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Historias y personajes
La historia de la historia en Córdoba
¿Cuándo se institucionalizaron los
estudios históricos en Córdoba? ¿Cuáles
son los orígenes de la Escuela de Historia? ¿Quiénes
fueron los precursores de esta disciplina en nuestro territorio?
Francisco Bauer, docente de la cátedra Historia Contemporánea
de Asia y África, realizó una investigación
en la que rescata el surgimiento y desarrollo de las instituciones
relacionadas con la investigación y la enseñanza de
la historia en Córdoba. El aporte del Instituto de Estudios
Americanistas, el rol de los autodidactas, la profesionalización
de los historiadores, los cambios en los planes de estudio y las
secuelas de la dictadura militar son algunos de los temas que aborda
Bauer. Este año, el trabajo se utilizó como material
de estudio en el ciclo de nivelación para los ingresantes
a la carrera de Historia.
El pabellón España, sede de la
Escuela de Historia desde 1957.
“La institucionalización
de la historia en Córdoba” es el título del
trabajo que realizó Bauer y que abarca el período
1936-1997. La idea de realizar este estudio surgió después
que el profesor, en una clase que dictaba en una escuela de nivel
medio para adultos, escuchara hablar a sus alumnos con total desconocimiento
sobre cuándo y cómo habían aparecido los primeros
estudios históricos y las instituciones dedicadas a la investigación
y la formación de historiadores en nuestra provincia. El
docente, tiempo después, trasladó esta inquietud a
sus colegas y a otros estudiantes de la universidad, y se encontró
con la sorpresa de que pocos sabían a ciencia cierta cuándo
se había creado la Escuela de Historia.
Para Bauer, su experiencia como estudiante también influyó
en la decisión de realizar este trabajo, que tiene entre
sus principales finalidades “fortalecer el sentido de pertenencia
institucional”. “Cuando era alumno participé
en la conformación de una comisión de historia dentro
de una agrupación estudiantil y en la organización
de los primeros encuentros nacionales donde discutíamos los
planes de estudios y el rol del historiador. Entonces, para mí
-que había pasado por esa trayectoria de debates- tener un
sentido de pertenencia es importante. El historiador también
tiene raíces, así como las tienen las historias”,
señala el autor.
Considerando que este tema había comenzado a despertar cierto
interés académico y social inició la búsqueda
de datos en el Archivo Histórico de la Universidad, que funciona
en el antiguo Rectorado de la calle Obispo Trejo.
El Instituto de Estudios Americanistas
En el análisis de Bauer aparece el Instituto de Estudios
Americanistas como un espacio clave para el desarrollo de una red
de instituciones vinculadas a la investigación académica
y la formación profesional de los historiadores que permanecen
hasta la actualidad, como son: las escuelas de Historia, de Archivología
y Bibliotecología; el Museo de Antropología, el Centro
de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades,
el Archivo Histórico Municipal y la Junta Provincial de Historia.
En el origen de estas instituciones se encuentra el Instituto de
Estudios Americanistas fundado en la Universidad Nacional de Córdoba
el 23 de julio de 1936. “Fue el punto de partida de la institucionalización
y profesionalización de los historiadores en Córdoba.
Implicó abrir una perspectiva disciplinar para la investigación
y la enseñanza de la historia, más la complementariedad
con las ciencias sociales y otras disciplinas afines, que todavía
hoy nos alcanza”, afirma el investigador.
Este instituto, dependiente del Rectorado, tenía como actividades
principales: la administración de un fondo bibliográfico
y documental, la realización de investigaciones de carácter
histórico, la publicación de monografías y
documentos inéditos y la realización de “cursos
relacionados con la historia, paleografía, arqueología,
cartografía y demás ciencias auxiliares, organización
de archivos, historiografía y metodología histórica”.
Cabrera, el precursor
Para Bauer, una mención especial merece la figura de monseñor
Pablo Cabrera (1857-1926), considerado un pionero por haber sido
quien proyectó y se hizo cargo de la primera cátedra
de etnografía indígena argentina en la Universidad
de Córdoba y fundó un museo colonial. Además,
se desempeñó como presidente de la filial cordobesa
de la Junta de Historia y Numismática Americana, entidad
promotora de los estudios históricos en todo el país
y antecedente de la Academia Nacional de la Historia. Esta institución
jugó un rol decisivo en la creación de museos provinciales
y regionales, así como de instituciones orientadas a la recuperación
de la historia en todo el territorio nacional.
En el acto inaugural del Instituto de Estudios Americanistas, las
autoridades presentes le rindieron un homenaje especial -a diez
años de su muerte- por su aporte al campo de la historia.
El rector Novillo Corvalán, en su discurso, lo describió
como “obrero eminente de la cultura del país, investigador
profundo e intérprete sagaz de la vida precolonial de América,
restaurador de sus pueblos, costumbres e idiomas, mediante métodos
personales y pacientes en libros y folletos que han sido altamente
juzgados por la crítica nacional y extranjera”. Luego,
resolvió designar una comisión para tramitar la adquisición
de la biblioteca de monseñor Pablo Cabrera y su museo (ver
nota de archivo).
