Abril 2007 | Año 3. Nº 16
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA, Argentina
 


La voz de la filosofía en la conversación de la universidad


Nuevos recursos tecnológicos para docentes


Maurice Meisner: visitante distinguido de la FfyH

La historia del barrio en la memoria colectiva

Las marcas del pasado

Marc Augé: "Estamos siempre buscando una imagen de nosotros mismos"

Un escritor comprometido con su tiempo

Aumenta la cantidad de estudiantes extranjeros en la FFyH

Artes, los orígenes de la Escuela (primera parte)

1
· La geometría de Moisset
3
· El andén de los juglares y Venique tecuento
5

· Plaza de la memoria: resultados del concurso

· Bienes comunes y ciudadanía: explotación minera en la cordillera.

· Jornadas de investigación: la educación en debate

· Nueva carrera de posgrado: Especialización en Psicopedagogía

· Las ciencias sociales y humanas en Córdoba

· Curso a distancia sobre patrimonio arqueológico

· Seminarios, cursos, encuentros
y jornadas
7

 


 


Historias y personajes

Artes, los orígenes de la Escuela (primera parte)

A pocos meses de cumplir 59 años desde su fundación, la Escuela de Artes ha recorrido una historia que merece ser contada. Concebida bajo el primer gobierno peronista, esta institución atravesó, con pasos inciertos, su etapa inicial hasta lograr la institucionalización de sus prácticas. En esta primera entrega, Alfilo repasa algunos momentos clave de los orígenes y del proceso de transformación que logró convertirla en una institución modelo a mediados de los sesenta. En la próxima edición, la segunda parte de la nota con la intervención de 1975, el proceso militar y la reapertura democrática.


El patio del pablellón México, sede de la Escuela de Artes.

El 3 de diciembre de 1948 se creó la “Escuela Superior de Bellas Artes” como dependencia directa del Consejo Universitario de la UNC, que en esos momentos encabezaba el rector José M. Urrutia. El proyecto original estuvo a cargo de Ángel Lo Celso, arquitecto e ingeniero civil, quien además se convirtió en el primer director de la institución (ver recuadro). Para Cristina Rocca –docente del Departamento de Plástica y coautora del trabajo “Apuntes preliminares para una historia de la Escuela de Artes- “No es concebible la historia de la escuela universitaria sin tener en cuenta la existencia de más de cincuenta años de la matriz importantísima que significó la Escuela Provincial Figueroa Alcorta, en cuanto a concepciones de arte, de educación y de promoción de ciertos valores que marcaron la plástica de Córdoba”.
Una vieja casona, ubicada en Colón 680, fue el primer edificio que albergó a la Escuela. En su interior había algunas aulas taller y una biblioteca. Originalmente, el plan de estudios ideado por Lo Celso contemplaba el dictado de plástica, música, danza y arte escénico e incluía otras actividades como el cuarteto de cuerdas, la pequeña orquesta de cámara y el coro universitario.
Tras un año y tres meses de gestión, Lo Celso fue sucedido el 20 de marzo de 1950 por el profesor Giacobbe en la dirección, quien permaneció en ese cargo hasta 1951. El docente y artista plástico Alberto Nicasio será entonces nombrado director hasta 1955 y completará de este modo las gestiones directivas de la escuela durante el gobierno de Juan Domingo Perón, hasta su caída en septiembre del 55. “El dato valioso es que estos tres directores actuaron bajo un gobierno durante el cual el fomento de las artes estuvo teñido de una concepción muy especial, favoreciendo lo que en la época se llamarían las artes populares y tratando de reivindicar las artes aplicadas (como las decorativas, tipográficas, de la propaganda, del hierro forjado, orfebrería, del mueble, cerámica, tejido, lutería y fotografía) que, según se explicita en el proyecto Giacobbe, podrían desaparecer. También se trataba de fomentar las artes consagradas, las artes excelsas de la cultura (como la escultura, la pintura, la escenografía, la música, las danzas académicas y folklóricas), todas enunciadas explícitamente en dicho proyecto”, señala Oscar Moreschi, docente del Departamento de Cine y TV y secretario de la Escuela de Artes, en un artículo escrito para la revista Alfilo (ver nota de archivo).
De acuerdo con un informe de la Comisión de Autoevaluación de la Escuela de Artes (1999), el proyecto del arquitecto Lo Celso era “más simple y esquemático”, en tanto que la propuesta de Giacobbe mantenía las mismas disciplinas pero “con una compleja red de interrelaciones entre carreras, niveles, orientaciones, organismos, que resulta difícil comprender por su enormidad”. Asimismo, este informe da cuenta de una serie de documentos de la época en los que se establecían convenios con instituciones y municipios para construir monumentos, obras murales para edificios públicos, participación de orquestas y coros en actos patrios, difusión de danzas folklóricas y “creaciones musicales para alabar la vida del prócer”. En este sentido, se destaca “la relación de obediencia con los lineamientos oficiales” y se advierte sobre “el avance de diversos tipos de censura que se ensañaron con cualquier vestigio de inconformidad”. En este marco, en el seno de la universidad comenzaba a gestarse la búsqueda de cambios.

