La Universidad como un derecho del pueblo

rinesi-alfiloDesde hace cuatro años Eduardo Rinesi se desempeña como rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento. A mediados de mayo estuvo en Córdoba, invitado por la FFyH, donde participó de una mesa de discusión sobre Seguridad, Derechos Humanos y Universidad Pública. En este diálogo con Alfilo, el educador, filósofo y politicólogo rosarino profundiza sobre el proceso de ampliación de derechos que vive el país y el rol que debe asumir la universidad pública en los grandes debates colectivos.

 

A primera vista, la barba mullida y gris bajo los lentes de Eduardo Rinesi, pudieran encasillarlo en ese manido estereotipo que se suele tener de los más encumbrados filósofos alemanes o griegos. Sin embargo, su vocabulario cercano, su agudo sentido de la ironía, sumado a su constante preocupación por dotar a la academia de un rol social y activo, ubican a este filósofo en un lugar diferente.
En la edición número 42 de Alfilo decidimos reproducir buena parte de un extenso diálogo que el rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento mantuvo con Sebastián Torres, docente de la Escuela de Filosofía y secretario de Coordinación de la FFyH, donde de manera clara y directa sienta su opinión  sobre la función que debe asumir hoy la educación superior, en la compleja tarea de construir de una democracia más plena.

DSC05900¿Cómo definirías  el rol de la universidad pública en problemáticas como la seguridad y los derechos humanos?

– Actualmente estos problemas podemos plantearlos en un modo diferente a cómo se han planteados de manera tradicional. Hoy pensamos a la Universidad como uno de esos derechos humanos que reivindicamos como componentes de una democracia plena. Cuando en 2008 se emitió la Declaración final de la Conferencia Regional de la Educación Superior del IESALC-UNESCO en Cartagena de Indias, se dejó escrito por primera vez que la educación superior es un derecho humano universal.

¿Qué significa esta nueva concepción?

Significa que tenemos que preguntarnos cómo nos las arreglamos para garantizarles a nuestros estudiantes el ejercicio efectivo y exitoso de ese derecho que nos gusta decir que los asiste. Y significa también deshacernos de la idea tradicional de la Universidad como una especie de sujeto encargado de pensar el mundo pero separado del mismo mundo que pensaba. O que, un poco filantrópicamente, “salía de sí” cada tanto, abría sus puertas –como decimos–, pero no para hacer entrar al mundo dentro de ella, sino para salir al mundo, de manera más o menos filantrópica, a explicarle al mundo cómo son las cosas. La gran tradición del extensionismo clásico –que es una preciosa tradición, y que ha producido frutos muy relevantes–, sigue partiendo un poco del supuesto de que la universidad es la que, en un gesto de donación, de amabilidad, se excede cada tanto de sus funciones básicas para ofrecerse, por así decir, a los que más sufren: a los pobres, a los presos… ¿Y si pensáramos al revés? Si pensamos a la Universidad como un derecho, pero no sólo como un derecho de nuestros estudiantes, sino como un derecho del pueblo (de esos pobres, de esos presos), la pregunta dejaría de ser cómo salimos para ir a hablarles a ellos, y pasaría a ser cómo abrimos nuestras puertas “hacia adentro” para que ellos vinieran a juzgar nuestro trabajo, o incluso a orientarlo.

¿Cómo debe darse esa relación?

– Por ejemplo, a través de Consejos Sociales Asesores en nuestras Universidades, como viene promoviendo la Red de Extensión Universitaria (REXUNI). Nosotros hemos creado el nuestro, y estamos muy contentos: Cada tres meses, un Consejo integrado por los representantes de una treintena de organizaciones sociales, políticas, sindicales, religiosas, deportivas y culturales del territorio al que pertenece la Universidad ser reúne para discutir la política de la Universidad: su política de formación, su política de investigación… Porque se entiende que las organizaciones del territorio son actores relevantes en la vida universitaria. Como lo es la sociedad en general, como lo es la institución que la representa y expresa jurídicamente: el Estado, que no puede ser pensado ya, al modo tradicional, como una especie de enemigo a priori y como por principio de la Universidad, y con el que la Universidad también tiene que aprender a trabajar.

