El cantar tiene sentido

DSC03099Cecilia Todd fue distinguida por la UNC con el Premio Universitario de Cultura “400 años”. La ceremonia se llevó a cabo el 6 de agosto, en el Auditorio Hugo Chávez del Pabellón Venezuela donde, además, la cantante mantuvo un diálogo abierto sobre “Música popular en Venezuela y Latinoamérica”, acompañada por director de la Escuela de Letras de la FFyH, Claudio Díaz.

“Cuando hablamos de América, cuando nombramos las voces fundamentales de nuestra Patria Grande, el nombre de Cecilia Todd está presente inevitablemente, imprescindiblemente. Con ella, el cantar tiene sentido”, comenzó Silvia Lonatti, no docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades en el acto realizado el jueves 6 de agosto, en el cual la Universidad Nacional de Córdoba entregó el premio de cultura “400” años a la reconocida artista popular venezolana. La ceremonia, contó con la presencia de la vicerrectora de la UNC, Silvia Barei, la decana de la Facultad de Artes Myriam Kitroser, la vicedecana de la FFyH, Alejandra Castro y el subsecretario de Cultura de la Secretaría de Extensión Universitaria, Franco Morán.

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“Su voz y su cuatro venezolano recorren el continente y lo trascienden, convirtiéndola en embajadora cultural con su canto, su ‘pajarillo verde’, que emociona, sus merengues, sus joropos, nos dan la certeza que sus canciones ya son de todos”, continuó Lonatti.

La distinción para Todd fue propuesta de los Consejos Directivos de la FFyH y de Artes, “por entender que es una artista comprometida con la cultura latinoamericana y los valores democráticos, de extensa trayectoria en la recuperación de la música popular venezolana, plasmada en su amplia discografía y la participación en ella de reconocidos músicos de diferentes países”, como indica la Resolución del Consejo Superior de la UNC.

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Luego, Alejandra Castro presentó a la homenajeada y señaló que “con este premio se pensó en destacar a aquellas personalidades que tuvieran una acción destacada en las artes y en la cultura, pero que también tuvieran un compromiso político y social y que en su trayectoria, de alguna manera, uno pudiera reconocer este compromiso con el derecho a la cultura. Cecilia Todd, además de una gran artista también se destaca por su compromiso con la recuperación y la divulgación de la música popular y folclórica, no sólo venezolana, sino también latinoamericana”.

“Cuando uno entrega un premio, implica destacar algo que nos interesa desde la Universidad Nacional y la propuesta que hicieron las Facultades es destacar esta calidad de artista, pero además su compromiso social y político. Para nosotros esa confluencia es muy importante”, recalcó la vicedecana de la FFyH.

Kitroser, por su parte, advirtió que su generación “ha vivido muy de cerca la música de Cecilia Todd”. “La escuchábamos y tratábamos de imitarla, cantando como ella. Formó parte de nuestra cultura como músicos, donde rescatamos el folclore latinoamericano. Es muy emocionante tenerte acá y ser parte de todo este movimiento que muy merecidamente te da este premio”.

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Un reconocimiento para la cultura venezolana

“Quiero agradecer este reconocimiento, es un orgullo para mí estar en el mismo sitio que cuando fue inaugurado y que lleva el nombre de nuestro presidente”, dijo Cecilia Todd después de recibir el premio universitario de Cultura “400” y recordó cuando estuvo en septiembre de 2013, con motivo del nombramiento de los pabellones Haití y Venezuela  de Ciudad Universitaria y la inauguración del Auditorio “Presidente Hugo Chávez Frías”. “Tuve la oportunidad de estar con él junto con Silvio Rodríguez y otros invitados”, dijo emocionada y rememoró algunas anécdotas del ex primer mandatario venezolano. “Los latinoamericanos estamos viviendo y rescatando el sueño que  nuestros libertadores tuvieron, por el cual lucharon y murieron y nosotros hemos venido a recuperar en los últimos años”, agregó.

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También recuperó algunas anécdotas con algunos músicos latinoamericanos, como la vez que Atahualpa Yupanqui estuvo cocinando en su casa de Venezuela y de sus visitas a la Argentina, que siempre estuvieron signadas por acontecimientos políticos importantes, como la muerte de Juan Domingo Perón y, la primera vez que vino a Córdoba, que participó del velatorio del sindicalista Agustín Tosco.