El pabellón México
Con el golpe militar de 1955 se producen importantes transformaciones en el ámbito universitario y, de manera particular, en la enseñanza del arte. En primer lugar, las autoridades interventoras comienzan a adjudicar las obras construidas durante el gobierno peronista a las distintas facultades, escuelas y centros dispersos en la ciudad de Córdoba. De este modo, se inicia la ocupación de los edificios de la Ciudad Universitaria que aún estaban en construcción. “Estas obras, planificadas y diseñadas por la dirección de Arquitectura de la Nación (es decir, desde Buenos Aires), estaban originalmente destinadas a viviendas estudiantiles y todavía no se habían iniciado las construcciones de los propios edificios para las facultades. En ese reparto, la Escuela de Artes obtendrá el pabellón México, que hoy mantiene como sede central”, indica Moreschi. Así, en 1959 la Escuela es trasladada a esta casa que hasta la actualidad conserva los pisos de parquet en sus aulas y también placares y cerramientos propios de un edificio que estaba pensado como residencia para estudiantes y que nunca se utilizó para tal fin. El crecimiento institucional se evidencia en la incorporación de otros edificios aledaños al pabellón México que servirán para el desarrollo de diferentes actividades: el Granero, la Cabaña, el pabellón Brujas, el pabellón José de Monte o Gris, el Teatrino –que desde 1968 funcionó como aula y sala de teatro- y los pabellones Francia Anexo, Casa Verde y España. “Cada uno de estos enclaves ha significado una definición política, una instancia importante en el proceso de institucionalización, en el trayecto a través del cual la Escuela adquirió su propia territorialidad”, afirman Cristina Rocca y Silvia Villegas en su trabajo de investigación.

Desarrollismo
Con el retorno de los liberales reformistas a la universidad y con el auge de las ideas del desarrollismo, comienza a producirse una modernización general de la sociedad. “La Universidad de Córdoba, al igual que las otras universidades nacionales, recibe durante el gobierno de Frondizi respaldo para investigación en ciencia, tecnología y, novedosamente, para las ciencias sociales”, expresa Rocca en su libro“Las bienales de Córdoba en los ’60. Arte Modernización y Guerra Fría”. En este período, las fundaciones Ford y Rockefeller se convertirán en las principales patrocinadoras de estudios con orientaciones teóricas predominantes en Estados Unidos; hay un fuerte impacto de las nuevas tecnologías en el arte y los músicos incorporan recursos electroacústicos.
Según Néstor García Canclini, “el apoyo económico de la Unión Panamericana, la CIA y empresas transnacionales a museos, revistas, artistas y críticos latinoamericanos configuró una agresiva campaña que por vías diversas, a veces encubiertas, impulsaba un mismo proyecto: difundir una experimentación formal aparentemente despolitizada, sobre todo el expresionismo abstracto, como alternativa al realismo social, el muralismo y toda corriente preocupada por la identidad nacional”.
Al mismo tiempo, en el campo cultural se vive intensamente el impulso renovador que viene de la mano de la nueva literatura latinoamericana y el nuevo cine. “Comenzarán a convivir tendencias artísticas que miran a modelos extranjeros junto a otras de contenido social que reivindican la identidad Latinoamérica”, sintetiza el Informe de la Comisión de Autoevaluación.

