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Historias y personajes
Artes, los orígenes de la Escuela (primera
parte)
A pocos meses de cumplir 59 años desde su
fundación, la Escuela de Artes ha recorrido una historia
que merece ser contada. Concebida bajo el primer gobierno peronista,
esta institución atravesó, con pasos inciertos, su
etapa inicial hasta lograr la institucionalización de sus
prácticas. En esta primera entrega, Alfilo repasa algunos
momentos clave de los orígenes y del proceso de transformación
que logró convertirla en una institución modelo a
mediados de los sesenta. En la próxima edición, la
segunda parte de la nota con la intervención de 1975, el
proceso militar y la reapertura democrática.
El patio del pablellón
México, sede de la Escuela de Artes.
El 3 de diciembre de 1948 se creó la “Escuela
Superior de Bellas Artes” como dependencia directa del Consejo
Universitario de la UNC, que en esos momentos encabezaba el rector
José M. Urrutia. El proyecto original estuvo a cargo de Ángel
Lo Celso, arquitecto e ingeniero civil, quien además se convirtió
en el primer director de la institución (ver
recuadro). Para Cristina Rocca –docente del Departamento
de Plástica y coautora del trabajo “Apuntes preliminares
para una historia de la Escuela de Artes- “No es concebible
la historia de la escuela universitaria sin tener en cuenta la existencia
de más de cincuenta años de la matriz importantísima
que significó la Escuela Provincial Figueroa Alcorta, en
cuanto a concepciones de arte, de educación y de promoción
de ciertos valores que marcaron la plástica de Córdoba”.
Una vieja casona, ubicada en Colón 680, fue el primer edificio
que albergó a la Escuela. En su interior había algunas
aulas taller y una biblioteca. Originalmente, el plan de estudios
ideado por Lo Celso contemplaba el dictado de plástica, música,
danza y arte escénico e incluía otras actividades
como el cuarteto de cuerdas, la pequeña orquesta de cámara
y el coro universitario.
Tras un año y tres meses de gestión, Lo Celso fue
sucedido el 20 de marzo de 1950 por el profesor Giacobbe en la dirección,
quien permaneció en ese cargo hasta 1951. El docente y artista
plástico Alberto Nicasio será entonces nombrado director
hasta 1955 y completará de este modo las gestiones directivas
de la escuela durante el gobierno de Juan Domingo Perón,
hasta su caída en septiembre del 55. “El dato valioso
es que estos tres directores actuaron bajo un gobierno durante el
cual el fomento de las artes estuvo teñido de una concepción
muy especial, favoreciendo lo que en la época se llamarían
las artes populares y tratando de reivindicar las artes aplicadas
(como las decorativas, tipográficas, de la propaganda, del
hierro forjado, orfebrería, del mueble, cerámica,
tejido, lutería y fotografía) que, según se
explicita en el proyecto Giacobbe, podrían desaparecer. También
se trataba de fomentar las artes consagradas, las artes excelsas
de la cultura (como la escultura, la pintura, la escenografía,
la música, las danzas académicas y folklóricas),
todas enunciadas explícitamente en dicho proyecto”,
señala Oscar Moreschi, docente del Departamento de Cine y
TV y secretario de la Escuela de Artes, en un artículo escrito
para la revista Alfilo (ver
nota de archivo).
De acuerdo con un informe de la Comisión de Autoevaluación
de la Escuela de Artes (1999), el proyecto del arquitecto Lo Celso
era “más simple y esquemático”, en tanto
que la propuesta de Giacobbe mantenía las mismas disciplinas
pero “con una compleja red de interrelaciones entre carreras,
niveles, orientaciones, organismos, que resulta difícil comprender
por su enormidad”. Asimismo, este informe da cuenta de una
serie de documentos de la época en los que se establecían
convenios con instituciones y municipios para construir monumentos,
obras murales para edificios públicos, participación
de orquestas y coros en actos patrios, difusión de danzas
folklóricas y “creaciones musicales para alabar la
vida del prócer”. En este sentido, se destaca “la
relación de obediencia con los lineamientos oficiales”
y se advierte sobre “el avance de diversos tipos de censura
que se ensañaron con cualquier vestigio de inconformidad”.
