juego una prenda altamente costosa, delicada y sutil, consistente en la aceptación y la conformidad de los niños y las niñas de querer trabajar en el rodaje de un largo, un contrato invisible que se construye en la paradoja de un tiempo aceleradísimo y tenso, como el que viven los adultos responsables del set y la temporalidad subjetiva de la emoción y la inteligencia infantil donde hay que conquistar y merecer  su confianza”, señala la entrenadora.
“Nuestro trabajo con niños nos devuelve felicidad y esperanza, nos demuestra  inmediatamente el valor que la educación artística contiene como variable fundamental de simbolización y garantía de diversidad cultural. Al final de todo éste proceso una de las notas más genuinas y elocuentes de nuestro trabajo es la convicción de que la educación artística es garantía de creatividad, alegría, amor, paciencia, fantasía e inteligencia”, concluye Villegas.
Además, la docente de Teatro también actúa en la película. Es la  Inspectora General de Escuelas que aparece en la escena del cuartel. “El teatro te enseña a actuar, la TV te hace famoso y el cine te vuelve inmortal... así que tengo mi minuto de inmortalidad en el séptimo arte”, subraya.

El Premio, en Berlín
Del 9 al 19 de febrero, se realizó la 62ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín y Villegas participó de la delegación de El Premio, junto con la directora de la película, cuatro actrices (dos fueron con sus madres), tres productores y el director de fotografía, entre otros. “La organización del Festival ha considerado muy particular el trabajo con los niños y querían que estuviera presente para celebrar esa labor”, contaba vía mail desde allí la docente.
Aunque el filme no ganó, tuvo muy buena acogida y excelentes comentarios por parte de los medios especializados.  “El estreno fue muy emocionante, con gran reconocimiento de la prensa, las autoridades de la Berlinale, el gobierno alemán y el público, que tuvo una enorme calidez e interés por la temática. En Berlín se interesan particularmente por el cine latinoamericano, el cine político, y abordar la dictadura desde una perspectiva tan particular y con esa metodología como lo hace Paula es meritorio de esas consideraciones”, señalaba Villegas.

Convertir la memoria
A continuación se puede leer la nota que escribió Silvia Villegas para Berlinale Rizoma sobre su trabajo. Este es un espacio donde se relatan vivencias, poéticas, experiencias y particularidades de los diferentes filmes que se presentan en la competencia oficial.

