Universidad, militancia y esperanza para construir un mundo con más derechos

En un diálogo distendido y profundo, Graciela Geuna, sobreviviente de La Perla y testimonio clave en el juzgamiento del Terrorismo de Estado desde 1980, apenas pudo escapar del país, comparte miradas sobre la universidad en la que estudió y militó en la primera mitad de los 70, los vertiginosos cambios políticos ocurridos en esos años, el comienzo del terror en Córdoba previo al Golpe del 24 de marzo, los errores de las organizaciones revolucionarias para comprender y actuar ante una represión inédita e indiscriminada, la importancia de las políticas de  Memoria, Verdad y Justicia para terminar con la impunidad –no solo militar-, y la urgencia de construir proyectos políticos colectivos y horizontales para fortalecer y ampliar la democracia ante un neoliberalismo que resurge en su peor versión: la ultraderecha fascista.

Graciela Geuna se define como una mujer que ama la vida, lo transmite en cada pensamiento esperanzado sobre la posibilidad de seguir construyendo una sociedad más solidaria desde el compromiso colectivo y el deseo individual. En diálogo con la FFyH, comparte miradas sobre el contexto en el que estudió, militó, sufrió persecuciones y sobrevivió al terror. La repercusión en la universidad del golpe parapolicial conocido como el Navarrazo, el poder creciente del Comando Libertadores de América, las alianzas que tejieron entre organizaciones para resistir la represión, los errores de la militancia-desde una mirada autocrítica-, la importancia de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia y lo que resta por hacer para contrarrestar el avance del neoliberalismo.

Compartimos este encuentro, como una invitación a preguntarnos, pensar y debatir sobre nuestra identidad y responsabilidad como universitarios para construir un futuro desde la política en comunidad.

  • Graciela, ¿cómo quisieras presentarte?

G: Nací en Río Cuarto el 3 de septiembre de 1955. Soy una mujer que ama la vida, la gente, la justicia. Más intelectual que física por forma de ser y por necesidad. En el campo La Perla tuve que disociarme de mi cuerpo. Estoy intentando reunificarme. Tengo esperanzas en el futuro de la humanidad pero no pienso que el futuro será bueno, o malo, ni que la vida vencerá o la muerte. Pienso más bien que el futuro está en nuestras manos y que la evolución es incierta. Me siento representada en la frase de Vaclav Havel “La esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte». Vivo tratando de generar sentido y soy tozuda. Fue indispensable en mi camino. También la solidaridad de la trama porque sin amor nuestra esencia no vive ni sobrevive. No me gusta definirme como sobreviviente. Mi objetivo es volver a ser “viviente”. Percibo la sobrevida como una vida “no plena” sino en la cual el objetivo central fue no dejarme hundir por los sufrimientos que me infligieron. Lucho por darle a mi vida un sentido de vida plena, de construcción y de sentido. Algo fundamental también es no dejarme ganar por el desaliento y eso me gustaría transmitirle a los jóvenes: El sistema concentracionario y también el funcionamiento de nuestra sociedad nos quiere llevar al conformismo por impotencia, a “adaptarnos a cualquier cosa”. Y no. La lucha es para seguir generando nuestro propio sentido.

  • Llegaste a Córdoba en 1973, para cursar la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho ¿Qué te impulsó a comenzar a militar en la Juventud Universitaria Peronista (JUP)?

G: Elegí abogacía como una herramienta para transformar el mundo porque tenía la idea de que tenés que conocer las reglas de la sociedad si querés cambiarla. Hubiera podido hacer sociología, filosofía, letras, antropología, todo eso me interesó siempre. Pero la abogacía me pareció una herramienta más práctica para transformar la sociedad. Tampoco tenía demasiado claro qué iba a hacer después, pero la tomé desde ese punto de vista.

Yo vengo de una familia clase media, cristiana, no peronista. Antes de venir a Córdoba estuve en grupos de Teología de la Liberación, entonces eso me hacía tener mi propia visión del mundo que era diferente de la cual yo provengo. Me acuerdo que me impactó mucho cuando leí el documento final de Medellín, con 14 años. Decía que más que el pecado individual, debemos preocuparnos por las estructuras generadoras de pecado como la miseria, la opresión. Todo esto incidió en elegir Derecho.

  • ¿Te acordás quién te acercó a esas lecturas?

 G: Un cura. Un cura muy progresista, muy línea Teología de la Liberación. Éramos un grupo que nos juntábamos a discutir, y él empezó a darnos todos estos materiales. Se nos abrió el mundo, un mundo diferente de lo que yo había visto y escuchado siempre.

Después, cuando llegué a la Facultad de Derecho de la UNC, había un aula muy grande donde se estaba haciendo una asamblea. Me impactó un cartel que decía “Héroes de Trelew”. En ese momento había una historia de impunidad en Argentina. Lo que sucedió con los pueblos originarios, la Patagonia rebelde, el bombardeo a Plaza de Mayo… Dentro de nuestro horizonte no entraba la idea de juicio, de justicia, porque era imposible. Eso generaba mucha rabia, impotencia, pensar en tantas impunidades y en conocer Trelew sin salida. Hay gente que se sorprende porque no ha habido actos de venganza por los crímenes de la dictadura: yo creo que es porque el movimiento de derechos humanos ha encauzado la lucha para obtener justicia y porque ha habido posibilidad de justicia. Hemos canalizado las energías pensando que un día iba a ser posible tener los juicios que, aunque nos falten mucho aún, es bastante lo que hemos conseguido.

En aquella época, como no había perspectiva de acabar con la impunidad, era más fácil pensar en otras vías para lograr justicia, estamos hablando de los grupos guerrilleros. Era un elemento muy fuerte (la falta de justicia) y lo siguió siendo. Me acuerdo de haber leído en los diarios noticias sobre maestras torturadas en el Chaco en 1972 y ver que no pasaba nada, que no había posibilidad de justicia. El año en que llegué a Córdoba, con 17 años, ganó Cámpora. En Derecho se arma lo que se llamó Mesas para la Liberación Nacional y Social. Yo salí delegada de clase y se empezó a discutir qué proyecto de país queríamos y qué derecho queríamos. Era fantástico, estaba todo abierto para soñar el país que queríamos.

  • ¿Esas mesas eran interclaustro, participaban estudiantes, docentes, no docentes?

 G: Si, eran interclaustro. No es que participaran todos los docentes, porque Derecho es muy conservador, pero a mí me invitó una profesora de Derecho Romano II (risas). Nada que ver con el tema, pero estaba súper comprometida en estas mesas. Había muchos profesores jóvenes generalmente, eran los que se interesaban en el tema. También se empezaron a hacer proyectos como el de consultorios jurídicos barriales, además de todo lo reivindicativo normal de la universidad, como por ejemplo, si estabas embarazada consiguieras que te dieran otro turno para rendir porque si no ibas perdías el examen y chau. Siempre estuvo lo reivindicativo inserto en un contexto nacional. Yo ahí todavía no era militante de la JUP, era delegada del curso.