Los años dorados
De acuerdo con las definiciones de Rocca y Villegas, el año 1962 marca el inicio de un período que representa para la Escuela, “no sólo la definitiva institucionalización, sino también el de su máxima expansión”. Las investigadoras sostienen que, hasta ese momento, “la Escuela osciló entre su emergencia y desaparición en varias ocasiones, por lo que los esfuerzos por mantenerla abierta fueron varios y frecuentes. No se distinguía mayormente de otras instituciones de educación artística del medio, excepto por su naturaleza universitaria, que le daba, en Córdoba, la legitimidad social necesaria para imponerse”.
Esta etapa comienza con la designación del arquitecto Raúl Bulgheroni como interventor de la institución. En una entrevista realizada por Cristina Rocca, Bulgheroni recordó que en aquel momento había sido contratado por las autoridades universitarias para hacer un inventario y cerrar la escuela, dado que el nivel académico que tenía no correspondía con el de una institución universitaria. “Me designaron en la Escuela de Artes para cerrarla porque había más profesores que alumnos, alumnas debiera decir, porque había un solo varón, no existían archivos, no había nada”, expresó. Ante esta situación, Bulgheroni decidió hacer una contrapropuesta: reorganizar la Escuela y refundarla bajo otros presupuestos académicos. La iniciativa fue apoyada por el rector Orgaz, quien le brindó el aval político y administrativo necesario para reencaminar el destino incierto de esta institución.
El flamante director –quien anteriormente se había desempeñado como docente, consejero y decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo- puso en marcha en 1962 una nueva reglamentación interna que establecía, entre otras cosas, el nombre de “Escuela de Artes”. “Indudablemente que el cambio denominación no obedece a una economía de palabras sino a una concepción que de alguna manera precisa y simplifica el objeto, lo extrae de un universo romántico y ambiguo para incorporarlo a la vida y el desarrollo de las personas”, explican los miembros de la Comisión de Autoevaluación.
A partir de entonces, se diseñaron otras modalidades de ingreso, lo que permitió que en 1964 la Escuela contara con 300 alumnos regulares y 40 en el taller libre de práctica artística. Ese mismo año se constituyeron grupos-pilotos, tanto de teatro como de cine, que darían origen a las carreras y departamentos respectivos. En 1967 se crearon dos tipos de títulos, uno de licenciatura y otro de profesorado, que se mantienen hasta la actualidad. Se le dio un fuerte impulso a la extensión universitaria, a través de las actividades de diversos grupos de docentes y estudiantes que promovían la vinculación con el medio. Para 1966, la Escuela era la única en su tipo que ofrecía titulaciones de cuatro carreras artísticas: Plástica, Música, Cine y Teatro. Para Rocca y Villegas, “el imaginario como sistema de representación colectivo ha colocado a los años sesenta como los años de la consagración. Años en los que el proceso de institucionalización logra componer un sistema de enseñanza, producción e investigación en todas las áreas o departamentos”. El informe de la Comisión de Autoevaluación revela, por su parte, que en 1966 la Escuela de Artes era considerada “un modelo de institución” para el resto de las universidades nacionales, por su “estructura modernizada”, producto de un “serio control de gestión” que le permitió incrementar considerablemente sus actividades de enseñanza, investigación y extensión.