Convertir la memoria
Por Silvia Villegas

Algunas veces la memoria dolorosa se desliza por surcos de olvido, se tapa de capas que sedimentan el núcleo del sufrimiento, queda a un lado envuelta  en otras vivencias, en el mejor de los casos felices o simplemente otras; frente a todas esas posibilidades hay todavía una alternativa más, convertir la memoria dolorosa en obra de arte, tal la operación artística que ha emprendido Paula Markovitch para la realización del  film  El premio.
Paula M., la dramaturga, se atreve en El Premio a enfocar una historia, como memoria y relato de una sociedad a sabiendas que el cine puede encauzar un caudal inmenso de material documental y ficcional para la reflexión y comprensión de una época, tiene el poder de develar sus aristas más humanas, las felices y las del dolor, y perspectivas posibles de una verdad siempre inasible en su totalidad.
Munida de su guión Paula M. llegó una vez más a Argentina en 2008, siempre entusiasta y apasionada. A mi amiga, de tantos años y proyectos de arte y de vida compartidos, no le costó nada seducirme con la idea de integrar el equipo de diseño del rodaje de una historia que reconocida en su biografía ahora debía encarnarse y despojarse para convertirse en una singular operación artística.
Su  particular dualidad cultural de ser mexicana y argentina a la vez, local y extraña, exiliada e insiliada, transmisora de guiños y saberes de ambas culturas, la ha provisto a Paula de un ojo –vaya redundancia para conceptuar a una cineasta!- dúctil y exigente, capaz de hacer foco al instante sobre paisajes, rostros, matices personales, texturas extrañas, movimientos casi imperceptibles y, desplazando rápidamente lo obvio, colocar en el centro de la escena lo más representativo, lo que no se ve, lo simbólico.
Mi tarea se definió en torno a acompañar a Paula en el trabajo actoral de los niños que participarían en el rodaje. Trabajamos en San Clemente del Tuyú en varias etapas, desde  la primera vista global de locaciones, que en ese entonces eran más paisajes, texturas y encuadres a poetizar que estrictamente locaciones y también la primera aproximación a un trabajo artístico que debía desarrollarse con gente del lugar y fundamentalmente con niños de la región. En ese proceso también yo me fui contagiando del mismo deseo. Paula trabajó con la convicción de que los niños tenían que ser de San Clemente del Tuyú y esto no era una arbitrariedad o empecinamiento, se trataba, nada más y nada menos que de una operación antropológica a fin  de capturar la belleza de los niños de pueblo, los matices del lenguaje, la performance particular de sus juegos, y la necesidad de instalar el set en su propio contexto, a fin de no forzarlos, en la medida de lo posible,  en traslados y situaciones ajenas a su vida cotidiana.
San Clemente además es el pueblo donde Paula había vivido el insilio con sus padres, ahí viven muchos de los amigos y amigas que habían quedado “suspendidos en el recuerdo” hace más de treinta años y que recién ahora podían atar los cabos de esa madeja enredada desde el tiempo infantil.  Así, El Vivero, El puerto, la Escuela Nº 2, Punta Rasa, el fantasmagórico hotel abandonado iban convirtiéndose paulatinamente en espacios de trabajo para los miembros del equipo de arte y fotografía, lugares de memoria emotiva para Paula y territorios de sensibilización para los actores y actrices que íbamos localizando en su propio contexto. De esa familiaridad también surgieron los expertos en caballos y carros areneros, la gente que se acercó a donar ropas, mobiliario y útiles escolares de los sesenta/setenta, y desde luego, nuevos relatos, ingenuos unos, politizados otros.
Los niños y las niñas de El Premio son de pueblo, de la Provincia de Buenos Aires, de la costa,  apenas rozados por el vértigo metropolitano, naturalizados en el juego al aire libre, las aventuras ligadas a la inmensidad del mar, los desafíos  del viento, la soledad del invierno, la inconmensurable pampa y el límite impreciso del bosque y las dunas.
No creo que exista un patrón particular para el coaching actoral de niños, más que las reglas generales y conceptos de crianza y educación,  de amor y de respeto, basados en una interpretación de su cultura, de los componentes básicos de su sistema de interacción.
Pero, sí entiendo, que en el trabajo cinematográfico con niños se pone en juego una prenda altamente costosa,  delicada y sutil, consistente en la aceptación y la conformidad de los niños y las niñas de querer trabajar en el rodaje de un largo, un contrato invisible que se construye en la paradoja de un tiempo aceleradísimo y tenso, como el que viven los adultos responsables del set y la temporalidad subjetiva de la emoción y la inteligencia infantil donde hay que conquistar y merecer  su confianza.
El coaching  de niños  en El Premio es inherente a la naturaleza dramatúrgica de la obra de arte emprendida por  Paula M., es decir, que sólo un trabajo muy cercano a la Directora, a su estilo, criterios, perspectiva poética, dramática y actoral podía establecer el puente necesario entre el proyecto  y el complejo rodaje con niños. Debíamos crear un ethos actoral que permitiera a los niños vivir su vida de niños, con las tareas cotidianas que le son propias aún en un contexto de extrañamiento,  cuyas reglas, las del set, no los arrebatara de su energía primordial ligada al juego, los dibujos, la risa, las charlas y complicidades que entre ellos se entretejían.
Partimos del principio de que el trabajo de los actores y las actrices es sumamente delicado, pone a esos artistas en situaciones de vulnerabilidad extraordinaria,  asumiendo  que todos esos aspectos se multiplican al tratar con actores y actrices niños/as. Descansar, jugar, comer, dormir, divertirnos, hacer la tarea escolar, conversar sobre la situación provisoria y exigente que significa estar en rodaje,  responder un sinnúmero de preguntas, ponen en juego cuotas de maternidad, de magisterio, de compañerismo, solidaridad y mucha protección. De lo que resulta que, acompañar niños en actuación, es altamente comprometido  y dulce a la vez. En medio del trajín del rodaje que es bravo, intenso y hasta conflictivo, permanecer concentrada al lado de los niños es un privilegio artístico y emocional.