El contexto de la crisis
De acuerdo con Bauer, el surgimiento de estos espacios institucionalizados
está relacionado con el contexto que se presenta después
de la crisis de 1930. “Hay una situación de crisis
generalizada, más allá del plano económico,
también en el ámbito político-institucional.
Se pone en tela de juicio la idea de progreso, que desde la Ilustración
en adelante había sido una noción rectora”,
puntualiza.
Precisamente, durante la inauguración del Instituto de Estudios
Americanistas, el rector expresó: “La Universidad incorpora
por primera vez a sus preocupaciones oficiales los temas de la historia
en sede propia, se realiza bajo las perspectivas de una crisis intelectual
que aspira a renovar las bases del saber histórico”.
Bauer indica que, en el período que va de 1930 a 1950, el
fenómeno de la creación de escuelas de historia se
reproduce en distintas provincias y también en países
vecinos como Uruguay, porque “son años en los que las
ciencias sociales comienzan a tener una mayor difusión”.
Una referencia europea importante es que la aparición de
la Escuela de los Annales data de 1929.
Se afianza el campo académico
Cuando se crea la Facultad de Filosofía y Humanidades en
1946, el Instituto de Estudios Americanistas pasa a depender del
Departamento de Historia que comienza a funcionar en 1947. Para
Bauer, en esos momentos “la institucionalización y
la profesionalización se establecen junto a la práctica
de un trabajo historiográfico que se afianza por medio de
ordenanzas, concursos, resoluciones y reglamentos que van plasmando
las reglas del juego del campo académico, al mismo tiempo
que se desenvuelven las carreras de investigación y docencia”.
Los primeros ocho licenciados en Historia de la UNC egresaron en
1957, no obstante Bauer advierte que las autoridades cometieron
en aquel momento una serie de errores administrativos que generaron
confusión acerca de la fecha exacta de creación del
Departamento. “Cuando en 1957 tenemos oficialmente la primera
camada de egresados, hay una resolución que nuevamente dice
que se crea el Departamento de Historia. Entonces, hay como una
superposición de creaciones”. En este sentido, el investigador
sostiene que 1957 debe considerarse como la fecha en la que se produce
un reordenamiento de los departamentos y áreas de la Facultad,
pero no una creación. Según Bauer, la resolución
313 de 1947 es la que da origen a la institución.
En 1957, además, se produce el traslado del Departamento
de Historia a su actual sede en el Pabellón España
de la Ciudad Universitaria, ya que anteriormente funcionaba en la
avenida General Paz junto a otros institutos de la Facultad.
El primer cambio del plan de estudio de la carrera data de 1959,
cuando se eliminaron materias como Historia de las religiones y
se introdujeron otras como Historia del pensamiento argentino y
Paleografía y diplomática. En el nuevo reglamento
también se incluyeron las materias optativas, el examen de
una lengua extranjera y el trabajo final de seminario que les permitía
acceder al título de licenciado a quienes habían terminado
de cursar la carrera.
De autodidactas a historiadores profesionales
A partir del impulso institucional que cobran los estudios históricos,
comienza una etapa de profesionalización de la tarea del
historiador que, hasta el momento, había sido desarrollada
básicamente como una práctica autodidacta. “Con
el término autodidacta quiero expresar que se trata de personas
sin formación específica en historia”, sostiene
Bauer, sin intención de desmerecer la producción historiográfica
aportada por esos autores que provenían de otras disciplinas
como medicina, abogacía, ingeniería, periodismo o
la carrera militar. Entre quienes experimentaron este proceso de
transición hacia la profesionalización se encuentran:
Enrique Martínez Paz, abogado y primer director del Instituto
de Estudios Americanistas; Ceferino Garzón Maceda, abogado;
Alberto Rex González, médico; Aníbal Montes,
ingeniero y militar; Luque Columbres, abogado. Otros tenían
títulos de profesores de enseñanza secundaria como
Carlos Segreti, Roberto Miatello, María Angélica Arcauz,
María Elena Vela y Efraín Bischoff, quienes fueron
admitidos como docentes en la universidad y tuvieron la oportunidad
de producir obras significativas que posteriormente fueron referencia
en distintos lugares.
“La diferencia entre el historiador profesional y el autodidacta,
que llegaba a la historia atraído por la pasión de
conocer del pasado, es que este último tenía la desventaja
de no haber podido sistematizar el conocimiento histórico
y el tratamiento del documento”, explica Bauer. No obstante,
en muchos casos, esa pasión tan profunda acompañada
de una exhaustiva dedicación también les permitía
comprender y abordar los procesos históricos de manera efectiva.