En este marco, en el seno de la universidad comenzaba a gestarse
la búsqueda de cambios.
El pabellón México
Con el golpe militar de 1955 se producen importantes transformaciones
en el ámbito universitario y, de manera particular, en la
enseñanza del arte. En primer lugar, las autoridades interventoras
comienzan a adjudicar las obras construidas durante el gobierno
peronista a las distintas facultades, escuelas y centros dispersos
en la ciudad de Córdoba. De este modo, se inicia la ocupación
de los edificios de la Ciudad Universitaria que aún estaban
en construcción. “Estas obras, planificadas y diseñadas
por la dirección de Arquitectura de la Nación (es
decir, desde Buenos Aires), estaban originalmente destinadas a viviendas
estudiantiles y todavía no se habían iniciado las
construcciones de los propios edificios para las facultades. En
ese reparto, la Escuela de Artes obtendrá el pabellón
México, que hoy mantiene como sede central”, indica
Moreschi. Así, en 1959 la Escuela es trasladada a esta casa
que hasta la actualidad conserva los pisos de parquet en sus aulas
y también placares y cerramientos propios de un edificio
que estaba pensado como residencia para estudiantes y que nunca
se utilizó para tal fin. El crecimiento institucional se
evidencia en la incorporación de otros edificios aledaños
al pabellón México que servirán para el desarrollo
de diferentes actividades: el Granero, la Cabaña, el pabellón
Brujas, el pabellón José de Monte o Gris, el Teatrino
–que desde 1968 funcionó como aula y sala de teatro-
y los pabellones Francia Anexo, Casa Verde y España. “Cada
uno de estos enclaves ha significado una definición política,
una instancia importante en el proceso de institucionalización,
en el trayecto a través del cual la Escuela adquirió
su propia territorialidad”, afirman Cristina Rocca y Silvia
Villegas en su trabajo de investigación.
Desarrollismo
Con el retorno de los liberales reformistas a la universidad y con
el auge de las ideas del desarrollismo, comienza a producirse una
modernización general de la sociedad. “La Universidad
de Córdoba, al igual que las otras universidades nacionales,
recibe durante el gobierno de Frondizi respaldo para investigación
en ciencia, tecnología y, novedosamente, para las ciencias
sociales”, expresa Rocca en su libro“Las bienales de
Córdoba en los ’60. Arte Modernización y Guerra
Fría”. En este período, las fundaciones Ford
y Rockefeller se convertirán en las principales patrocinadoras
de estudios con orientaciones teóricas predominantes en Estados
Unidos; hay un fuerte impacto de las nuevas tecnologías en
el arte y los músicos incorporan recursos electroacústicos.
Según Néstor García Canclini, “el apoyo
económico de la Unión Panamericana, la CIA y empresas
transnacionales a museos, revistas, artistas y críticos latinoamericanos
configuró una agresiva campaña que por vías
diversas, a veces encubiertas, impulsaba un mismo proyecto: difundir
una experimentación formal aparentemente despolitizada, sobre
todo el expresionismo abstracto, como alternativa al realismo social,
el muralismo y toda corriente preocupada por la identidad nacional”.
Al mismo tiempo, en el campo cultural se vive intensamente el impulso
renovador que viene de la mano de la nueva literatura latinoamericana
y el nuevo cine. “Comenzarán a convivir tendencias
artísticas que miran a modelos extranjeros junto a otras
de contenido social que reivindican la identidad Latinoamérica”,
sintetiza el Informe de la Comisión de Autoevaluación.