La preparación actoral de los niños y niñas que participan en El Premio se definió en varias etapas que se fueron complejizando en el proceso. En un primer momento esa preparación tenía como propósito que los chicos reconocieran las alternativas de la dinámica actoral al modo teatral basado en improvisaciones, repetición de situaciones, concentración en el marco dramático sugerido, variaciones emocionales, distinción ficción/realidad, respuesta a consignas, reconocimiento del si mismo y del otro, juegos y reflexiones que aportaran seguridad y autoestima.  Audiciones de música instrumental, clásica y electrónica jugaron un papel importantísimo en la construcción de estados y situaciones para la improvisación. Del mismo modo que la práctica sostenida del yoga posibilitaba la apertura de la conciencia, reconocer estrategias de relajación, técnicas de respiración, a fin de lograr flexibilidad y tono adecuado para lo que sería el trabajo en el set.
En todas las instancias del rodaje hubo niños; en algunas jornadas hasta 80, otras de 20 y 30 y las más con los protagónicos, Paula Hertzog, Uriel Iasillo y Sharon Herrera. No se trataba de un conjunto de niños y niñas para ser vistos como una masa escolar, muy por el contrario, Paula M., fascinada, por el bellísimo material actoral y expresivo, performático  y plástico que ofrecían los niños buscó que, cada uno de ellos, o en pequeños equipos de relación, fueran definiéndose ante la cámara con la intensidad y el sesgo particular de cada una de sus personalidades.
Un rodaje con niños es, además, un rodaje con padres, abuelos, tíos, hermanitos, el equipo artístico, el técnico, los asistentes y colaboradores que integran un grupo inmenso para coordinar. Al trabajar con niños una de las claves de contextualización artística está dado en el criterio organizacional del Equipo de Producción on line. Que, en nuestro caso en particular, se comprometió muy sensiblemente a aportar no sólo los aprestos necesarios de multiplicidad de comidas, golosinas y juguetes en cada locación, sino además el aliento, el estímulo y la protección necesaria. Vestuario, maquillaje, peinado, ajustes de sonido se transformaron en divertimentos, juegos y nuevas alternativas de resolución que los chicos nos ayudaban a componer en esa pequeña sociedad ad hoc que implica el rodaje. No nos faltaron los llantos, los dolores de panza, resfríos, las fiebres y las urgencias del baño, como así también el aburrimiento y  las travesuras entre toma y toma y muchas, muchas genialidades y ocurrencias aún cuando ya estaba anunciado el correcámara.  Actuaron bajo la lluvia, repitieron escenas difíciles a pesar del viento frío del invierno, en las dunas, entre las ramas caídas en la playa y en todas esas situaciones nos ofrecían un inmenso caudal de alegría, originalidad y sorpresa cuya fuente era la inagotable fantasía y creación infantil.
Uno de los aspectos más fascinantes observados durante el proceso actoral en preproducción, rodaje y finalización del mismo fue ver a los niños convertirse en actores y actrices singulares.
En un primer momento responden a sus padres sobre la posibilidad de trabajar en una película; en el proceso de casting son  seleccionados por sus dotes plásticas, expresivas, intelectuales, emocionales, pero no son actores, en el sentido de protagonistas de una  elección personal, un proceso formativo, ni experiencia laboral; aún así, al concluir el rodaje, se habían convertido en actores. Actores de cine con entrenamiento teatral.
Nuestro trabajo con niños nos devuelve felicidad y esperanza, nos demuestra  inmediatamente el valor que la educación artística contiene como variable fundamental de simbolización y garantía de diversidad cultural. Al final de todo éste proceso una de las notas más genuinas y elocuentes de nuestro trabajo es la convicción de que la educación artística es garantía de creatividad, alegría, amor, paciencia, fantasía e inteligencia.  Todos crecimos, los adultos y los niños.
Así, El Premio, entonces, produce algo más que una experiencia situada cuyo producto es una película, la luz de la pantalla será reflejo, punta de iceberg, de una experiencia cultural densa y  multisignifacativa.
Sin dudas, hurgar en el fondo perverso de la historia argentina durante la dictadura de los setenta es poner el dedo en una llaga que no cesa de supurar y ofrece la posibilidad de diferentes formas de resiliencia: la política, la social, y sin dudas la artística. Es esto último lo que convierte a  la obra de  Paula Markovitch  en un homenaje a todos aquellos niños que fueron arrebatados de su infancia  por la fuerza asesina de la dictadura militar argentina, un homenaje a sus padres que creyeron en la potencialidad del arte y el valor de la educación artística de los niños, en la firmeza con que se lo transmitieron a ella.
Ahora que asomará desde las pantallas esa emanación de luz y de belleza estoy segura que no ocultará el magnífico esfuerzo colectivo de un grupo de artistas convocados por Paula para su concreción hasta convertirse en cine y el coraje  de crear  una nueva hipótesis acerca de cómo puede arrastrarnos la historia  y llevarnos  más allá de las situaciones que creemos timonear.

Silvia Villegas nació en 1961, vive en Córdoba-Argentina, es  madre de Marianela y Milana. Ha obtenido títulos de profesora, licenciada y Master en Arte Latinoamericano, se desempeña como historiadora del teatro, actriz y yoguini. Trabaja en el Departamento de Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba y acompaña artistas en procesos de creación y producción en teatro y en cine.

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Nº 31 / Mayo de 2011

Editorial por Gloria Edelstein y Silvia Avila
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