Rubén López está convencido de ello. Dice que “el oficio de contar un cuento implica compartir, en un encuentro con otros”. “Es un acto de presencia y a la vez de mucha entrega y sinceridad”. Este reconocido narrador, junto a sus colegas del grupo Veníque tecuento, trasmiten el oficio con esa misma generosidad en los “Laboratorios de lectura en voz alta”, organizados por la cátedra de Enseñanza de la Literatura del Profesorado de Letras de la FFyH.
La actividad, destinada a formar alumnos y ex alumnos de esa carrera en el arte de promover el amor por literatura, se desarrolla todos los viernes de agosto, de 16 a 16:30, en el aula 10 de Casa Verde (Ciudad Universitaria). La cita implica primero, sentarse en ronda; y luego, disponerse a disfrutar de ese ritual que se produce cuando nos cuentan un cuento.
Durante el primer laboratorio – el viernes 8 de agosto – la narradora Garbá cautivó con su histrionismo a través del relato Déjà vu de Marita von Saltzen. Aunque la primera en romper el hielo fue su colega Sol Argayo, quien narró el cuento Guillermo, Jorge, Manuel y José de Mem Fox. Viviana Aguirre, por su parte, sorprendió a los presentes con un cuento del poeta Oliverio Girondo. Y Rubén López, en el final, decidió narrar El espantapájaros soñador del escritor Jota Villaza.
Luego de los sentidos aplausos, llegaron las preguntas.
¿Todas las historias que se narran provienen de la literatura? fue una de las primeras inquietudes. Los narradores explicaron que por lo general sí. Que de eso se trata el oficio de narrar en voz alta. De leer mucha literatura y seleccionar aquellas historias que más les han gustado a los propios narradores, para después trasmitirlas en público. Rubén López argumentó que “en la literatura está la vida misma”. Y que el hecho de compartirlas con otros es lo más parecido “a la vida eterna, porque podemos así vivir muchas historias”.
A la hora de revelar ciertas claves que explican ese misterioso encanto que se produce cuando un narrador toma la palabra, observa por unos segundos a su público y de manera clara pronuncia la infalible frase “¿Había una vez?”, todos los narradores coincidieron en la importancia de sentir lo que se está contando.
“Uno debe ser fiel a todo lo que nos generó esa historia en el momento de leerla”, precisa López. También subrayaron el hecho de compartir la literatura “porque eso enriquece el alma”, aseguraron. “Cuando uno comparte, crece y de alguna manera se multiplica lo que se está narrando”. Además, todos celebraron el acto de estar presentes, de poder hacer visible lo invisible y de encontrarse físicamente con un grupo humano. Y admitieron, a su vez, que si bien en el oficio de contar historias se exige respetar al máximo los textos originales de cada escritor, resulta inevitable que los relatos orales quedan impregnados por los diferentes estilos y las emociones propias de cada narrador.