Los años dorados
De acuerdo con las definiciones de Rocca y Villegas, el año
1962 marca el inicio de un período que representa para la
Escuela, “no sólo la definitiva institucionalización,
sino también el de su máxima expansión”.
Las investigadoras sostienen que, hasta ese momento, “la Escuela
osciló entre su emergencia y desaparición en varias
ocasiones, por lo que los esfuerzos por mantenerla abierta fueron
varios y frecuentes. No se distinguía mayormente de otras
instituciones de educación artística del medio, excepto
por su naturaleza universitaria, que le daba, en Córdoba,
la legitimidad social necesaria para imponerse”.
Esta etapa comienza con la designación del arquitecto Raúl
Bulgheroni como interventor de la institución. En una entrevista
realizada por Cristina Rocca, Bulgheroni recordó que en aquel
momento había sido contratado por las autoridades universitarias
para hacer un inventario y cerrar la escuela, dado que el nivel
académico que tenía no correspondía con el
de una institución universitaria. “Me designaron en
la Escuela de Artes para cerrarla porque había más
profesores que alumnos, alumnas debiera decir, porque había
un solo varón, no existían archivos, no había
nada”, expresó. Ante esta situación, Bulgheroni
decidió hacer una contrapropuesta: reorganizar la Escuela
y refundarla bajo otros presupuestos académicos. La iniciativa
fue apoyada por el rector Orgaz, quien le brindó el aval
político y administrativo necesario para reencaminar el destino
incierto de esta institución.
El flamante director –quien anteriormente se había
desempeñado como docente, consejero y decano de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo- puso en marcha en 1962 una nueva reglamentación
interna que establecía, entre otras cosas, el nombre de “Escuela
de Artes”. “Indudablemente que el cambio denominación
no obedece a una economía de palabras sino a una concepción
que de alguna manera precisa y simplifica el objeto, lo extrae de
un universo romántico y ambiguo para incorporarlo a la vida
y el desarrollo de las personas”, explican los miembros de
la Comisión de Autoevaluación.
A partir de entonces, se diseñaron otras modalidades de ingreso,
lo que permitió que en 1964 la Escuela contara con 300 alumnos
regulares y 40 en el taller libre de práctica artística.
Ese mismo año se constituyeron grupos-pilotos, tanto de teatro
como de cine, que darían origen a las carreras y departamentos
respectivos. En 1967 se crearon dos tipos de títulos, uno
de licenciatura y otro de profesorado, que se mantienen hasta la
actualidad. Se le dio un fuerte impulso a la extensión universitaria,
a través de las actividades de diversos grupos de docentes
y estudiantes que promovían la vinculación con el
medio. Para 1966, la Escuela era la única en su tipo que
ofrecía titulaciones de cuatro carreras artísticas:
Plástica, Música, Cine y Teatro. Para Rocca y Villegas,
“el imaginario como sistema de representación colectivo
ha colocado a los años sesenta como los años de la
consagración. Años en los que el proceso de institucionalización
logra componer un sistema de enseñanza, producción
e investigación en todas las áreas o departamentos”.
El informe de la Comisión de Autoevaluación revela,
por su parte, que en 1966 la Escuela de Artes era considerada “un
modelo de institución” para el resto de las universidades
nacionales, por su “estructura modernizada”, producto
de un “serio control de gestión” que le permitió
incrementar considerablemente sus actividades de enseñanza,
investigación y extensión.
Las bienales
Con una ambiente general que daba claras señales de apertura
a las nuevas propuestas, comienzan a desarrollarse en la Córdoba
de los años sesenta los Salones y las Bienales Americanas
de Arte, patrocinadas por la Industria Kaiser Argentina (IKA).