“Este es un reconocimiento para Venezuela, para nuestra cultura. Como decía Atahualpa, el hecho de cantar lo que nosotros cantamos ya es una posición política y es una posición frente a la vida, por eso nosotros seguimos insistiendo en cantar música venezolana. Somos muchos los que decidimos hacerlo y nos sentimos retratados en esta cultura. Por eso, es un compromiso recibir este premio, que lo recibo con mucho orgullo y mucha emoción como venezolana. Es un premio para Venezuela, para su cultura, para toda la gente del pueblo, porque nosotros somos transmisores de ese sentir y esa expresión. De verdad, el cantar tiene sentido y cada vez tiene más”, agradeció Todd.

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La palabra y la voz. A propósito de Cecilia Todd.

Por Claudio Díaz

 ¿Por qué nos importan los cantantes? ¿En dónde radica la fuerza

de las canciones? Quizá deriva de la pura extrañeza

de estar cantando en el mundo (…) Tal vez seamos sólo criaturas en

busca de una exaltación. No tenemos mucha. Nuestras vidas no son lo que se merecen; son, convengámoslo, deficientes en muchos sentidos

penosos. Las canciones las convierten en algo distinto.

La canción nos muestra un mundo digno de nuestros anhelos,

Nos muestra a nosotros mismos como podríamos ser

Si fuéramos dignos de esa palabra.

Salman Rushdie

Traje para empezar esas palabras de Salman Rushdie porque pienso que me pueden ayudar a presentar a esta gran artista que hoy nos visita. Cecilia Todd. Quisiera llamar la atención sobre un detalle del texto de Rushdie. De todo el universo de elementos que hacen posible la canción como fenómeno, esto es las melodías y armonías, los arreglos, las palabras, los instrumentos…, el novelista se detiene en la fascinación que ejercen sobre nosotros los que cantan. ¿A qué se debe esa fascinación? A mi me parece que tiene que ver con la voz. Con la voz humana, que se carga de sentidos profundos, y hasta misteriosos, cuando alguien canta.

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La voz parece ser un elemento central, principalmente en las músicas populares, que se sostienen fundamentalmente en unas voces que cantan, en unos cuerpos que bailan. Pero esa voz adquiere gran importancia porque, en la canción, es voz que sostiene la palabra.

En la larga y compleja historia de las luchas simbólicas en nuestro continente, una parte sustantiva han sido las luchas por la apropiación de la palabra. En esa larga lucha, por ejemplo, unas lenguas se impusieron y otras fueron silenciadas; y con ellas se silenciaron tantos mitos, historias, vivencias y saberes sobre el mundo.

También ha sido parte de esa larga lucha el difícil proceso de inventar una palabra propia, que hablara desde la realidad del continente, que fuera capaz de nombrar el mundo y los misterios de la vida a contrapelo de tantos universalismos teológicos, científicos, políticos y económicos.

Con el tiempo, y al calor de sucesivas luchas libertarias en América Latina fueron emergiendo diferentes formas de pensamiento con un perfil propio. Una ensayística, un pensar científico o filosófico situado, una literatura.

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Ahora bien, todas esas formas de la palabra y el saber, que han ido formando tradiciones importantes en nuestro continente, a veces nos hacen olvidar que hay otras formas de la palabra que han sido sistemáticamente excluidas, y hemos naturalizado tanto esa exclusión que ya casi olvidamos el olvido de esas palabras. Nuestras tradiciones de saberes legitimados son todas hijas de la “ciudad letrada” para usar la expresión de Ángel Rama.

Podemos volver entonces a la cuestión de la voz. La voz le da una carnadura a la palabra, que es muy distinta de la letra. Son dos materialidades diferentes. Y en la relación casi siempre conflictiva entre esas dos materialidades, podría pensarse de otra manera (y en verdad, muchos lo han hecho) la historia de la palabra, de nuestra palabra.