Las bienales
Con una ambiente general que daba claras señales de apertura a las nuevas propuestas, comienzan a desarrollarse en la Córdoba de los años sesenta los Salones y las Bienales Americanas de Arte, patrocinadas por la Industria Kaiser Argentina (IKA).
La Escuela, que ya se había convertido en un espacio de discusión y experimentación relevante en el campo de las artes, comienza a gravitar en torno a la organización de estos eventos. “A partir del 64, con la intervención de Bulgheroni y un cambio interno en la organización de las bienales –cuando se incorporan algunas personas como Christian Sorenson que anteriormente había participado en extensión-, la universidad empieza a ver con buenos ojos la posibilidad de sumarse a ese hecho internacional de tanta relevancia, en un momento en que las bienales hacían furor en el mundo, particularmente la de San Pablo”, resalta Rocca. De este modo, para la segunda Bienal, la UNC aceptó ceder el Pabellón Argentina como espacio principal de la muestra. “La empresa –dice Rocca- aprovechó a partir de entonces el prestigio de la universidad y el movimiento cultural general que vivió la ciudad”. Es en este marco que la Escuela de Artes organizó importantes concursos internacionales de estudiantes, con prestigiosos jurados internacionales que lograron atraer una cantidad abrumadora de obras de alumnos. Docentes y artistas como Pedro Pont Vergés y Ernesto Farina –vinculados a las bienales- también fomentaban la participación de los estudiantes en estos certámenes.
Para Rocca, “la Bienal era importante no solamente porque era un mes en el que se desarrollaba esta actividad que era registrada por la prensa muy activamente, sino porque había numerosos actos paralelos que le daban espesor cultural en la ciudad”. Precisamente, la investigadora considera que estas actividades “son las que cumplirían a larga el efecto de alto impacto social, más allá de los círculos artísticos”.

Bulgheroni, visionario y personalista
La figura de Bulgheroni suscitaba, en igual medida, adhesiones y rechazos por parte de la comunidad de la Escuela de Artes. Sin dudas, fue el principal impulsor del ordenamiento institucional en un momento en que la Escuela estaba al borde de la disolución, pero al mismo tiempo su estilo de conducción personalista y su incapacidad para incorporar a los distintos sectores docentes y estudiantiles a la gestión hicieron que se ganara detractores entre los miembros de la institución.
“En sus once años de ejercicio ininterrumpido, puso de manifiesto una capacidad de invención constante. Su formación cultural y profesional en el país y el extranjero, su admiración por las personalidades y movimientos que provocaron rupturas en el arte y su capacidad para despegarse de los moldes y las rutinas de una universidad tradicional como la de Córdoba, le permitieron atraer hacia la institución a profesionales muy capacitados en cada especialidad y obtener el consenso de las autoridades universitarias para la dotación de fondos presupuestarios”, indica el informe de la Comisión. No obstante, este documento resalta, entre los aspectos negativos de Bulgheroni, “la falta de participación en la planificación y toma de decisiones”, así como la imposibilidad de generar “un sistema de recambio y pluralidad de ideas”.

Fuentes consultadas:
“Apuntes preliminares para una historia de la Escuela de Artes”, por Silvia Villegas y Cristina Rocca. Junio de 1998. Este proyecto formó parte de los proyectos de FOMEC.
Informe de la Comisión de Autoevaluación de la Escuela de Artes integrada por Patricia Ávila (Dpto. Plástica), Oscar Moreschi (Dpto. Cine y TV), Myriam Kitroser (Dpto. Música) y Dardo Alzogaray (Dpto. Teatro). Año 1999.
“Artes, de un edificio a otro”, por Oscar Moreschi. Nota publicada en el Nº3 de Alfilo, revista digital de la Faculta de Filosofía y Humanidades (UNC), sección Historias y Personajes. Junio/julio 2005.
“Las bienales de Córdoba en los ’60. Arte Modernización y Guerra Fría”. Serie Colecciones. Producción artística /Estudios sobre Arte. Editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC)/ Editorial Universitas. 2005