La Escuela, que ya se había convertido en un espacio de discusión
y experimentación relevante en el campo de las artes, comienza
a gravitar en torno a la organización de estos eventos. “A
partir del 64, con la intervención de Bulgheroni y un cambio
interno en la organización de las bienales –cuando
se incorporan algunas personas como Christian Sorenson que anteriormente
había participado en extensión-, la universidad empieza
a ver con buenos ojos la posibilidad de sumarse a ese hecho internacional
de tanta relevancia, en un momento en que las bienales hacían
furor en el mundo, particularmente la de San Pablo”, resalta
Rocca. De este modo, para la segunda Bienal, la UNC aceptó
ceder el Pabellón Argentina como espacio principal de la
muestra. “La empresa –dice Rocca- aprovechó a
partir de entonces el prestigio de la universidad y el movimiento
cultural general que vivió la ciudad”. Es en este marco
que la Escuela de Artes organizó importantes concursos internacionales
de estudiantes, con prestigiosos jurados internacionales que lograron
atraer una cantidad abrumadora de obras de alumnos. Docentes y artistas
como Pedro Pont Vergés y Ernesto Farina –vinculados
a las bienales- también fomentaban la participación
de los estudiantes en estos certámenes.
Para Rocca, “la Bienal era importante no solamente porque
era un mes en el que se desarrollaba esta actividad que era registrada
por la prensa muy activamente, sino porque había numerosos
actos paralelos que le daban espesor cultural en la ciudad”.
Precisamente, la investigadora considera que estas actividades “son
las que cumplirían a larga el efecto de alto impacto social,
más allá de los círculos artísticos”.
Bulgheroni, visionario y personalista
La figura de Bulgheroni suscitaba, en igual medida, adhesiones y
rechazos por parte de la comunidad de la Escuela de Artes. Sin dudas,
fue el principal impulsor del ordenamiento institucional en un momento
en que la Escuela estaba al borde de la disolución, pero
al mismo tiempo su estilo de conducción personalista y su
incapacidad para incorporar a los distintos sectores docentes y
estudiantiles a la gestión hicieron que se ganara detractores
entre los miembros de la institución.
“En sus once años de ejercicio ininterrumpido, puso
de manifiesto una capacidad de invención constante. Su formación
cultural y profesional en el país y el extranjero, su admiración
por las personalidades y movimientos que provocaron rupturas en
el arte y su capacidad para despegarse de los moldes y las rutinas
de una universidad tradicional como la de Córdoba, le permitieron
atraer hacia la institución a profesionales muy capacitados
en cada especialidad y obtener el consenso de las autoridades universitarias
para la dotación de fondos presupuestarios”, indica
el informe de la Comisión. No obstante, este documento resalta,
entre los aspectos negativos de Bulgheroni, “la falta de participación
en la planificación y toma de decisiones”, así
como la imposibilidad de generar “un sistema de recambio y
pluralidad de ideas”.
Fuentes
consultadas:
“Apuntes
preliminares para una historia de la Escuela de Artes”, por
Silvia Villegas y Cristina Rocca. Junio de 1998. Este proyecto formó
parte de los proyectos de FOMEC.
Informe de la Comisión de Autoevaluación de la Escuela
de Artes integrada por Patricia Ávila (Dpto. Plástica),
Oscar Moreschi (Dpto. Cine y TV), Myriam Kitroser (Dpto. Música)
y Dardo Alzogaray (Dpto. Teatro). Año 1999.
“Artes, de un edificio a otro”, por Oscar Moreschi.
Nota publicada en el Nº3 de Alfilo, revista digital de la Faculta
de Filosofía y Humanidades (UNC), sección Historias
y Personajes. Junio/julio 2005.
“Las bienales de Córdoba en los ’60. Arte Modernización
y Guerra Fría”. Serie Colecciones. Producción
artística /Estudios sobre Arte. Editorial de la Facultad
de Filosofía y Humanidades (UNC)/ Editorial Universitas.
2005
La
Escuela de Artes de la UNC. La marca en el origen: ¿Una
escuela de oficio? [1]
Por Celia L. Salit
Interesa en esta entrega, dada lo acotado
del artículo, para esbozar una respuesta al interrogante
planteado en el título, analizar el documento que da
origen a esta unidad académica. Análisis que
necesariamente deberá tensarse con la lectura de otros
documentos institucionales posteriores.