Porque así como la letra escrita fue la palabra de los gobiernos, de la ley, de la justicia, de la prensa, del ordenamiento de los estados y también de los intelectuales, la palabra popular, la palabra de los negros, de los indios, de los migrantes, de los pobres, de los olvidados, de las mujeres, encarnó en las mil formas de la oralidad, anidó en la voz, y, de un modo poderoso e ininterrumpido, en la voz de los cantores y cantoras. En esas canciones que se cantan y se bailan en las tareas penosas del campo y en el calor de las cocinas, en esas canciones que se bailan en los cumpleaños, casamientos, bautismos y fiestas de todo tipo, en esos ritmos, en esas melodías que se hacen palabra, se condensan penas, alegrías, amores y desamores que no han dejado de brotar y fluir por unos cauces que nunca son del todo diferentes, pero que nunca coinciden por completo con los de la ciudad letrada.

En esa palabra encarnada en la voz de cantores y cantoras vuelven también, en mil matices e inflexiones, las lenguas olvidadas, las hablas indignas, los acentos siempre expulsados de los estrechos círculos de la legitimidad.

En mi opinión, es por eso que nos importan los cantores y las cantoras. Y esa es una de las razones que hacen de Cecilia Todd una cantora que nos conmueve. A través de su voz nos llegan infinidad de voces populares: la del pescador que decide abandonar las penurias de la pesca, la del cabrestero que canta su tristeza mientras recorre la sabana, la de la mujer que sufre o que ama, la del frutero que pregona su mercadería, la de la muchacha que canta y baila porque está orgullosa de su novio pollero…o de la que se embarazó del viento…

Hay algunas voces latinoamericanas que han tenido la virtud de abrevar en repertorios populares específicos, en este caso, venezolano, ahondar en esa diferencia, para encarnar desde allí multiplicidad de voces populares de nuestro continente. Y no es casual que Cecilia Todd haya compartido caminos y escenarios con algunos de esos cantores y cantoras. Mercedes Sosa, por supuesto, pero también Chico Buarque y Silvio Rodríguez, o Teresa Parodi y Ana Prada, por nombrar sólo unos pocos.

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Al igual que todos ellos y muchos otros, Cecilia Todd encarna en su voz, en su sensibilidad y en su repertorio una idea que, me parece, está presente desde su primer disco, y que se expresa en aquel viejo y hermoso Polo margariteño: “El cantar tiene sentido / entendimiento y razón / La buena pronunciación / del instrumento al oído”. Quizás en la simplicidad y galanura de esa copla, se expresa con mucha más eficacia lo que intento decir. El cantar tiene sentido porque se funda en los ríos profundos de la vivencia popular que sólo en la voz de los cantores y las cantoras arraiga y se transmite. Por eso me parece que en toda la trayectoria de Cecilia uno puede percibir aquella especie de mandato Yupanquiano: el cantar con fundamento.

Ese compromiso con el canto, que Cecilia ha mantenido a lo largo de los años, en cada disco, en cada presentación, no es fácil de mantener. Porque la palabra cantada también ha sido y sigue siendo objeto de disputas. Los sectores dominantes siempre han intentado controlar la circulación de las canciones. Por eso muchos cantores y cantoras han sido censurados, expulsados, incluidos en listas negras.

Pero hay una forma más sutil y más profunda de control. Desde que el desarrollo de la industria cultural hizo posible que se profesionalice el oficio de cantor, se fue desarrollando una forma muy insidiosa, ya no de controlar la circulación del canto, sino de banalizarlo convirtiéndolo en mera mercancía. El fundamento del canto sufre gravemente cuando el oído atento a las voces populares se pierde en medio de la maquinaria de la publicidad, el star system, y el negocio del espectáculo. El compromiso de Cecilia, que tuve el atrevimiento de llamar yupanquiano, la ha llevado a mantener ese oído atento, lejos de la maquinaria de la industria, insistiendo, tozudamente, acompañada con su cuatro, en dar a su voz la carnadura de muchas voces. Y eso se ha vuelto particularmente importante en estos años en que tanta confusión se siembra para desalentar y desviar la marcha de los pueblos del continente. En ese contexto sigue siendo maravilloso escuchar aquella canción de cuna que grabara Cecilia hace mucho tiempo en su primer disco:

Arrorró, mi niño que tengo que hacer,
lavar los pañales, sentarme a coser.

Don José trabaja y María también,
y yo trabajando te doy de comer.

Coso una bandera de rojo y azul,
estrellitas blancas, dorada la luz.

En esas manitos que fuertes serán
por llanura y sierras banderas cantarán,
banderas de Pedro, banderas de Juan.

Cuando seas grande podré descansar:
la voz de Bolívar en ti vibrará.

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