La Escuela de Artes de la UNC. La marca en el origen: ¿Una escuela de oficio? [1]
Por Celia L. Salit

Interesa en esta entrega, dada lo acotado del artículo, para esbozar una respuesta al interrogante planteado en el título, analizar el documento que da origen a esta unidad académica. Análisis que necesariamente deberá tensarse con la lectura de otros documentos institucionales posteriores.
La escuela fue creada a partir de la resolución fechada el 3 de diciembre de 1948 del entonces Consejo Universitario bajo el rectorado de José Miguel Urrutia, sobre la base del proyecto del arquitecto Ángel Lo Celso, la “Escuela Superior de Bellas Artes” de la Universidad Nacional de Córdoba.
Es el propio mentor de la idea de fundar una “escuela universitaria de arte”, quien elabora el primer plan de estudios de la misma, incorporado a la ordenanza de creación. Así, este plan se constituye al mismo tiempo en organizador institucional/académico y curricular. De este modo, el plan fundante, que configura una propuesta formativa para una institución que aún no tiene existencia concreta, opera como dispositivo creador/inaugural de algo que estaba por hacerse. La Escuela “Superior de Bellas Artes”, nace como dependencia del Consejo de la Universidad y consta de dos secciones: Artes Plásticas, por un lado, y Música, Danza y Arte Escénico, por otro. Las Artes Plásticas se enseñarían en la “Escuela superior” y en la “Escuela profesional”, que funcionaría como anexa a la primera.
Una serie de cuestiones interesa puntualizar respecto del documento que le da origen: la indiferenciación entre la ordenanza de creación y el plan de estudios; el nivel de especificidad de las prescripciones; el significado que se le asigna a los términos: secciones, elementos, cursos y escuela[2] . Asimismo, la asociación entre “talleres y práctica" y "oralidad con teoría"; el vocablo "escuela" es significado con un doble sentido: se utiliza tanto para designar la nueva unidad académica que se propone crear, así como para referir a las dos "unidades" que la conformarían.
Es significativo el lugar destacado que se le asigna a las "artes plásticas" frente a cierta indiscriminación entre las otras "artes", que conformarían una sola dependencia, lo que estaría manifestando una suerte de secundarización de las mismas. Disciplinas, todas ellas de una larga tradición en la historia del arte y que podríamos caracterizar como "clásicas" (música, teatro, danza). Respecto de "Música, danza y arte escénico", en su desagregado, se entremezclan actividades de producción artística con otras de formación/enseñanza.
Una cuestión a destacar es la distinción entre “Escuela superior” y “Escuela profesional” que, al reproducir la división entre "arte puro o bellas artes" y “artesanías", expresa una particular concepción acerca del arte. No obstante, se incluyen en la primera de ellas expresiones heterogéneas y diversas que van desde las clásicas "bellas artes" hasta el trabajo con materiales como el hierro y la madera, inherentes a los oficios de los artesanos y que además son incluidas en la escuela profesional.
De la lectura detenida de las concepciones de arte y de universidad expresadas por Lo Celso, fundador de la Escuela, en la ordenanza de creación es posible inferir la idea de oficio en los orígenes institucionales. Bajo el título "Fundamentos", se alude a la existencia de academias y conservatorios cuya misión es enseñar el 'arte puro', es decir "la formación del artista", que –reconoce- va en desmedro del "arte popular" que cobija las artes menores como la del artesano, destacando el papel de las escuelas llamadas de artes y oficios del siglo XIX en Italia, Francia y Austria y la beneficiosa influencia del maestro artesano. Se puede inferir también una crítica a las escuelas de artes y oficios del Siglo XIX que creyeron reemplazar con su sistema de enseñanza al aprendizaje de aquel artífice, que había forjado su labor en una atmósfera de nobleza artística de probada honradez profesional y prestigio de tradición, en los clásicos talleres del artesano. (Plan Lo Celso, 1948 pág: 75)
