Editorial
 

La enseñanza como alegría de la transmisión

 

El último 25 de abril se inició un nuevo período rectoral, luego de que la comunidad universitaria, a través de sus representantes en la Asamblea, eligiera nuevamente a Carolina Scotto por abrumadora mayoría. Tal vez nunca antes en su historia reciente -con certeza no en la historia que se abrió tras la recuperación democrática-, los diversos claustros que componen la Universidad expresaron un apoyo tan contundente a una tarea realizada.

Las razones de ello son múltiples, y en cierta medida coinciden con las transformaciones efectivamente producidas durante el período que acaba de concluir. Entre las principales, deberían mencionarse: la restricción a la reelección indefinida en los cargos directivos; la puesta en marcha de la carrera docente (cuya implementación se propone articular estabilidad laboral y calidad académica); una muy significativa ampliación de la ciudadanía universitaria; una recuperación de la imagen pública que la Universidad había perdido; un marcado desarrollo de políticas de inclusión; una profusa intervención en los debates de políticas públicas en los que la Universidad tiene mucho que aportar....

Pero a mi modo de ver lo que la comunidad universitaria ha valorado principalmente es un estilo de trabajo y una manera de hacer política, que se ha propuesto y ha logrado transformaciones sustantivas sin prescindir del juego de las ideas, sin evitar la discusión abierta, asumiendo en las decisiones adoptadas la contradicción de intereses que se manifiesta de manera lógica cuando se producen nuevos escenarios. Se ha valorado una forma franca de adoptar resoluciones colectivas, que desplaza el personalismo y la decisión privada, en favor de procedimientos institucionales ya previstos o novedosos; que no abdica de las convicciones propias acerca de la acción política en la Universidad, a la vez que toma en cuenta la pluralidad que por naturaleza esa misma Universidad comporta. Y al hacerlo no sólo respeta esa diversidad y la involucra en los procedimientos elegidos para producir cosas nuevas, sino que además no busca minimizarla, ni mucho menos ocultarla o hacerla desaparecer. Una manera de entender la acción pública, sobre todo, que se desmarca con nitidez de aquella otra que la concibe como pura práctica de imponer una mayoría con la que circunstancialmente se cuenta.  

La consolidación de una cultura política que asume posiciones públicas definidas y el reconocimiento explícito de quienes pertenecen a otro mundo de ideas; que fortalece la convicción con la paciencia; que conjuga la osadía y la prudencia; que alía imaginación y responsabilidad, será, según creo, el legado más perdurable de la experiencia universitaria que transcurre desde 2007. Su prolongación hasta 2013 permitirá llevar a término un programa de trabajo, pero asimismo afronta el desafío de encontrar nuevas tareas por realizar, y de abrir otras posibilidades en la condición universitaria.

La enseñanza como alegría de la transmisión, el aprendizaje como sorpresa y placer de lo inesperado, la investigación como aventura de la inteligencia, la política como deseo de otros y transformación con otros, la sensibilidad por quienes se hallan en situaciones desfavorecidas, presuponen una reflexión ininterrumpida de los actores universitarios -cualquiera sea el lugar que les toque ocupar- sobre su propio trabajo y sobre su modo de transitar la institución. Quizás el más importante cometido que una gestión de gobierno en la Universidad pudiera proponerse sea el de crear las condiciones para que ello suceda.

Por Diego Tatián, docente de la FFyH.

 

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