Saer: un proyecto absoluto

En el marco del ciclo Profesor invitado, que organiza la Escuela de Letras de la FFyH, el escritor Carlos Surghi conversó con Martín Prieto, quien el viernes 22 de junio brindará la clase abierta Saer y yo.

Martín Prieto es profesor de la Cátedra de Literatura Argentina II de la Universidad Nacional de Rosario. En 2006 publicó Breve historia de la literatura argentina, un texto que en su concisión gana por elocuencia al momento de organizar el pasado siempre interpelado de la literatura nacional. Por ese tiempo, en el cual aún no se avizoraba ni siquiera la discusión de ciertos términos que tensionan el campo literario, Prieto emprendió una escritura crítica que priorizaba “la irrupción de los textos que suponen un cambio en la escritura y la lectura de una época”, motivo suficiente para leer en su aventura intelectual “una productividad hacia delante y hacia atrás en el tiempo”. El resultado fue un texto que se inscribe en una tradición que tiene casi los mismos años que su objeto de estudios, pensado allá a comienzos del siglo XX por Ricardo Rojas; una reinscripción de la poesía en el canon argentino, y una atención primordial a las tres últimas décadas del siglo que pasó.

Del mismo modo, pero en 1986, y junto a Daniel Samoilovich, Daniel García Helder, Daniel Freidemberg y Jorge Fondebrider, con quienes compartía la aventura de fundar Diario de Poesía -una revista que se vendía en los kioscos, con un formato dinámico, dispuesta a rescatar, consagrar y polemizar- Prieto participaría de esa dinámica propia de la cultura argentina: no renunciar a los territorios de la interpretación. En el Diario, y junto a otros poetas -y cabría señalar que Prieto tiene en su haber los libros Baja presión, Verde y blanco, La fragancia de una planta de maíz, títulos muy presentes para las nuevas generaciones de poetas- las líneas editoriales, los concursos y hasta los contrincantes siempre irrumpieron por una acción de relectura del pasado desde el presente y hacia el futuro.

Entre el 28 de junio de 2016 y la misma fecha del 2017, Prieto se desempeñó como director de Programa Año Saer. Dicha experiencia motiva su presencia en nuestra Facultad con una charla titulada Saer y yo.

  • Entre 2016 y 2017 se llevó adelante el Año Saer, que consistía en diversas actividades: una muestra inaugurada en Santa Fe, llamada Conexión Saer, la cual luego visitó otras ciudades del país; un Coloquio Internacional, que reunió a los principales críticos de su obra; la publicación de textos imprescindibles, una serie de entrevistas, una antología de sus cuentos; además del estreno de una película y la reposición de varios materiales audiovisuales. ¿Qué balance haces de todas estas actividades? ¿Existe a nivel cultural, académico y literario, un después del Año Saer?

El proyecto del Ministerio de Innovación y Cultura, que armamos con Paulo Ricci, tuvo la modesta ambición de estudiar, investigar y difundir la obra y la figura de Saer, pensando menos en el público lector avisado, que ya lo conocía, que en los jóvenes lectores que podían, imaginábamos nosotros, entrar a Saer no sólo por sus “procedimientos”, que es algo en lo que se ha extendido la crítica saeriana, sino también a través de la representación del territorio que hay en su obra, de su representación biográfica, de sus asuntos, de sus personajes. Conexión Saer, la exposición que montamos en Rosario, Santa Fe y Buenos Aires y que ahora mismo está itinerando por distintas ciudades de la provincia de Santa Fe (Villa Ocampo, Reconquista, Rafaela) fue el corazón del Año Saer. Su apuesta de máxima en términos teóricos. Pero la expectativa de futuro del Año Saer está puesta en A medio borrar, la antología de relatos que armamos con el Ministerio de Educación de la provincia dirigida a estudiantes secundarios de Santa Fe. Que los jóvenes lectores puedan ver que hay una obra extraordinaria que habla de ellos.

  • En el Coloquio Internacional la intervención de cierre de Beatriz Sarlo fue un tanto disruptiva, señaló que la crítica consagratoria de la obra de Saer había llegado a su fin en ese evento; ahora había que comenzar a leerlo de otro modo. ¿No sentiste que en algún momento se podía llegar a reducir a un autor que hizo justamente de la resistencia a la complacencia su principal distinción?

No creo que haya sido algo propiciado por el Año Saer, sino que estaba en la época. Inauguramos el Año con la presentación del libro de Sarlo (Zona Saer), que se estaba escribiendo en paralelo a la producción del Año y sin que nosotros tuviéramos noticias. Ese mismo año se publicó el libro de Ricardo Piglia Las tres vanguardias. Saer, Puig, Walsh y nosotros produjimos y publicamos El lugar de Saer, de María Teresa Gramuglio. Esos tres grandes libros, firmados por los tres grandes críticos de la obra de Saer, clausuran un período de la crítica. Eso está fuera de discusión. A tal punto que nosotros decidimos armar la Conexión, como muestra, como un espacio de cruce entre la disciplina de la crítica literaria, de la biografía y los gestos curatoriales propios de una exposición artística porque entendimos que había que propiciar y probar un nuevo tipo de acercamiento crítico a esa obra, en tanto los convencionales de la crítica estaban temporariamente (es importante destacar este condicionante) clausurados.