La escuela fue creada a partir de la resolución fechada
el 3 de diciembre de 1948 del entonces Consejo Universitario
bajo el rectorado de José Miguel Urrutia, sobre la
base del proyecto del arquitecto Ángel Lo Celso, la
“Escuela Superior de Bellas Artes” de la Universidad
Nacional de Córdoba.
Es el propio mentor de la idea de fundar una “escuela
universitaria de arte”, quien elabora el primer plan
de estudios de la misma, incorporado a la ordenanza de creación.
Así, este plan se constituye al mismo tiempo en organizador
institucional/académico y curricular. De este modo,
el plan fundante, que configura una propuesta formativa para
una institución que aún no tiene existencia
concreta, opera como dispositivo creador/inaugural de algo
que estaba por hacerse. La Escuela “Superior de Bellas
Artes”, nace como dependencia del Consejo de la Universidad
y consta de dos secciones: Artes Plásticas, por un
lado, y Música, Danza y Arte Escénico, por otro.
Las Artes Plásticas se enseñarían en
la “Escuela superior” y en la “Escuela profesional”,
que funcionaría como anexa a la primera.
Una serie de cuestiones interesa puntualizar respecto del
documento que le da origen: la indiferenciación entre
la ordenanza de creación y el plan de estudios; el
nivel de especificidad de las prescripciones; el significado
que se le asigna a los términos: secciones, elementos,
cursos y escuela[2] . Asimismo, la asociación
entre “talleres y práctica" y "oralidad
con teoría"; el vocablo "escuela" es
significado con un doble sentido: se utiliza tanto para designar
la nueva unidad académica que se propone crear, así
como para referir a las dos "unidades" que la conformarían.
Es significativo el lugar destacado que se le asigna a las
"artes plásticas" frente a cierta indiscriminación
entre las otras "artes", que conformarían
una sola dependencia, lo que estaría manifestando una
suerte de secundarización de las mismas. Disciplinas,
todas ellas de una larga tradición en la historia del
arte y que podríamos caracterizar como "clásicas"
(música, teatro, danza). Respecto de "Música,
danza y arte escénico", en
su desagregado, se entremezclan actividades de producción
artística con otras de formación/enseñanza.
Una cuestión a destacar es la distinción entre
“Escuela superior” y “Escuela profesional”
que, al reproducir la división entre "arte puro
o bellas artes" y “artesanías", expresa
una particular concepción acerca del arte. No obstante,
se incluyen en la primera de ellas expresiones heterogéneas
y diversas que van desde las clásicas "bellas
artes" hasta el trabajo con materiales como el hierro
y la madera, inherentes a los oficios de los artesanos y que
además son incluidas en la escuela profesional.
De la lectura detenida de las concepciones de arte y de universidad
expresadas por Lo Celso, fundador de la Escuela, en la ordenanza
de creación es posible inferir la idea de oficio en
los orígenes institucionales. Bajo el título
"Fundamentos", se alude a la existencia de academias
y conservatorios cuya misión es enseñar el 'arte
puro', es decir "la formación del artista",
que –reconoce- va en desmedro del "arte popular"
que cobija las artes menores como la del artesano, destacando
el papel de las escuelas llamadas de artes y oficios del siglo
XIX en Italia, Francia y Austria y la beneficiosa influencia
del maestro artesano. Se puede inferir también una
crítica a las escuelas de artes y oficios del Siglo
XIX que creyeron reemplazar con su sistema de enseñanza
al aprendizaje de aquel artífice, que había
forjado su labor en una atmósfera de nobleza artística
de probada honradez profesional y prestigio de tradición,
en los clásicos talleres del artesano. (Plan Lo Celso,
1948 pág: 75)
A partir de recuperar la labor del artesano, se afirma que
no es posible hacer arte con elementos que no se modelan,
para lograr la “belleza” que es la más
“pura de las creaciones humanas”. Por ello, para
el fundador de la “Escuela Superior de Bellas Artes”,
el producto del arte aplicado exige requisitos de belleza
en la forma, perfección en la técnica de ejecución
y respeto por la materia empleada. Así también
define como condiciones que deben reunirse tales como la disciplina
en el trabajo, el conocimiento de los materiales a utilizarse
y la maestría en la ejecución técnica-artística
de la obra. En esta misma línea de recuperación
histórica, alude, al pasado religioso de la ciudad
y manifiesta que la ciudad era uno de los centros más
vivos del arte Colonial de América, cuyo paisaje, arquitectura,
tradición, costumbres y formas de vida, reclama "imperiosamente"
la producción artística manual de artesanos,
que formados al amparo de su vieja y querida Universidad no
pueden desvincularse a la savia vernácula de su prosapia,
en la decoración de sus iglesias y capillas.