Cuando llegó el camporismo dije “me tengo que comprometer porque lo que posibilita esto es esta democracia”. Yo crecí en dictadura, del año 55 hasta el 73 hubo dictadura, menos un tiempito, pero hubo proscripción del peronismo. Esta fue una enorme oportunidad de poder hacer algo y yo sentía que era poder hacer algo por mi país. Me comprometí con el peronismo porque lo que había posibilitado esas mesas, esa discusión, fue la Primavera Camporista. No duró mucho el sueño. En febrero del 74 fue el Navarrazo, un golpe de estado provincial y empezó la represión.

Yo creo que por nuestra parte, para decir lo no tan impoluto y cuáles eran los errores, se empezó a actuar en función de esa realidad nacional y provincial represiva. Por ahí no se podía hacer otra cosa. Vehiculizábamos las interpretaciones de la Tendencia Revolucionaria, discutíamos en todas las clases, en todas las facultades, pero nos descolgamos. Nos empezamos a descolgar del día a día. Pienso que eso es una cosa que no hay que volver a hacer nunca. No le hace bien a la militancia alejarse de los problemas de la cotidianidad, ya sea universitaria, barrial, o laboral. No era fácil porque la represión dio un enorme salto, se disolvieron esas mesas, se disolvieron los proyectos, apenas se podía funcionar en los centros de estudiantes, la derecha empezó a amenazar. Tal vez ahí era el momento en que más tenía que funcionar, unido con lo que pasaba en las clases. En aquella época hubo diputados de la Tendencia Revolucionaria que hicieron autoproscripción, como era un gobierno muy de derecha se fueron sin que los echaran. Sin embargo, era el momento de defender los espacios democráticos y de izquierda. Si tenemos dos consejeros de izquierda entre ochenta no me voy a ir porque seamos dos, me quedo e intento ampliar el espacio, pero en ese entonces nosotros empezamos una política de repliegue.

  • ¿De repliegue de la situación universitaria en sí o un repliegue general?

 G: Nosotros de la situación universitaria, del cotidiano de la militancia, en el marco nacional de lo general como al retiro de los diputados. Por supuesto que el repliegue vino con la represión porque fue tremendo el Navarrazo en Córdoba, poco después empezaron a haber muertos también. Teníamos un gobierno provincial popular (Obregón Cano y Atilio López) y los echaron . En 1974 las “tres A” mataron a Atilio López. Además, en aquel momento, la llamada Tendencia Revolucionaria se empezó a separar en grupos, la JP Lealtad se fue con un peronismo más ortodoxo y nosotros conformamos la Tendencia. Temiendo esas “deserciones” la dirección nacional de la Tendencia comenzó a centralizar y fue ahí donde en las provincias se perdió la especificidad, centralizaron mucho desde Buenos Aires. Que política había que hacer, manifestar en Buenos Aires, apoyar esto, apoyar lo otro, después fue el Rodrigazo…No es que no participamos más en la universidad porque seguimos, estuvimos en las elecciones por ejemplo, pero muchísimo menos que antes. Era más bien una “bajada de línea” de la Tendencia a nivel nacional. Era parte de ese repliegue que nos llevó al aislamiento. Se hablaba de “centralismo democrático” pero no era democrático, era bajada de línea nacional. Perdimos lo propio, nuestras prioridades se dejaron de definir en Córdoba.

Hablando con una compañera de la época, ahora es jueza jubilada, estábamos recordando «hubo una época que fue hermosa porque en el 73 se hicieron campamentos universitarios de la JP donde vinieron de todas partes de la Provincia». Pero empezó la represión y la reacción frente a ello, en lugar de ampliar los espacios, fue retirarse, cerrarnos y replegarse sobre nosotros mismos.

El problema era que ya había violencia desde las derechas. Los del peronismo de derecha iban con palos y cadenas a la universidad. No era una militancia tranquila. Cuando rendí la última materia en el 75, me dijeron que los fachos me estaban esperando afuera con palos, como hacían siempre, para molerme a palos porque era conocida como “jetona universitaria”, hablaba siempre en público, era una militante de frente público. Le pedí a este profesor que me ayudara a salir de la Facultad, me agarró de un brazo y salimos juntos, me metió en un taxi y se fue. Es para que se den cuenta que se volvió otra cosa de cuando yo empecé a meterme en política. Empecé en un proyecto donde pensé que íbamos a poder ampliar espacios democráticos participativos y, lamentablemente, por la represión y creo que por errores nuestros, nos fuimos cerrando en una posición autodefensiva. Nunca dejamos de trabajar, por ejemplo, si había huelgas provinciales, estábamos de apoyo, estuvimos para el Rodrigazo, pero sí hubo repliegue en la universidad que se volvía cada vez más controlada por la derecha. Nosotros, me acuerdo, cuando estábamos trabajando en la clase siempre teníamos botones que te ponía la universidad atrás, tenías canas atrás. Yo les decía «¿usted no está cansado de seguirme, no se aburre?» “y sí” me contestaba el botón, «tengo que hacerlo». Ibas a hablar a un curso y estaba elcana en la puerta. Lo mandaban a controlar absolutamente todo lo que hacíamos. No funcionabas tranquilo como hoy.

  • Más allá de tu lectura sobre el repliegue de la militancia, seguían interviniendo políticamente, ¿cómo fueron las alianzas, se ampliaron las redes con otras organizaciones en contexto de crisis? ¿Se profundizó el vínculo con Buenos Aires? ¿Viajaban?

 G: Lo que pasó es que teníamos problemas de centralismo. Desde Buenos Aires mandaron compañeros de la JP para asegurarse que Córdoba no se desbande por su cuenta. Lo que fue conocido como la intervención de la JP.

  • Va de la mano con lo que pasó en esos años, que fue la convalidación del Navarrazo a través de las intervenciones. Esa línea desde el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo Nacional hacia la provincia de Córdoba no extraña que se haya replicado hacia adentro de las organizaciones.

G: Exactamente, fue una respuesta con el Navarrazo. Era impensable un golpe en Córdoba si no fue autorizado o al menos tolerado por el gobierno nacional. Entonces, por un lado, está la derecha peronista que interviene en la Provincia y, por otro lado, la Tendencia Revolucionaria que interviene de otra manera y manda también compañeros aquí. A pesar de todo, nosotros seguíamos haciendo alianzas, por ejemplo, con el movimiento sindical de Córdoba, nos seguíamos llamando y trabajando juntos, pero con el tiempo se fue poniendo más difícil. Yo vivía en la 9 de julio, cerca de EPEC, cuando intervinieron el gremio estaba lleno de canas en la puerta. Se fueron complicando cada vez más esas alianzas y esos encuentros.