¿Qué rol debe asumir la Universidad cuando la sociedad debate o cuestiona sus políticas públicas? 

– La universidad tiene la función de intervenir críticamente en los grandes debates colectivos con una mirada lúcida, reflexiva, no inmediatista.  Con una mirada capaz de desarmar las formas ideológicas más ostensibles del discurso mediático, y no sólo mediático, que a veces es particularmente torpe y casi siempre muy conservador. En ese rol también es necesario que la universidad revise un poco su propio lenguaje y sus modos de intervenir en las discusiones. Los investigadores universitarios, por lo general, producen sus saberes en ciertos formatos, con ciertos tipos de escrituras, que resultan bastante crípticos y a veces bastante pintorescos. Para intervenir en los grandes debates colectivos, en lospartidos políticos, en los medios y en la discusión pública en general, la Universidad debe encontrar un lenguaje mejor que ése, y al mismo tiempo mejor que el lenguaje mediático más convencional y reaccionario. La Universidad tiene que aportar un conocimiento reflexivo, serio, producto de la investigación científica que realiza en sus laboratorios y en sus institutos, pero también capaz de salir de la lógica, y de los lenguajes más pobres que arrastra la academia. Con un lenguaje activo y potente, la Universidad tiene la obligación de intervenir en las grandes discusiones de la sociedad para tratar de que se digan allí menos pavadas.

Como sociedad ¿creés que estamos en condiciones de afrontar un debate profundo sobre la seguridad?

– Sí, si sacamos esa discusión sobre la seguridad de su formato policialesco más ostensible y más pobre. Vivir más seguro es vivir con más derechos, y hoy en la Argentina tenemos más derechos. Los jóvenes tienen más derecho a estudiar, a terminar la secundaria, a ingresar a la Universidad. Los adultos tienen más derecho a terminar la escuela. Los jóvenes tienen más derecho a votar. Los enamorados tienen más derecho a casarse, aunque no pertenezcan a sexos diferentes. Todos estos derechos son derechos muy importantes, y hacen nuestra vida más segura. Por ejemplo: un derecho que falta hacer mucho para poder considerar garantizado universalmente entre nosotros es el derecho a la salud. Ciertamente la vida de todos sería más segura si todos supiéramos que si nos agarra una gripe o una descompensación no nos morimos, porque hay alguien, el Estado, que se ocupa de que no nos muramos. Entonces, cuanto más podamos avanzar, no sólo en la discusión sobre los derechos, sino en la garantía efectiva de los derechos ciudadanos a través de un Estado activo, más nos acercaremos a tener una sociedad segura: donde la vida de cada uno esté más segura.

¿Por qué en Argentina los sectores sociales que gozan de un poder adquisitivo más alto son los que, por lo general, exigen políticas de seguridad más represivas?

– Porque no aguantan más. Están repodridos del discurso de los derechos y más todavía de los derechos efectivos de una cantidad de tipos a los que desprecian: sus empleadas domésticas, que no pueden soportar que negocien con ellos la fecha de sus vacaciones, los morochos, que no pueden soportar que vayan a la misma escuela que sus hijos. Están hartos, no dan más, los quieren matar a todos, porque se sienten amenazados. Sienten que les quitan privilegios, sienten que les quitan una seguridad que valoran por sobre todas las demás: la de ser distintos, la de ser los dueños del mundo. La de ser impunes. No soportan no serlo más. Se sienten amenazados y tienen claro quiénes son sus enemigos: un gobierno al que ven como demagógico y como culpable de lo frágil (de lo inseguro) que se les ha vuelto todo, y al que ya no saben cómo hacer para voltear, y unos pobres a los que ven como la condensación misma de todos sus terrores, y a los que, cuando pueden y los agarran de a uno, les muestran toda la crueldad, potencialmente criminal, de la que son capaces. Los episodios que hemos tenido en estos últimos meses son síntomas muy impresionantes de una locura que la Universidad (ya que hablábamos de su responsabilidad en los grandes debates colectivos) también tiene que ayudarnos a poder pensar mejor.

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