«La universidad argentina ha terminado por creer en las virtudes de la moderación»

El escritor Carlos Surghi conversó con Juan Bautista Ritvo, quien participará como invitado especial en las I Jornadas de Literatura, Psicoanálisis y Crítica, que organiza la Escuela de Letras de la FFyH. En esta ocasión, presentará la reedición de su libro La edad de la lectura el martes 19 de septiembre, a las 19hs. en la Sala D del Pabellón Residencial. A su vez, el miércoles 20, a las 18hs., expondrá su trabajo titulado “Psicoanálisis y literatura: el “y” imposible”, en el mismo lugar.   

La anécdota refiere que, en la primera clase de la cátedra de Teoría de la lectura, Juan Bautista Ritvo les señaló a los alumnos lo siguiente: “Hay un libro que nos va a resultar muy útil porque, justamente, es de Hans G. Gadamer, se llama Verdad y Método, me parece que nos puede ser de gran utilidad, porque de algún modo, es exactamente la antípoda de todo lo que pensamos, no hay una sola frase que no haya que tirarla, a mi juicio, por la ventana”. Corría el año 1985 y la mencionada cátedra se proponía leer en contra de la Hermenéutica y, sobre todo, en contra del Estructuralismo, esa teoría que durante la dictadura había sabido cambiar el rigor del detalle y la discusión, por la asepsia del análisis. En esa oposición no sólo a Gadamer sino también al confort mismo de la universidad argentina que se había vuelto desolación, la soledad de la lectura operaba como una promesa de discusión, de reto a lo establecido; promesa que vuelve al espíritu mismo de lo filosófico, si a éste lo entendemos como un discernimiento que se niega a reducir la intratable vacilación de los objetos.

A la cátedra, a la docencia, en paralelo y como una misma continuidad, seguirían las revistas en las que Ritvo participa activamente como colaborador y fundador, por caso Conjetural, Sitio y Paradoxa. Pero sus libros merecen un señalamiento aparte, tal vez porque la consigna de no reducir el objeto que promoviera en la cátedra de mediados de los ochenta se mantiene en ellos de un modo ejemplar. Así la filosofía, el psicoanálisis y la literatura dialogan más allá de sus procedimientos y limitaciones, se orientan hacia una suerte de dimensión imaginaria donde el ejercicio crítico puede pasar de la fascinación a la melancolía en una misma continuidad. Pero entre los libros publicados por Ritvo hay uno particular, editado por primera vez en 1992 por el sello Beatriz Viterbo, La edad de la lectura. En él, Ritvo desarrolla ya una poética del pensamiento que se centra en la idea de interrupción, la cual consiste en huir ante el hastío por medio de la lectura, por medio de la escritura como acto polémico que desaparece entre objetos y sujetos solitarios. La nueva edición de Nube Negra, propone justamente medir la edad de la lectura a la luz de la escritura que siguió a ese movimiento inaugural.

  • Sobre finales de los 60 y comienzos de los 70 el psicoanálisis ocupó un lugar preponderante en la formación de una tradición intelectual que no se identificaba ni con Sur ni con el compromiso asumido por los miembros de la revista Contorno. ¿Qué queda hoy en día de ese vínculo tan fuerte entre intelectuales y psicoanálisis?

Me parece que ese lazo se ha debilitado considerablemente: la universidad global, cuyo modelo impera cada vez más en Argentina, tiende a reemplazar al intelectual por la figura del experto, especialista en lo que sea, libresco, reproductor de discursos que no son los suyos.

La figura del experto también está establecida en psicoanálisis: no es un intelectual crítico y por lo tanto incómodo con su herencia, como lo fue en algún momento al comienzo de la década del 70 del siglo pasado, momento en que el psicoanálisis navegaba al margen de las instituciones académicas y el impacto de Lacan no terminaba de asimilarse, lo cual fomentaba todo tipo de riquísimos síntomas: malentendidos, equívocos, avidez por saber, confusión y algunas luces que aquí y allá aparecían como para mostrar un camino posible que no se limitara a la reproducción ordenada, “fiel” de Lacan, cuidadosa de la ortodoxia, más adherida a la figura del Amo que a la verdad. Este es el Lacan “formalizado”, es decir, privado de su punta incisiva, traumática: el punto de la lectura, en el sentido del punctum barthesiano, es un punto traumático…

El experto expone, resguarda, reduce todo a cuatro o cinco nociones banalizadas, y sobre todo aplica, en el sentido más temible del vocablo.