  • Sin embargo, la vida estudiantil también tuvo sus aspectos muy lindos. ¿qué hacían además de la militancia?

 G: Claro que si, bueno, estudiábamos mucho, trabajábamos, comenzaron en una época los consultorios jurídicos barriales, aunque no duraron mucho por la represión, que era algo así como el “Taller Total” de Arquitectura, lugares donde profesores y alumnos diéramos asistencia jurídica gratuita. También hacíamos peñas y guitarreadas en un bar a la vuelta de la Facultad, sobre Duarte Quirós, que se llamaba “El Cañón Cruzado”, ahí íbamos casi todas las noches. También fue una vida hermosa donde hicimos una cantidad de relaciones, no solamente con militantes nuestros, había otros compañeros como los de Poder Obrero. Se hizo una relación colaborativa dentro de la universidad entre diferentes grupos que pensábamos de otra manera, pero que podíamos trabajar juntos sin ningún problema. Había gente más sectaria y gente menos sectaria. Pero en general yo creo que se pudo trabajar. Cuando nosotros salimos segundos en estas elecciones íbamos Lista Celeste y Blanca. Íbamos la JUP y Poder Obrero, siempre pensando en alianzas más amplias y llegamos a poner varios consejeros, aunque primero siempre fue la Franja Morada.

  • En relación a ese momento previo, esa antesala del golpe que, como vos decís, se va desactivando la posibilidad de militar en los mismos términos entre el 73 y 75. ¿Qué peso político tenía la JUP y esta ala más combativa del Peronismo a nivel universitario?

G: En la JUP estábamos muy organizados. Éramos muchos, muy organizados y éramos, (yo hoy no sería así) muy soldaditos también. Eso te garantizaba que si decían “hoy tenemos que hacer un paro” lo podíamos garantizar, o un acto o varias cosas, las podíamos garantizar. Incluso, muchas veces, nos venía a ver la JP, la JTP para organizar actividades para ellos porque éramos muy estructurados. Tenía su contraparte, esa estructura a veces facilitó localizarnos bastante fácil. Pero siempre teníamos compañeros que estaban dispuestos a trabajar. También en actividades cada vez más separadas de la realidad cotidiana de la Universidad. Al decir “soldaditos” quise decir “disciplinados” y considero hoy que en tiempos sombríos como los que hemos vivido, la capacidad de pensar por nosotros mismos era fundamental. En toda situación lo es. Quisiera una política respetuosa del criterio individual y al mismo tiempo, colectiva. ¿Difícil no? Pero hay que encontrar la forma.

  • En relación a ese escenario en el que se va haciendo más difícil militar en la universidad, ¿Tenes algún recuerdo de cómo se iban sucediendo las oleadas de expulsiones de estudiantes o cesantías de docentes? Porque en la UNC fueron muy importantes ya desde antes del golpe.

 G: Recuerdo que desde noviembre del ´75 ya no podíamos volver a la Facultad porque estaba lleno de fachos armados y de policías de civil. Además, en el Decanato y los secretarios académicos habían puesto todo el personal totalmente facho que nos conocían. Te los cruzabas y chau, cuando esto se fue profundizando ya no podíamos entrar. Yo no pisé más la Facultad desde noviembre o diciembre del 75. Alrededor del golpe, Jorge dijo “yo voy a ver que pasa”, antes de llegar, a unas cuadras, se encontró con un compañero que trabajaba en Bedelía y le dijo “no vengan porque ustedes están en las listas, los están esperando, no entren a la Facultad”. En el 76 ya no hubo funcionamiento universitario, ya no podíamos entrar en la Facultad. No estábamos expulsados todavía, nos expulsaron el 20 de mayo del 76 por Resolución Rectoral 521/1976. Éramos cuatro de la Facultad de Derecho, entre los cuales tres pertenecíamos a la JUP (Jorge Cazorla, Liliana Gel y yo ) y al cuarto tengo entendido que no era militante y que lo reincorporaron. En total de toda la Universidad éramos algo más de cien. La pudimos recuperar con Lyllan Luque con la intervención del Archivo Provincial de la Memoria que la pidió a la UNC, ahí encontramos una lista. Tras una charla en la Facultad de Derecho el 21 de marzo de 2023, en el contexto del mes de la memoria, y junto con los gremios de judiciales, se pidió que la Facultad de Derecho repudie la resolución 521/76. Entonces se dio el primer paso, salió la resolución de repudio el 14 de abril de 2023. Ahora tiene que salir la resolución rectoral para todas las Facultades, ya que una Resolución Rectoral debe ser anulada por  al menos una norma del mismo rango, es decir, por otra Resolución Rectoral. No sé si hubo otras resoluciones con expulsiones posteriores. Solo me consta esta que figura en mi expediente. Aunque me expulsaron el 20 de mayo no lo supe hasta después del campo La Perla. A nosotros nos secuestran el 10 de junio, entonces fue como muy rápido. Y después cuando llegué al….llegué (risa irónica) cuando me llevaron a La Perla, tenían fichas de la Universidad nuestras en La Perla.

Una de las últimas cosas que me acuerdo fue una marcha, no me acuerdo el tema, pero era reivindicativo universitario. Fue agosto del 75 y ahí la policía cortó la marcha por atrás, en Trejo, por 27 de abril de los dos lados, para que pasáramos frente a lo que hoy es el Archivo, pero en ese momento era la D2, el pasaje Santa Catalina. Muchísima gente se metió en el bar El Ruedo, yo dije ni loca, porque nos van a meter presos y es lo que pasó, metieron 200 tipos presos. Pero como a nosotros nos habían llevado ya a la D-2 48  días antes, solo porque nos pararon el auto con Anita Villanueva y Jorge Diez y teníamos atrás un cartel de Evita que decía “volveré y seré millones”, corrimos para que no nos detuvieran de nuevo porque iban a ser mucho más graves las consecuencias. Ya la policía había agarrado a piñas a los dos Jorge, porque sospechaban alguna militancia o por las dudas. Solo por ese cartel.