Por todo lo anteriormente expresado, para Lo Celso la Escuela
Superior de Bellas Artes que propone crear, propulsará
el estudio superior del Arte, perfeccionando a los artistas
que egresen de las academias de bellas artes de todo el país;
hermanando la obra de artesanía profesional con la
superior en la realización de proyectos y maquetas,
que aquellos artífices han de ejecutar en los talleres
de dicha escuela. Como se desprende de la lectura, se desliza
en las expresiones de Lo Celso la intencionalidad de articular
la nueva Escuela que propone con las academias, considerándola
un espacio de perfeccionamiento, pero no de orden teórico
sino vinculado con el "saber hacer artístico".
Propone la creación de una escuela de artes con orientación
social y nacional que contemple la solución del problema
que trae aparejado la industrialización. Aunque en
párrafos posteriores afirma que, los egresados de la
Escuela profesional serán "excelentes colaboradores
técnicos y mejores intérpretes artísticos
de muchas industrias del medio, la escuela de arte ha de repercutir
sobre la economía nacional”.
No obstante, en un intento casi conciliatorio, afirma mas
adelante que como no puede desprenderse el artista del prestigio
de las artes manuales, es que no ha de desdeñarse la
enseñanza del arte puro, arte por el arte... Si bien,
como lo señaláramos, el autor refiere a la necesidad
de auspiciar un "alto nivel estético-cultural
de acentuada jerarquía artística" dirigido
hacia la enseñanza de las artes menores, no se hace
mención alguna en la fundamentación a una formación
teórica, aunque luego se incorporan en la propuesta
algunos cursos de esta índole.
De la lectura del perfil del egresado esperado y de las condiciones
que el mismo debe reunir, es posible reconocer nuevamente
la impronta del hacer como preocupación de la enseñanza
universitaria. Se requiere, según Lo Celso, conocimiento
extenso de los distintos materiales, maestría en la
ejecución técnico-artística de la obra
así se logrará la formación de hombres
que contribuirán a mejorar el gusto, conquista de valores
ideales y materiales, en beneficio de una acrecentada potencial
moral y económica para nuestro país. En un párrafo
siguiente afirma: los egresados serán excelentes colaboradores
técnicos y mejores intérpretes artísticos,
de muchas industrias en nuestro medio. La referencia a "la
técnica" y el aporte/función de la universidad
hacia el mundo del trabajo, al formar la mano de obra que
éste demanda, se reiteran a lo largo del documento.
En
suma, podríamos considerar inicialmente como dato relevante
que se trata de una escuela universitaria en la cual se enseñarían
tanto las "artes excelsas" como ciertas ramas del
quehacer relacionadas con las artesanías. Nos preguntamos:
¿Opera esta definición inicial como mandato
fundante? ¿Tiene alguna continuidad de sentido con
la formación profesionalista de la universidad de los
abogados? ¿En qué medida incidió en la
configuración de esta propuesta, la política
del peronismo? ¿Esta política estaría
marcando desde el origen la idea de una "escuela de oficio"?