En Argentina no había otra salida ante el avance del oscurantismo que se proclama curiosamente “claro y distinto” que la que emprendemos desde Conjetural: fusionar la tradición ensayística argentina, tan rica, emblemáticamente representada por Sarmiento y Martínez Estrada, con el pensamiento de Freud y de Lacan.

  • Te formaste en el ámbito de la Filosofía, pero ¿cómo fue tu acercamiento al campo del psicoanálisis?

Podría dar diversas versiones. Una, que Hegel y Heidegger me llevaron a Lacan y este a Freud. Pero esta versión, límpida, supone otra; empecé mi análisis a mediados de la década del 70 y eso me cambió la cabeza. O, en todo caso, acentuó ciertas líneas que ya había oscuramente anticipado: la solidaridad, en su distinción nítida, entre la asociación libre y la poesía, el vértigo de la improvisación y del hallazgo que inició mis movimientos circulares desde la filosofía al psicoanálisis y desde este a la literatura, no necesariamente en ese orden.

El horizonte de estos movimientos fue, para mí, la crisis y derrumbe del marxismo, cuyo poder explicativo mostró sus profundos límites mucho antes de la caída del muro de Berlín.

  • Durante la vuelta a la democracia la cátedra de Teoría de la lectura en Rosario no sólo fue consecuencia de un nuevo plan de estudio acorde a los tiempos que se vivían, sino que también significó un modo de leer el pasado inmediato. ¿Cuáles eran los principales objetivos de esa cátedra? ¿De qué modo incidieron en la Universidad Argentina del retorno a la democracia?

El retorno de la democracia fue auspicioso, aunque con el curso del tiempo se hicieron sentir las limitaciones políticas de la república recuperada; y, en el orden universitario, el avance de lo que llamo “universidad global” o sometimiento de nuestras instituciones universitarias a los cánones rígidos de Estados Unidos y de Europa occidental. No obstante, sería injusto ignorar que todavía hay fuerzas de resistencia. La cátedra de Teoría de la Lectura fue una avanzada: declarar que no hay, a pesar del título, una concesión inevitable, una teoría de la lectura porque si la hubiera no habría lectura en acto. Toda lectura, si merece este título, y si lo es volcándose en una escritura que testimonia lo leído, establece una excepción a la resistencia de los cánones, los cuales, como resistencia activa, son necesarios para que la lectura pueda apartarse de ellos. Para dar el ejemplo de Kant, diría que la paloma puede volar por la resistencia del aire y no pese a ella. Desde este punto de vista, Teoría de la Lectura fue una cátedra –lo que sigue siendo hoy que ya me jubilé –, que pudo desmontar la hermenéutica apoyándose en la retórica de ciertos grandes escritores filósofos: Kierkegaard, Nietzsche.

  • Los ensayos de La edad de la lectura fueron saliendo en diversas revistas como Paradoxa, Conjetural o Sitio. ¿Qué buscabas al momento de reunirlos y editarlos bajo la forma de libro? ¿Qué hay en él que amerite una reedición que además pone a dialogar textos escritos hace más de 20 años con otros más próximos?

Esos ensayos prolongaban la experiencia de la cátedra mencionada, además de mi experiencia como analista; pero debo reconocer que ese libro probablemente no hubiera existido sin la persistencia y el ordenamiento que le dio Alberto Giordano, quien también me dio el impulso inicial para lo que luego sería quizá mi mejor libro, “Decadentismo y melancolía”. Con estos textos tuve siempre una sensación de certeza y a la vez de incertidumbre. ¿Para qué contribuir a la confusión general?, me decía con una suerte de cinismo no del todo auténtico. Finalmente, y luego de tantos años, me di cuenta que mis ensayos habían contribuido al despertar de lectores que han hecho su propio camino. Oscuramente percibía que tengan el valor que tengan esos escritos, había en ellos un estilo que reclama del lector una adhesión a lo no escrito en el escrito mismo; algo así como una circulación del sentido que obra como un vórtice, un fenómeno meteórico nunca estable, aunque deje aquí y allá sus trazas, su pasaje hermético.