Después del golpe del 24 de marzo estaba todo muy incierto, ahí ya vivíamos en barrio General Paz con Jorge. El día que nos secuestraron mi papá nos vino a buscar con dinero para que nos fuéramos del país, pero dijimos “no, cómo nos vamos a ir!!!”. Ni se nos cruzaba la idea. Se fue mi papá y una hora después llegaron a buscarnos. Mi viejo se sintió re culpable siempre, pensó que lo habían seguido a él, pero no lo habían seguido, vino por otro lado la cosa. Eran cuatro o cinco autos con veinte o treinta tipos, con muchísima violencia, armas tirando al aire, amenazando a los vecinos para que se metan en las casas porque era pleno día, las tres de la tarde. Al final lograron meterme en el baúl de un auto a los golpes y con las manos esposadas atrás, y a Jorge en otro. Lo último que me acuerdo es que yo no permitía que cerraran el baúl porque tenía las piernas dobladas y con las rodillas impedía que cerraran la tapa, como las rodillas son muy fuertes resistía a los golpes de la tapa del baúl y no podían cerrar. Hasta que me llegó una enorme mano, una piña en la boca del estómago y me desmayé. Cuando retomé el conocimiento estaba con el baúl cerrado, el auto en marcha y empecé a patear de nuevo con las rodillas para abrir el baúl y tirarme del auto. Como saben nos tiramos cada uno del baúl en que nos llevaban frente a IME (hoy Fadea), a 30 o 50 metros de distancia. Parece raro, pero creo que había una conexión muy fuerte entre Jorge y yo que hizo que nos tiráramos en el mismo lugar en un trayecto tan largo, desde Barrio General Paz hasta la Perla. Por suerte nos vio un testigo, Simón Dasenchich, que era un joven ingeniero que trabajaba en IME y era hora de salida del trabajo cuando nos tiramos del auto. Vio todo. Como tiraron contra los dos, me atraparon a mi y mataron a Jorge por la espalda.  Dasenchich brindó testimonio en la Megacausa.

Volviendo a esos días, no veíamos mucha salida después del golpe del 24 de marzo de 1976. No nos queríamos ir, pero estábamos esperando que pase la ola represiva, pensando que tal vez iba a durar unos meses, que iba a haber muertos, pero nunca nos imaginamos que serían tantos. Pensamos que iba a volver una etapa donde pudiéramos funcionar como antes. Los meses posteriores al golpe estuvimos paralizados: no podíamos militar en la Universidad ni en los barrios, solo hacer citas diarias para controlar que estábamos con vida y repartir volantes y revistas políticas durante la noche. Algunos se seguían imprimiendo en esa fecha.  No hubo tanto tiempo entre el Golpe y el secuestro, habían pasado solamente dos meses. No había respuesta frente al “¿y ahora qué hacemos?”, solo esperar la muerte o el secuestro o tal vez, zafar. Seguimos encontrándonos con otros compañeros, controlando que todo el mundo estuviera vivo, era una locura seguir haciendo controles en medio de Córdoba llena de milicos.

  • ¿Después del golpe tenían algún tipo de comunicación entre ustedes, algún conocimiento de qué era lo que estaba pasando?

 G:  En el frente público teníamos algo de conocimiento, pero no teníamos toda la información necesaria para decidir. Teníamos compañeros que ya habían desaparecido. Pero después de la palabra “desaparición” no sabíamos qué había, qué pasaba. Yo creo, fácil creerlo después, que hubo una juventud maravillosa con conducciones que no estuvieron a la altura. Tal vez tendrían que haber dicho a la gente, ábranse, pónganse lo más lejos que puedan. Porque cuando los milicos descubrieron que toda la militancia tenía cita, torturaban muy rápido para ver si conseguían alguna cita. Yo creo que a nosotros nos detuvieron esperando otra cita, nada que ver con nosotros, pero vieron que Jorge pasó y ahí lo paran. Como en casa estaba lleno de panfletos dijeron vamos a entrar en tu casa. Ahí escuché que él empezaba a gritar “me llamo Jorge Omar Cazorla, me secuestran”, era la consigna que teníamos en caso de secuestro, decir el nombre. Eran tantos los milicos en la calle que todo eso no sirvió para impedir el secuestro. Después, en el campo, me acuerdo que había una compañera, que después mataron, Graciela Doldán, “la gorda”, ella me decía “que se dispersen, porque es la única manera de que no los maten”. El insilio, que se vayan hasta que esta etapa cambie porque sino los milicos buscaban el hilo rojo de unos a otros para destruirnos. Me acuerdo que Graciela decía, a raíz de una conferencia de prensa que le habían propuesto hacer los milicos, que estaba de acuerdo en hacer la conferencia de prensa en la cual no iba a hablar nunca en contra del proyecto político, ella iba a decir a la militancia que se dispersen, para que se fueran a sus casas y se salvaran. Fue una hermosa compañera. Los milicos se dieron cuenta que era mejor que no se dispersaran. Primero pensaban que la oposición era muy fuerte, entonces, tal vez, estaba bueno que se dispersaran. Después, cuando se dieron cuenta que podían secuestrarnos a la mayoría, pensaron lo contrario.

Ella (la Gorda) había sido una de las fundadoras de la columna Sabino Navarro y tenía muy claro que era una locura que la gente siguiera juntándose. Era la vía para encontrar el hilo. Son recuerdos muy tristes para mí. Para nosotros había cambiado mucho porque el 73 que yo viví es como lo que están viviendo ustedes ahora, fue muy rápida la caída, de golpe se cerraban los proyectos populares en las facultades, los centros de estudiantes, de golpe te decían no vengan más porque te van a moler a palos los fachos. Fue tan rápido que no hubo tiempo de reflexión. Cuando las cosas están pasando la estas remando y no tuvimos tiempo para pensar. En agosto del 75 también matan a toda la familia Pujadas, en su granja avícola, los tiran en un pozo y les lanzan granadas. También matan en la policía a Marcos Osatinsky y luego roban el cadáver y lo explotan, probablemente para que no viera la familia como había sido torturado y en parte, como el asesinato de los Pujadas, para difundir terror en la población. Eso era el principio del Terrorismo de Estado, eran las mismas fuerzas policiales y militares y mercenarios civiles que firmaban sus crímenes como “Comando Libertadores de América” en Córdoba y como “Triple A en Buenos Aires”.

A mí me da mucho miedo pensar en que gane una nueva derecha, por lo rápido que podrían ir las cosas. A pesar de ser otra Argentina, de que hay un movimiento muy fuerte de Memoria, Verdad y Justicia, un núcleo tan sólido que la derecha antidemocrática no va a poder hacer cualquier cosa, como no pudieron con el dos por uno, da miedo, porque las cosas pueden cambiar de un día para el otro, vertiginosamente y dejarnos paralizados.

  • Claro, porque tampoco se traducen tan linealmente algunos consensos sociales amplios y transversales como Memoria, Verdad y Justicia y otras cuestiones con las propuestas electorales.