  • La figura de Saer tiene un vínculo por demás íntimo con vos. Él le dedico a Adolfo Prieto, tu padre, uno de sus mejores libros, La mayor; en un poema tuyo Saer es un recuerdo a medio borrar, pero al mismo tiempo una figura fundante de la relación que forjaste con la poesía, no sólo al escribirla, sino también al llevar adelante la experiencia de Diario de Poesía. ¿Cómo trabaja en vos esa dimensión de lo íntimo al momento de pensar un programa de literatura, o el proyecto mismo de la Breve historia de la literatura argentina que editaste en 2006?

Saer (y Bibi Castellaro, su primera mujer, y Laurence Gueguen, su segunda mujer) eran amigos de mis padres. Yo heredé esa relación. Claro que mis padres tuvieron muchos otros amigos con los que yo no seguí conversando por afuera del entorno familiar, como seguí, en efecto, conversando con Saer. Fui a su casa en Francia, el vino a la mía, caminamos juntos, comimos juntos, tomamos juntos, fumamos juntos, nos leímos (mucho más yo a él que él a mí, eso está claro). Nos divertimos, nos peleamos (bastante, también). Definitivamente, fue una persona influyente en mi vida. Pero no sé si soy yo quien deba o pueda precisar los alcances de esa influencia.

  • En varias ocasiones Saer mencionó que no sabía para quién escribía, y en ello se puede leer un proyecto literario en cierto sentido absoluto. Pero sí divisó un círculo de lectores académicos, que contribuyó a su consagración. ¿Podríamos pensar su escritura como una experiencia literaria que se resiste a desatender lo vital que hay en el recuerdo, el pasado, la amistad, cualquiera de los temas que esta trata?

Estoy de acuerdo con la idea de un proyecto literario en un sentido absoluto. En alguna parte Saer cuenta que está escribiendo, a principios de los años 80, en un departamentito alquilado, en Rennes, sin saber nada de la suerte de sus libros anteriores, ni si cuenta con un solo lector. Y está escribiendo Glosa. Y no lo subrayo por la “calidad” de Glosa. Lo anoto porque Glosa, ya desde el comienzo (Leto –Angel Leto, ¿no?) da por supuestos unos lectores que saben quién es Leto. Eso es conmovedor. Nadie sabía quién era Leto. Por otro lado, no estoy para nada de acuerdo con que haya “divisado un círculo de lectores académicos”, etc. Son también casualidades de la historia, una sincronía generacional que da un gran escritor y que da, también, un grupo extraordinario de críticos (Gramuglio, Sarlo, Piglia, Nicolás Rosa) que sintonizan de manera absoluta con esa obra y que resulta que están haciendo una revista y que unos años después ocuparán espacios relevantes en la Universidad. Todo eso podría no haber pasado, y allí estarían los libros de Saer. O, al revés, allí estarían nuestros grandes críticos, un poco frustrados por no haber encontrado, en su contemporaneidad, un autor con quien conversar (en términos críticos y teóricos).

  • Para Saer la poesía era el arte literario por excelencia, de hecho, la llevo a su narrativa por medio del ritmo, la música, la duración, esa extensión inusitada en la frase que hace que el argumento pase a un segundo plano. ¿Crees que es su principal distinción como narrador, y al mismo tiempo, un factor estético que impide una continuidad, una apropiación por parte de jóvenes generaciones en el presente de la narrativa argentina?   

Por un lado, no creo que los argumentos de Saer queden en segundo plano en sus obras. Cada vez que viene un alumno a decirnos “en El limonero real no pasa nada”, ya tenemos preparada la lista de todas las cosas que pasan en la novela. Están narradas de un modo particular, que es una de las marcas de agua del estilo Saer. En Saer no podemos saltearnos la descripción (como en los realistas del siglo XIX si resulta que uno está apuradísimo por seguir la trama) porque la trama está en la descripción. Una descripción narrativa. Si la obviamos, no hay nada. Por otro, es pronto aun para ver o evaluar los efectos de la literatura de Saer en los nuevos escritores.

  • ¿Qué recuerdo de Saer gravita en el centro de tu memoria al proponer esta charla que vas a dar en la Facultad de Filosofía y Humanidades titulada Saer y yo?

Yo tenía diez años. Fuimos un año a Francia, mi padre contratado como profesor en la universidad de Besancon. Al tiempo, fuimos a París. Nos esperaba Saer en la gare de Lyon. Cuando bajamos del tren yo dije “Es igual a Retiro!” Saer me miró y me dijo: “Sí, igualito”.


Martín Prieto nació en Rosario en 1961. Es profesor de Literatura Argentina en la Universidad Nacional de Rosario. Entre sus publicaciones se destaca la novela Calle de las Escuelas Nº 13 (1999), y el ensayo Breve Historia de la Literatura Argentina (2006). En poesía publicó los libros Verde y Blanco (1988), La música antes (1995), La fragancia de una planta de maíz (1998), Baja presión (2004) y Los temas de peso (2009). Participó del consejo de redacción de la revista Diario de Poesía.