Dictadura
En 1968 el Departamento pasó a llamarse Escuela de Historia
por ser una denominación “más adecuada al carácter
y funciones que desempeña”, según establece
la resolución. Ese mismo año, se lleva a cabo la segunda
reforma del plan de estudios, de acuerdo con la ley orgánica
de las universidades nacionales, ejecutada por la dictadura militar
que encabezaba Juan Carlos Onganía. De este modo, bajo la
doctrina de la seguridad nacional, se coartaron las libertades políticas
y de agremiación, y comenzó el éxodo de docentes
universitarios que debían abandonar el país. En 1978,
ya bajo el gobierno militar de Videla, Massera y Agosti, se produce
la tercera modificación del plan de estudios, a la vez que
se implanta la censura, el terror y la violencia como prácticas
cotidianas entre la comunidad académica. Bauer resalta que,
de acuerdo con los registros de la época, hay diecisiete
estudiantes de la Escuela de Historia que desaparecieron. “El
ambiente académico –continúa- vivía un
clima de tensión y desgarramiento que afectó negativamente
la convivencia entre docentes y alumnos, por tanto, la formación
y producción de conocimientos históricos”. Fueron
años en que se suspendió la libertad de cátedra,
se interrumpió la llegada de libros desde el exterior y se
destruyeron investigaciones escritas inéditas. En este período,
el autor analizó que “baja notablemente el número
de egresados y desaparecen aproximadamente 32 trabajos finales de
licenciatura”.
“Mi primera sorpresa, cuando analizo los datos, es que en
el año 1975 se da la mayor cantidad de expulsiones de docentes
de la Facultad. Cuando llegan los militares, el grueso del personal
docente ya había sido despedido”, comenta. Efectivamente,
en 1975 fueron separados de sus cargos 76 docentes y otros 45 en
el período 1976-1981. En total, expulsaron a 121 profesores
en la Facultad de Filosofía y Humanidades.
“El otro punto que también me pareció muy trascendente
es que en la legislación y los argumentos por los cuales
se despedía a los docentes, se utiliza la palabra depuración”,
expresa. En este sentido, el investigador advierte sobre la carga
negativa de este concepto utilizado en el ámbito de la administración
pública. “Esa palabra está expresada como parte
de la ley y me llamó significativamente la atención
que nunca se criticara su utilización”, manifiesta.
Ampliar el panorama
Con la llegada de la democracia se plantea nuevamente la reformulación
del plan de estudios, el cual, finalmente, se aprueba en 1986. “Hay
un intento anterior de modificar el plan 78, pero que no logra cuajar.
Hasta que se hace el plan 86 que, con algunas modificaciones, es
el vigente”, explica. En este proceso se incorporaron materias
como Historia Contemporánea de Asia y África, Introducción
a la economía política, Teoría política
y Epistemología; y se reglamentó el Trabajo final
para la licenciatura.
Bauer destaca que algunos de los criterios utilizados en la construcción
de este plan fueron “el rol del historiador en el presente”
y “ampliar el panorama de los estudios históricos al
Asia y África, ya que antes estaban reducidos sólo
a Europa y América”. En relación a esto, agrega:
“Hoy tenemos la satisfacción de que los egresados de
nuestra Escuela pueden tener una imagen de mundo y una noción
de la historia mundial más realista. Antes, la formación
del historiador era exclusivamente eurocentrista y en la actualidad
se ha incorporado la crítica al eurocentrismo”.
El trabajo de Bauer también recopila una serie de datos estadísticos
que permiten visualizar cómo fue evolucionando la matrícula
en la Escuela de Historia. En 1957 comienzan a egresar los primeros
licenciados, en 1964 reciben su título los miembros de la
primera camada de profesores y en 1968 es el turno de los flamantes
doctores. En total, en el período 1957-1997, la Escuela de
Historia otorgó 945 títulos, con un promedio de alrededor
de 23 títulos por año. Otra lectura de los datos arroja
que se entregaron 188 títulos a hombres y 757 títulos
a mujeres.
Segunda parte
Para Bauer, este trabajo le permitió ver cómo evolucionaron
institucionalmente los espacios vinculados a la historia en Córdoba.
Y agrega: “Esta es la base y la referencia para conocer quiénes
fueron los historiadores, las instituciones que los apoyaron, las
fuentes que consultaron”. En un segundo momento, el autor
planea completar el estudio y realizar una crítica a las
concepciones históricas que se fueron sucediendo en las distintas
épocas, analizar los contenidos de los planes de estudio
y las producciones históricas. “Una conclusión
importante de este trabajo es que ojalá pueda servir a historiadores,
bibliotecarios, archiveros y a todos aquellos que están vinculados
a los estudios históricos, para que no se pierda el sentido
que tuvo desde el origen el Instituto Americanista y todas las instituciones
que derivaron de ahí. Esto nos permite reprogramar, abordar
aspectos teóricos y actualizar nuestra tarea. Es un motor
espiritual para que no nos olvidemos de estos orígenes y
de lo importante que es darle continuidad”, concluye.
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