 G: Así es y lo más peligroso es el discurso de la antipolítica. Si vos te retiras de la política, que es el único espacio de participación ciudadana que tenemos, el único poder, porque no tenemos poder económico ni mediático, ganan las corporaciones. Es muy política la antipolítica, es un discurso para que la gente se vuelva conformista con el poder real y no se meta, justamente, en lo único que le va a permitir cambiar la realidad. Es el vecino normal el que debería querer hacer política para incidir. Escuchar a los pibes jóvenes con esos discursos, de la antipolítica, me hace pensar en el conformismo que buscó obtener la dictadura con represión; en el discurso de la antipolítica obtienen conformismo sin dictadura. Si no nos gusta esta política, lo cual es entendible, bueno hay que hacer una política mejor, pero participar, no regalarle terreno a la derecha autoritaria. A los jóvenes no les diría en qué política meterse, no soy un oráculo, pero sí les digo que hay que participar y meterse si queremos democracia. Hagan una política mejor, pero métanse. No nos retiremos, no nos paralicemos. Es lo que busca el poder.

Me parece importante destacar que aún con errores, nosotros queríamos hacer política para lograr una Argentina más justa, con mejor redistribución de la riqueza y que no fuera solo un país para pocos. Hoy pienso que hay que profundizar los mecanismos democráticos incluso a nivel partidario, decir, bueno, esta línea del peronismo piensa esto, esta otra piensa otra cosa y después ir a elecciones internas para que haya legitimidad en quien gane y que se decida colectivamente. Pero de alguna manera sospecho que hay errores que estamos repitiendo. Como delegar esperando que “otros” decidan en nuestro lugar y nos salven. Y no. No es así. No debemos delegar tanto. Incluso a nivel mundial hay muchas críticas a las democracias puramente representativas y se están buscando modelos participativos. Una mezcla de democracia representativa con democracia participativa. Para que cada vez más podamos incidir en lo que nos atañe.

  • Además de la antipolítica, estamos viviendo en un tiempo de mucha fragmentación de la política, lo que no permite ver la cuestión más general sobre cuáles son nuestros adversarios….

 G: Vos hablas de la fragmentación y tenés razón. Yo sumaría el verticalismo. Es decir, esperar a que Cristina saque algo de abajo de la manga, que no haya propuestas colectivas me parece tremendo. Esperar que la solución llegue como por magia, de una dirigente, es seguir gritando que necesitamos paternalismo en lugar de tomar nosotros mismos el futuro en nuestras manos. Es siempre esperar una figura fuerte, una especie de “padre” o “madre” que nos saque de ésta.

  • Es parte de nuestra cultura política, ¿no?

G: Bueno, pero eso también costó. Porque después del Golpe nos quedamos esperando las instrucciones y no llegaron nunca. De alguna manera, no quiero decir que sea lo mismo porque estamos en democracia, pero es parte de nuestra cultura política el verticalismo. Cuando vinieron de Buenos Aires para asegurarse la “línea” era verticalismo, porque era bajar línea de “arriba para abajo” (si es que hay un arriba y un abajo lo cual no comparto pues jerarquiza y subordina, como el patriarcado) y todo lo que Córdoba había tenido como organización propia y no sectaria quedó subsumido en una línea política nacional de la Tendencia. Entonces creo que esperar línea desde Buenos Aires o lo que sea del centralismo nunca más. No porque esté en contra de Buenos Aires, sino porque considero que hay que ir construyendo poder a partir de lo local, y luego ir reuniéndose e ir haciendo alianzas, ir construyendo en el lugar donde uno está viviendo. Que realmente se entienda cuál es la problemática del lugar y que surjan dirigentes locales. Aunque claro, estamos insertos en una realidad local y también nacional y en un proyecto nacional, pero la cuestión es el modo de construcción.  Yo creo que hay que ir por menos verticalismo. Por menos patriarcado, y como ustedes saben mejor que yo, porque son jóvenes, el patriarcado es un sistema que jerarquiza, subordina y oprime. Esa jerarquización propia del patriarcado, en los 70, no ayudó a pensar por sí mismo.

  • Volviendo a tus compañeros de militancia, ¿qué recordás? ¿Con Ana María Villanueva militaste?

G: Sí, además éramos amigas, fue testigo mía de casamiento, vivíamos juntas en calle 9 de julio llegando a Plaza Colón, hasta el Rodrigazo que tuvimos que dejar el departamento porque en el edificio se dieron cuenta de que salíamos con materiales como panfletos, pinturas, etc. y eso era peligroso.  A ella la detienen el 3 de junio de 1976, la llevan al Chateau Carreras y la fusilan. Pero simulan un enfrentamiento. Por eso es que mi viejo viene a decirme «váyanse, les traigo dinero para que salgan del país». Por eso también es que nosotros sentíamos que no nos podíamos ir, porque en la medida en que había más compañeros muertos te sentías peor si te ibas. También pienso que eran actitudes difíciles de entender hoy. Porque se basaban más que un razonamiento en un sentimiento. Tampoco fue aislado, estaba inserto dentro lo que fue esa época en América Latina. Lo que estaba pasando en Chile con Pinochet, lo que estaba pasando en Uruguay. Hubo un plan de exterminio de la oposición en toda América Latina. Hubo golpes en todo el Cono Sur y decidimos quedarnos, resistir como podíamos el chubasco y seguir avanzando. Y bueno, el chubasco nos llevó puestos de alguna manera. Todo, movimientos sociales, políticos, los destruyó. Porque los militares eran asesinos que respondían a un plan criminal para América Latina y porqué de nuestro lado no hubo decisiones que permitieran minimizar los muertos. A mis compañeros, a muchos los mataron. A los que vivimos nos quisieron matar el alma. No lo consiguieron. Fuimos la generación diezmada. Hoy faltan treinta mil y no lo podemos llenar. Son huecos en el tejido social que hoy serían cuadros sindicales, profesionales, políticos. Estos agujeritos en el tejido social son treinta mil que están por todos lados. Desde ese punto de vista los genocidas cumplieron su cometido. Volver a generar, se va a volver a generar una juventud como aquella que se jugó por su país, pero hoy todavía se sufren esas 30 mil ausencias porque estarían en su ciclo vital. Si estuvieran vivos estarían todavía en una edad productiva. Hay gente que te habla de los desaparecidos como si hubiesen pasado trescientos años. Todavía estamos en edad de incidir, de militar, de ser productivos socialmente. Pero la gente dice «eso pasó hace muuuuuucho». Como si fuera la prehistoria. No es porque sí que dicen eso, son todas las maniobras de impunidad que ha implementado la derecha antidemocrática. Primero dijeron que era muy pronto para juzgarlos, después que “es muy tarde, son viejos, pasó tanto tiempo, hay que mirar al futuro, déjense de joder con el pasado”. Todo para atenuar, rebajar, deslegitimar las condenas y abrir la puerta a nuevas impunidades, presentes y futuras, tal vez a nuevos crímenes, porque quienes tienen el poder real (el económico, los medios y tal vez mañana el político) mandarán a matar de nuevo en caso de rebeldía social, y para eso tienen que demostrar poder, que serán impunes hagan lo que hagan.