A partir de recuperar la labor del artesano, se afirma que no es posible hacer arte con elementos que no se modelan, para lograr la “belleza” que es la más “pura de las creaciones humanas”. Por ello, para el fundador de la “Escuela Superior de Bellas Artes”, el producto del arte aplicado exige requisitos de belleza en la forma, perfección en la técnica de ejecución y respeto por la materia empleada. Así también define como condiciones que deben reunirse tales como la disciplina en el trabajo, el conocimiento de los materiales a utilizarse y la maestría en la ejecución técnica-artística de la obra. En esta misma línea de recuperación histórica, alude, al pasado religioso de la ciudad y manifiesta que la ciudad era uno de los centros más vivos del arte Colonial de América, cuyo paisaje, arquitectura, tradición, costumbres y formas de vida, reclama "imperiosamente" la producción artística manual de artesanos, que formados al amparo de su vieja y querida Universidad no pueden desvincularse a la savia vernácula de su prosapia, en la decoración de sus iglesias y capillas.
Por todo lo anteriormente expresado, para Lo Celso la Escuela Superior de Bellas Artes que propone crear, propulsará el estudio superior del Arte, perfeccionando a los artistas que egresen de las academias de bellas artes de todo el país; hermanando la obra de artesanía profesional con la superior en la realización de proyectos y maquetas, que aquellos artífices han de ejecutar en los talleres de dicha escuela. Como se desprende de la lectura, se desliza en las expresiones de Lo Celso la intencionalidad de articular la nueva Escuela que propone con las academias, considerándola un espacio de perfeccionamiento, pero no de orden teórico sino vinculado con el "saber hacer artístico".
Propone la creación de una escuela de artes con orientación social y nacional que contemple la solución del problema que trae aparejado la industrialización. Aunque en párrafos posteriores afirma que, los egresados de la Escuela profesional serán "excelentes colaboradores técnicos y mejores intérpretes artísticos de muchas industrias del medio, la escuela de arte ha de repercutir sobre la economía nacional”.
No obstante, en un intento casi conciliatorio, afirma mas adelante que como no puede desprenderse el artista del prestigio de las artes manuales, es que no ha de desdeñarse la enseñanza del arte puro, arte por el arte... Si bien, como lo señaláramos, el autor refiere a la necesidad de auspiciar un "alto nivel estético-cultural de acentuada jerarquía artística" dirigido hacia la enseñanza de las artes menores, no se hace mención alguna en la fundamentación a una formación teórica, aunque luego se incorporan en la propuesta algunos cursos de esta índole.
De la lectura del perfil del egresado esperado y de las condiciones que el mismo debe reunir, es posible reconocer nuevamente la impronta del hacer como preocupación de la enseñanza universitaria. Se requiere, según Lo Celso, conocimiento extenso de los distintos materiales, maestría en la ejecución técnico-artística de la obra así se logrará la formación de hombres que contribuirán a mejorar el gusto, conquista de valores ideales y materiales, en beneficio de una acrecentada potencial moral y económica para nuestro país. En un párrafo siguiente afirma: los egresados serán excelentes colaboradores técnicos y mejores intérpretes artísticos, de muchas industrias en nuestro medio. La referencia a "la técnica" y el aporte/función de la universidad hacia el mundo del trabajo, al formar la mano de obra que éste demanda, se reiteran a lo largo del documento.