  • La edad de la lectura reúne los mejores estilos del ensayo -Benjamin, Freud, Kierkegaard- y en él ya está presente la idea de que la escritura ensayística es interrupción. ¿De qué modo pensás hoy en día ese procedimiento que, al posicionarse en el vacío, el silencio, produce más incertidumbre y más continuidad en el pensamiento?   

Efectivamente produce más incertidumbre, más al mismo tiempo, como vos lo decís, genera continuidad, lo cual parece un contrasentido. Sin embargo, la continuidad proviene de la discontinuidad. En el vacío de la interrupción, el pensamiento, interrumpido por la presencia de este mismo vacío, se ve impulsado a re-comenzar en una suerte de retroceso hacia adelante, para citar una eficaz fórmula de Hegel.

Simbólicamente, la interrupción implica solución de continuidad; pero desde el nivel de lo real, la interrupción se define como choque, shock; es ese golpe de lo real que habita el psicoanálisis, pero también la obra de Benjamin. He aquí una feliz coincidencia o convergencia entre la crítica y el psicoanálisis.

  • En tu escritura la polémica es un sello distintivo. ¿Cómo crees que lee la Universidad argentina la presencia de la polémica como retórica de la escritura? ¿Es ese el destino ausente de todo pensamiento que se precie de ser pensamiento crítico? 

La universidad argentina ha terminado por creer (o en hacer creer) en las virtudes de la moderación. Oculta el sometimiento, el aburrimiento, la reproducción de las mismas cosas una y otra vez. El pólemos en el sentido griego está ausente; lo que sí está presente es la imposición asfixiante de los nombres propios y el canon de lectura establecido para cada caso. Desde luego, me refiero al campo de las humanidades.

  • El psicoanálisis en su corta vida ha producido una revolución epistemológica, por caso acabó con el antropocentrismo renacentista. También ha sabido apropiarse de tradiciones de lectura, y ha cometido reducciones conceptuales para su propia sobrevivencia. ¿Qué momentos señalarías como auspiciosos en la relación literatura / psicoanálisis / crítica; y en qué grado crees que el malentendido puede apoderarse de esa relación?

Invierto el orden de las preguntas. El malentendido es inevitable; aunque hay malentendidos eficaces y ricos y otros que son pura traba.

Sabiendo que al pasar de un campo al otro se producen inevitables deformaciones, las que muchas veces son absolutamente benéficas, es preciso anotar la incidencia de Freud en la literatura, la que nunca fue más eficaz que cuando fue indirecta.

Hay escritores, incluso estimables – pienso en Durrell y en su Cuarteto de Alejandría, especialmente en la construcción de ese personaje tan pobre que es Justine; en otros momentos es sin duda admirable – que proyectan sobre sus actantes esquemas psicopatológicos consabidos y que nada agregan.

Por el contrario, Nabokov, quien siempre rechazó al “brujo”, es decir a Freud, no ha cesado de ser contaminado por las construcciones freudianas, sobre todo por la pregnancia del detalle y el carácter arborescente de la asociación libre. La alianza del inconsciente con la sexualidad ha impactado en todo el espectro literario del siglo XX, justamente porque el saber no es el conocimiento: es preciso verificar que uno muchas veces sabe cosas que desconoce – y esta es una revolución en el saber.

A su turno, la literatura no determina al psicoanálisis, pero sí lo causa: es como un motor que, de cerca o de lejos, actúa, constriñe como lo hace una pregunta que solo puede responderse mediante un cambio de plano, de manera tal que la pregunta excede a la respuesta y la respuesta también se sitúa más allá.


Juan bautista Ritvo nació en Santa Fe en 1940. Reside desde hace varias décadas en Rosario. Ejerce el psicoanálisis en esta ciudad y en Buenos Aires. Docente de grado en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Rosario y de Posgrado en la Facultad de Psicología. Es miembro del consejo de redacción de Conjetural, revista psicoanalítica y publica habitualmente en revistas y publicaciones periódicas del país y del exterior sobre literatura, psicoanálisis y filosofía. Algunos de sus libros son: Formas de la sensibilidad, Del padre, La edad de la lectura, Decadentismo y Melancolía, Crítica y fascinación, La retórica conjetural.