  • Y sumado a eso estamos atravesando una época de desencanto de la política…

G: Si, ayer me subí a un taxi y el tipo me decía «con Néstor estaba todo muy bien pero después se arruinó. Nos fue mal con Macri, mal con el peronismo, probemos otra cosa, Milei”. Vos veías que el tipo no era de una posición de derecha, sino que era “probemos con otra cosa” sin saber qué era o es esa “otra cosa”. Uno dice “ojo con la dictadura” pero la dictadura del 76 está muy lejos y no se transmitió suficientemente como para vacunarnos contra las dictaduras. Se transmitió bastante, pero obviamente no lo suficiente. Lo que pasa es que no sé en qué medida sirve acordarnos de la dictadura sin decirles que puede llegar a volver a pasar, no en los términos de lo que vivimos nosotros si no en otros términos, en los actuales, acá va a haber más hambre. Le dije al taxista: «¿usted cree que Milei va a resolver el problema? Él va a gobernar para los ricos, ya dijo que va a desfinanciar el Estado, la educación pública, así que los hijos de usted olvídese que van a estudiar, y la represión, el gatillo fácil, que ya existe en Córdoba, lo que sería si ganara la derecha».

Creo que para lo que tiene que servir repensar el pasado es para no repetir esos errores y seguir organizándose para resistir a lo que venga con funcionamientos menos verticalistas. Para estas elecciones casi diría que es muy tarde, no podemos acabar con el verticalismo del peronismo porque estamos todos esperando ver qué carta sale de la manga de Cristina. Al mismo tiempo creo que existen muchas instancias de construcción social en todos los barrios, en las universidades, como esto de ustedes, en Derecho, que finalmente no son un partido pero que son focos de resistencia y de construcción de algo nuevo que existe en todas partes. Podemos pensarlo en red, tal vez la solución de Argentina no venga partidariamente tal como son hoy, pero hay una red de gente muy amplia trabajando por más y mejores derechos, no sólo en Memoria, Verdad y Justicia, sino en cómo ampliar los derechos. Por ejemplo, el derecho al aborto no se consiguió por luchas partidarias sino por luchas feministas. La concreción de los juicios por delitos de lesa humanidad fueron fundamentales. Como dijeron ustedes, estos juicios fueron “el eje fundante”. Sin los juicios a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad, no podría existir todo el resto. Supimos que estábamos poniendo, por lo menos, un freno a la impunidad. No vamos a decir que hemos acabado con la impunidad porque sería muy pretencioso. Justo antes del Covid 19 fui al Centro de Interpretación Histórica del Calafate y en una parte hay una referencia a las matanzas de peones durante las huelgas de lo que se conoce como ”La Patagonia trágica”. Un cartel decía: “Cuántas personas murieron es todavía un enigma, la desaparición de cientos de personas en La Patagonia Austral constituye la represión a trabajadores en huelga más violenta de la Historia Argentina y prefigura la dictadura militar de los años 70. La historia no se repite: aquellos asesinos terminaron sus vidas impunes; los represores de los años 70 purgan condenas en cárceles comunes”. Me encantó ver eso porque relaciona la impunidad del pasado con la ruptura de la impunidad que supimos conseguir, como por ejemplo en Córdoba con la sentencia de la Megacausa, el 25 de agosto de 2016. Miren cuánta reflexión detrás de esa frase, y qué claro está indicado que se acabó la impunidad.

Nuestra lucha contra la impunidad abrió las puertas contra otras impunidades como la violencia institucional, por ejemplo los juicios por el asesinato de Blas Correas y de Joaquín Paredes: sus mamás hablaron los otros días en el Museo de Antropología y al final dijeron “NUNCA MAS”: sienten y se saben parte de la misma lucha contra la impunidad. Después de los juicios de lesa, como los llaman, hubo un juicio de la verdad por pueblos indígenas, la Masacre de Napalpí, y faltan muchos más aún.

Los juicios contra los militares genocidas y las sentencias fueron fundantes, son parte de nuestra memoria colectiva. Y no nos los regaló nadie, fueron producto de 47 años de lucha del movimiento de derechos humanos.  Claro que lo judicial no es la única vía para conquistar, promover y asegurar derechos, hay que hacer políticas públicas mucho más activas. Sin embargo, es necesario darse cuenta de que la lucha judicial rompió una historia de impunidad en Argentina y abrió otras puertas, otros relatos, otras memorias, otros debates, otras luchas fueron posibles. Yo no se si esta charla hubiera sido posible si no hubiéramos tenido juicios en Argentina, si no hubiéramos tenido la Megacausa en Córdoba. Si hubieran seguido las leyes de Obediencia Debida, los indultos de Menem, no se habría liberado tanto el ambiente como para que pudiéramos hablar en estos términos, porque sabríamos que estaríamos habitando el mismo territorio que los asesinos. Y eso obtura la palabra.

  • Las condiciones de escucha se fueron modificando…

G: Las condiciones de escucha son diferentes. Yo en Córdoba no hablaría tan tranquila sin los juicios. Los juicios no sólo condenaron a estos tipos sino que pusieron las cosas en su lugar, determinaron quiénes fueron los culpables y quiénes las víctimas. También “saneó” la sociedad de otra manera, acabó con la impunidad y con la impotencia. Sentimos que fuimos capaces de esto, y que eso nos permitió ir por más derechos. Nos empoderamos como sociedad. Salimos de la impotencia de la impunidad como destino ineluctable. No lo fue, no lo es y no lo será. Al mismo tiempo, se ha llenado de movimientos que antes eran impensables, a mí me asombran los movimientos feministas en Argentina, la fuerza y la claridad que tienen. Estuve también en la manifestación del 9 de marzo, ¡impresionante! Y ver a las pibas jóvenes con una conciencia antipatriarcal muy lúcida. Esto no sería posible si no hubiera habido lucha contra la impunidad, porque los milicos encarnan el patriarcado en su máxima expresión, en sus valores.