En suma, podríamos considerar inicialmente como dato relevante que se trata de una escuela universitaria en la cual se enseñarían tanto las "artes excelsas" como ciertas ramas del quehacer relacionadas con las artesanías. Nos preguntamos: ¿Opera esta definición inicial como mandato fundante? ¿Tiene alguna continuidad de sentido con la formación profesionalista de la universidad de los abogados? ¿En qué medida incidió en la configuración de esta propuesta, la política del peronismo? ¿Esta política estaría marcando desde el origen la idea de una "escuela de oficio"? . Desde la lectura detenida de las concepciones de arte y de universidad expresadas por Lo Celso, pareciera posible inferir que la opción asumida inicialmente para la enseñanza de las artes en la Universidad de Córdoba, que lleva a caracterizarla como "escuela de oficio,” se asocia a una tradición europeizante de la enseñanza de las artes, modalidad de enseñanza, que incluye en el espacio universitario, la transmisión de un saber práctico.
Sin embargo, consideramos que, el rápido cambio de gestión, a tan sólo dos años de la creación y la propuesta de un nuevo plan de estudios de la mano del profesor Giacobbe, elaborado bajo otros supuestos teóricos, también de carácter fundante, otorgan una configuración conflictiva al mandato fundacional. Desde la nueva propuesta, se esboza un acercamiento a la tradición anglosajona, que reserva la teoría para la Universidad y delega la práctica en las academias y conservatorios.
Definiciones de orden fundacional, poco claras, que se plantean en el “cruce de dos tradiciones”, que devienen, en una propuesta híbrida, que –en palabras de los actores- no es ni una cosa ni la otra . Se configura de este modo un funcionamiento singular, determinadas formas de vinculación con otras ofertas académicas del medio, al tiempo que se genera una problemática de difícil resolución que atraviesa, aún hoy, tanto las definiciones curriculares como la dinámica de relaciones entre los actores institucionales.

1. Extracto adaptado del texto de tesis doctoral: Procesos de cambio curricular en la universidad en el contexto histórico-político de reformas educativas de los 90. El caso de la Escuela de Artes de la UNC.
2. El primero es utilizado para designar lo que hoy suele denominarse "expresiones o ramas del arte", las cuales generan las distintas carreras que configuran las propuestas formativas de la Escuela de Artes. Bajo el título "elementos" se incluyen tanto diferentes cursos que se dictarán, así como las "dependencias" que deberán crearse (museo, biblioteca)
3. Cabe recordar que por esos años el peronismo gobierna nuestro país y la provincia de Córdoba. Tal vez por ello Lo Celso considera que es un momento apropiado para que la Universidad de Córdoba, en estas horas de orientación social en la vida del hombre, en este clima espiritual como expresión colectiva de nuestro pueblo, desarrolle por intermedio de la escuela que propone crear un alto nivel estético cultural, dirigido hacia la enseñanza de las artes menores de acentuada jerarquía artística. En este marco, alude a la función del estado, inscripta en el modelo de estado benefactor o estado social: El estado contribuirá así a una obra de gran aliento como beneficio social, no se limitará al perfeccionamiento de una minoría selecta. El presente momento de rehumanización del arte es singularmente propicio para ensanchar el estadio de la belleza para goce feliz de las masas sociales.
4. Aludir a la inscripción de esta idea en el origen de la institución no significa, en este caso, una suerte de "mitificación" ni de develación de algún secreto aún no revelado. La imagen de escuela de oficio aparece recurrentemente en la palabra de algunos entrevistados y de algunos de los expertos durante el proceso FOMEC. No ignoramos, como dice Terán, que los discursos están sometidos a los azares de la historia y a la contaminación con "otras series de lo real". No creemos en los determinismos absolutos. No obstante, desde la lectura analítica de la propuesta fundante, impacta el lugar asignado a ciertas expresiones del arte en tanto reconocemos allí una imagen de algún modo coincidente con representaciones que aún hoy parecieran circular en el imaginario institucional. Mundo simbólico que demanda una lectura contextualizada para permitir identificar el sentido que hoy se le asigna al aludir a la idea de "oficio".
5. Expresiones utilizadas por algunos entrevistados.