. Desde la lectura detenida de las concepciones de arte y
de universidad expresadas por Lo Celso, pareciera posible
inferir que la opción asumida inicialmente para la
enseñanza de las artes en la Universidad de Córdoba,
que lleva a caracterizarla como "escuela de oficio,”
se asocia a una tradición europeizante de la enseñanza
de las artes, modalidad de enseñanza, que incluye en
el espacio universitario, la transmisión de un saber
práctico.
Sin embargo, consideramos que, el rápido cambio de
gestión, a tan sólo dos años de la creación
y la propuesta de un nuevo plan de estudios de la mano del
profesor Giacobbe, elaborado bajo otros supuestos teóricos,
también de carácter fundante, otorgan una configuración
conflictiva al mandato fundacional. Desde la nueva propuesta,
se esboza un acercamiento a la tradición anglosajona,
que reserva la teoría para la Universidad y delega
la práctica en las academias y conservatorios.
Definiciones de orden fundacional, poco claras, que se plantean
en el “cruce de dos tradiciones”, que devienen,
en una propuesta híbrida, que –en palabras de
los actores- no es ni una cosa ni la otra . Se configura de
este modo un funcionamiento singular, determinadas formas
de vinculación con otras ofertas académicas
del medio, al tiempo que se genera una problemática
de difícil resolución que atraviesa, aún
hoy, tanto las definiciones curriculares como la dinámica
de relaciones entre los actores institucionales.
1.
Extracto adaptado del texto de tesis doctoral: Procesos de
cambio curricular en la universidad en el contexto histórico-político
de reformas educativas de los 90. El caso de la Escuela de
Artes de la UNC.
2. El primero es utilizado para designar
lo que hoy suele denominarse "expresiones o ramas del
arte", las cuales generan las distintas carreras que
configuran las propuestas formativas de la Escuela de Artes.
Bajo el título "elementos" se incluyen tanto
diferentes cursos que se dictarán, así como
las "dependencias" que deberán crearse (museo,
biblioteca)
3. Cabe recordar que por esos años
el peronismo gobierna nuestro país y la provincia de
Córdoba. Tal vez por ello Lo Celso considera que es
un momento apropiado para que la Universidad de Córdoba,
en estas horas de orientación social en la vida del
hombre, en este clima espiritual como expresión colectiva
de nuestro pueblo, desarrolle por intermedio de la escuela
que propone crear un alto nivel estético cultural,
dirigido hacia la enseñanza de las artes menores de
acentuada jerarquía artística. En este marco,
alude a la función del estado, inscripta en el modelo
de estado benefactor o estado social: El estado contribuirá
así a una obra de gran aliento como beneficio social,
no se limitará al perfeccionamiento de una minoría
selecta. El presente momento de rehumanización del
arte es singularmente propicio para ensanchar el estadio de
la belleza para goce feliz de las masas sociales.
4. Aludir a la inscripción de
esta idea en el origen de la institución no significa,
en este caso, una suerte de "mitificación"
ni de develación de algún secreto aún
no revelado. La imagen de escuela de oficio aparece recurrentemente
en la palabra de algunos entrevistados y de algunos de los
expertos durante el proceso FOMEC. No ignoramos, como dice
Terán, que los discursos están sometidos a los
azares de la historia y a la contaminación con "otras
series de lo real". No creemos en los determinismos absolutos.
No obstante, desde la lectura analítica de la propuesta
fundante, impacta el lugar asignado a ciertas expresiones
del arte en tanto reconocemos allí una imagen de algún
modo coincidente con representaciones que aún hoy parecieran
circular en el imaginario institucional. Mundo simbólico
que demanda una lectura contextualizada para permitir identificar
el sentido que hoy se le asigna al aludir a la idea de "oficio".
5. Expresiones utilizadas por algunos
entrevistados.
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