El otro día yo estaba viendo que el genocida Donda dijo sobre las testigas que lo involucraron en el asesinato de su cuñada y la apropiación de su sobrina: «son malas madres que no han sabido cuidar a sus hijos». Utilizó todo el discurso patriarcal que  mucha gente todavía comparte para invalidarlas como testigas. Para volver al tema, si los milicos siguieran impunes la lucha contra el patriarcado sería mucho más difícil. Las otras luchas también se alimentan de esta ruptura de la impunidad. También hay otras condiciones de escucha de los testigos que hemos estado en los campos de concentración y exterminio, porque la historia está demostrando que todo lo que dijimos era verdad. Pasó casi medio siglo para tener otras condiciones de escucha, así que hoy estoy muy satisfecha por lo logrado. Esas otras condiciones nos permiten debatir e incluso desacralizar muchos temas; también abrazarnos entre quienes compartimos los valores de Memoria, Verdad y Justicia, sabiendo que hemos sufrido, luchado y obtenido logros. Por eso pude homenajear, rodeada de amigas y amigos con quienes me une la lucha contra la impunidad y el cariño, a quien fue mi esposo, Jorge Omar Cazorla. Fue en La Perla el 1 de abril de este año. Antes de los juicios ese encuentro-homenaje no habría sido posible.

  • El 14 de abril de este año, a 47 años de la dictadura cívico-militar, en la Facultad de Derecho te entregaron la resolución decanal que repudia la expulsión tuya y de tus compañeros: Liliana Teresa Gel, Graciela Susana Geuna, Jorge Omar Cazoria y una cuarta persona que habría sido reincorporada ¿creés que tienen sentido estos actos? ¿por qué?

G: Porque es un poquito más de justicia. También es hora de que la universidad, cuarenta y siete años después, se separe de lo que hicieron los golpistas. Van a hacer cuarenta y siete años, casi medio siglo. Lo extraño es que no se hayan separado antes. El 14 de abril lo hizo el Consejo Directivo de la Facultad de Derecho de la UNC, ahora esperamos que el Rectorado haga lo propio, es decir, que repudie por medio de Resolución Rectoral todas las expulsiones hechas por la dictadura militar, tanto de docentes, no docentes, estudiantes.

  • Desde la FFyH, nuestra Decana, Flavia Dezzutto, impulsó un pronunciamiento para que desde el Honorable Consejo Superior se exprese un repudio al nombramiento que se iba a hacer a dos profesores como eméritos, dos personas que se ha demostrado que cumplieron funciones como funcionarios o distintos cargos de responsabilidad durante la dictadura en Córdoba.

G: Excelente la medida de la Decana. Eso es muy importante, porque todavía el examen de lo que hizo la dictadura no ha concluido. Por ejemplo, la policía sigue ejerciendo violencia ilegal, en particular contra hombres jóvenes, marrones y humildes. Muchos son familiares entre ellos porque el padre hace entrar al hijo en la policía. Hay una estructura en la policía, así como hablamos de las familias judiciales, también hay una familia policial. Claro que hace falta una buena policía, pero una policía que tenga formación, que tenga concursos, que garantice que no sea solo una salida laboral sino que esté preparada para cuidarnos, formada para lo que tiene que hacer. Todo eso todavía no pasó. La policía sigue funcionando con el mismo paradigma que en la dictadura, con impunidad. Porque ahora terminó el juicio por Blas pero empieza el de Joaquín Paredes. Encontraron ciento doce tiros de la policía, una enormidad contra chicos de entre 15 y 20 años que festejaban un cumpleaños en la plaza de un pueblo de mil habitantes.

A mí me parece que estaría bueno dentro del Programa de Derechos Humanos de Filo y de otras facultades, que pudieran asistir al juicio por Joaquín Paredes, para que se vea en la práctica la impunidad que sigue instalada. El juicio iba a empezar el 30 de mayo y a último momento lo pasaron para el 24 de julio. Volviendo al tema que estábamos hablando antes, a 47 años del 24 de marzo, ya se deberían haber repudiado las expulsiones y dejado de lado los profesores cómplices, pero ustedes me completan la información, todavía depende de iniciativas de ex-alumnos como yo, o de Decanos como la Decana de ustedes, depende de nuestra iniciativa y vigilancia porque no ha habido una revisión institucional, finalmente esto sigue siendo una lucha. Hay gente que todavía está luchando por ampliar los espacios democráticos en el seno de la universidad. Porque no es realista imaginar que terminó la dictadura y ahora la universidad se autodepura. Aquí no se autodepuró nadie, ni la policía ni el poder judicial ni la Universidad ni nadie.

Entonces podríamos sintetizar diciendo que 47 años después del Golpe de 1976 se han ampliado un poco los espacios democráticos en la Universidad, pero no del todo; por ejemplo, separándose claramente de lo que hizo la dictadura. Ahora lo que nos falta que salga es la resolución rectoral que, si ustedes en Filosofía pueden, empujen también.

Y entiendo que en cualquiera de estas pequeñas luchas estamos ampliando democracia. Si vos pones una baldosa en recuerdo a un compañero estamos ampliando democracia, tu Programa de Derechos Humanos, la entrevista, lo que vos estas haciendo con la historia, estamos tratando de ampliar y consolidar la democracia desde abajo, en pequeños espacios. Está bueno, ¿no? Finalmente es lo que estábamos diciendo nosotros, no tiene que ser verticalista, hagámoslo nosotros.

  • Y a veces es tan grande el poder que está arriba que sentís que nada de todo esto alcanza.

G: Nos quieren ahogar desde el desaliento. A veces uno se desalienta, muchas veces. Después te levantas, que es lo más importante. Uno se desalienta pero no hay que dejarse ganar porque si nos dejamos ganar ganan ellos, y ellos son el fascismo. Yo de un lado pongo a la vida, la justicia social, un país para todes pero todes: un país pluricultural y plurinacional, pongo el planeta, la ecología, los cuidados, todo lo que tiene que ganar, para cuidar la vida porque, si los dejamos hay una derecha extractivista, rentista y que vive del negocio financiero, es decir de la especulación, que va a terminar destruyendo todo, la Amazonia, la Cordillera, las reservas de agua y por tanto la vida. Quieren un mundo para pocos. Finalmente es una lucha por la vida lo que estamos haciendo, todos, desde ángulos diferentes, estamos ampliando la lucha por la vida y por más derechos. Entonces toda lucha sirve.

  • Muchas gracias…

G: Me gusta lo que ustedes hacen porque fueron conversando, es bonito que sea en una conversación. Yo concluí en esto porque lo pensé también a partir de lo que conversamos. Lo primero que se me vino a cuarenta y siete años después es que esto fue y es una lucha y se va a seguir luchando cuando nosotros ya no estemos por democratizar espacios. La lucha por ampliar y defender derechos no se acaba nunca. Los logros sociales nunca son definitivos ni estáticos. Se amplían o se retrocede. Son el resultado de un equilibrio de fuerzas en un determinado momento. De un equilibrio inestable. Trabajé en Nicaragua cuatro años. Allí también se adquirieron derechos y luego se perdieron. La directora del Centro de Derechos Humanos, Vilma Núñez de Escorcia, una militante sandinista de toda la vida a la que hoy el Orteguismo le sacó la nacionalidad, tenía una consigna “derecho que no se defiende es derecho que se pierde”. Es así.

  • ¿Te gustaría decir algo más?

G: Las preguntas giraron en torno a la militancia y me doy cuenta de que no hemos hablado ni del campo La Perla ni del camino de mi testimonio y de los testimonios desde 1980 hasta hoy. Es demasiado largo para tratarlo ahora. Agregaré algo sin embargo. Por un lado, el campo de concentración y exterminio “La Perla” no fue ajeno a la sociedad. Toda la Argentina fue un inmenso campo de concentración. Uno quisiera que los campos de exterminio guardaran al mal dentro de sus límites. No es así. Los campos funcionaron con la complicidad del poder económico, del poder judicial y de la jerarquía eclesiástica. Sobre la complicidad de algunos, el conformismo de otros y claro, el terror de otros. Pero fueron parte de una trama política, económica, social de nuestro país, no fue un fenómeno marciano. En una sociedad democrática no podrían surgir ni funcionar los campos. Claro que hubo un golpe genocida. Pero las Fuerzas Armadas no decidieron ni actuaron solas.

Otro tema que me parece interesante al menos esbozar en Filo es que al salir del campo y presentar los primeros testimonios en el extranjero, en 1980, por parte mía y de otros ex-detenidos desaparecidos de La Perla y de otros campos, una parte de lo que quedaba de las organizaciones políticas no escuchó nuestro testimonio y por el contrario, dijeron que nuestros testimonios desmovilizaban porque estaba en contradicción con la consigna “aparición con vida” y eran (nuestros testimonios) funcionales a la dictadura. Dije parte de las organizaciones porque los familiares de compañeros desaparecidos sí querían saber, como Luis y Elena Jaimovich, quienes ya en abril de 1980 me dijeron que a ellos no los desmovilizaba nuestro testimonio sino que para ellos la lucha era por juicio y castigo a los culpables. Los testimonios decían que los traslados equivalían a fusilamientos en el interior del país o en la ESMA terminaban en los llamados “vuelos de la muerte”. Pero al tiempo que los testimonios decían eso también proporcionaban los nombres de los militares que asesinaron en el campo. Eran un instrumento de lucha y fueron producto de un trabajo colectivo que muchísimos compañeros de los campos -vivos y asesinados- hicimos: acumular todo dato y transmitírselo a otros por si alguien sobrevivía. Creo que hubo por parte de algunos sectores políticos el no querer pensar. No tener el coraje moral e intelectual de pensar en ese fenómeno nuevo del que fuimos víctimas. Hay mucho que hablar sobre la recepción de los testimonios entre 1980-1984. Después cambió. Es duro comprender un fenómeno nuevo y se tiende a aplicar reglas de lo viejo. Puedo entenderlo, pero no correspondía a la realidad, eran un instrumento de lucha como las sentencias lo demostraron. Y fue humanamente muy difícil la incredulidad y desconfianza de los otros.

Salí con 23 años del país y me costó dar testimonio sin apoyo ni contención alguna sino todo lo contrario. El campo fue tremendo. El poscampo también, sobre todo en los años 80-81, ligado al testimonio. Pero estoy contenta de haberlo hecho. El testimonio te expone a mucha violencia, de un lado desconfianza, manipulación, extractivismo intelectual, distorsiones, calumnias, etc.; del otro calumnias y amenazas de los militares incluyendo contra mi familia. Violencia de orígenes, formas e intensidades diferentes pero que coincidían en desacreditar el testimonio y maltratarte humanamente. Todo eso en situación de extrema vulnerabilidad, saliendo de un campo de concentración y exterminio. Fue sumamente doloroso y traumático. Eso también pasó con quienes testimoniaron sobre los campos Nazis. Leí mucho al respecto (Semprún, Levi, Bettelheim, Simone Veil) y me di cuenta que vivimos un poscampo muy similar. Eso me hizo sentir menos sola, bien acompañada, y me fortaleció para poder sostener la palabra a pesar de todo. Porque era verdadera y necesaria. Y quisiera hacer esta reflexión, llamar la atención solamente sobre la dificultad para poder pensar lo nuevo. Lo diferente. Lo que no entra en nuestros esquemas. Tenemos que aprender a hacerlo para entender correctamente la realidad.

Mencioné que los genocidas intentaron descalificar a quienes dimos testimonio entre 1980-84 para descalificar nuestros testimonios que los hundían. Agrego por ejemplo un artículo de la época, pero hay cientos de artículos de ese tono y peor aún, con la complicidad de los diarios. Estos temas los dejo para pensar. Tal vez Filo sea un lugar adecuado para intentar comprender. Yo aún no comprendo todo lo vivido, ni las dinámicas del campo ni las posteriores. Pero trato denodadamente de comprender porque me va la vida en esto. Porque me pasó a mí y también nos pasó a todos, en nuestro país, en nuestra provincia, en nuestra ciudad. Nos pasó a todos aunque no lo sepamos, vivimos una realidad que es producto de ese pasado. Necesito entender tanto el antes como el durante y el después. Necesitamos entender todos cómo fue posible la existencia de campos de exterminio aquí, porque fueron producto de nuestra sociedad. Podría no haber habido golpe como dice una compañera. No era ineluctable. Los campos tampoco. Pero los hubo. Y tenemos que entender lo que debemos cambiar para que no se repita. Sin comprensión de la realidad actuamos en falso aunque tengamos buenas intenciones.

Entrevista y edición:
Ana Carol Solis
Victoria Chabrando 

Desgrabación: Marco Schiavi 

Fotos: Camilo Ratti


Graciela Geuna en 1981, cuando estaba radicada en Ginebra, Suiza, dos años después de haber podido salir de Argentina luego de su cautiverio en el campo de concentración La Perla. Ella, y otrxs sobrevivientes, denunciaron los horrores de la dictadura en Naciones Unidas en 1980 y también ante otros organismos internacionales de derechos humanos. Y, cuando se abrió la posibilidad, ante la justicia argentina.

 

Ante el avance de las investigaciones en distintos juzgados federales sobre la participación de miembros de las Fuerzas Armadas en la represión ilegal, el poder militar, con complicidad de algunos medios periodísticos, buscaba ensuciar a lxs sobrevivientes y preparaba el terreno para lo que serían los levantamientos carapintadas de Semana Santa en 1987.

 

La estrategia de Menéndez y el resto de los represores que empezaban a ser denunciados por sus crímenes durante la dictadura una vez recuperada la democracia, fue desacreditar la voz de los sobrevivientes de los campos de concentración, testimonios que son la base probatoria del Juicio a las Juntas y de todos los procesos por delitos de lesa humanidad que se abrieron en la segunda mitad de los 80, se paralizaron con las leyes de impunidad y los indultos, y que se retomaron a partir de 2003.