Abril 2007 | Año 3. Nº 16
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA, Argentina
 


La voz de la filosofía en la conversación de la universidad


Nuevos recursos tecnológicos para docentes


Maurice Meisner: visitante distinguido de la FfyH

La historia del barrio en la memoria colectiva

Las marcas del pasado

Marc Augé: "Estamos siempre buscando una imagen de nosotros mismos"

Un escritor comprometido con su tiempo

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Artes, los orígenes de la Escuela (primera parte)

1
· La geometría de Moisset
3
· El andén de los juglares y Venique tecuento
5

· Plaza de la memoria: resultados del concurso

· Bienes comunes y ciudadanía: explotación minera en la cordillera.

· Jornadas de investigación: la educación en debate

· Nueva carrera de posgrado: Especialización en Psicopedagogía

· Las ciencias sociales y humanas en Córdoba

· Curso a distancia sobre patrimonio arqueológico

· Seminarios, cursos, encuentros
y jornadas
7

 


 


Investigación

Las marcas del pasado

Un equipo del Museo de Antropología de la FFyH encabeza un proyecto de investigación en el ex centro de detención clandestino conocido como D2, hoy sede de la Comisión y el Archivo Provincial de la Memoria. Desde el año pasado, los especialistas trabajan en el reconocimiento de graffitis y huellas que les permitan desentrañar la antigua fisonomía del edificio y su funcionamiento. Además, intentan recuperar las marcas que dejaron las personas que pasaron por allí.

El pasaje Santa Catalina es una angosta callejuela ubicada en el centro de la ciudad de Córdoba, entre la Catedral y el Cabildo, que existe casi desde su fundación. Sobre ella se tejieron cientos de relatos y leyendas. Sin embargo, la historia más aterradora de este lugar es también la más real. En ese pasadizo urbano, donde el tiempo parece haberse detenido, funcionó durante la última dictadura militar un centro de detención clandestino. Estaba emplazado en el ala sur del Cabildo Histórico, en el edificio que pertenecía al Departamento de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como “D2”.
Hoy, en ese lugar -que alguna vez estuvo relacionado con el horror, las torturas y la muerte- funciona desde diciembre de 2006 la Comisión y el Archivo Provincial de la Memoria.
En esa fecha también comenzaron las tareas de recuperación de aquellas marcas que pueden dar cuenta del aspecto original y el funcionamiento del centro de detención. Por ese motivo, se invitó a algunos miembros del Museo de Antropología para que recuperasen, mediante un trabajo arqueológico- la antigua fisonomía del inmueble.
“Lo primero que hicimos fue una recorrida general para ver en qué consistían los edificios y nos encontramos con este tema de los graffitis en dos calabozos”, explica el antropólogo Andrés Laguens, coordinador del equipo del Museo de Antropología que tuvo a cargo esta tarea. Estas celdas datan de antes de la década del 70 y, según registros obtenidos por el equipo que trabajó, se utilizaron hasta bien entrada la década del ’80, ya en plena democracia.
Actualmente, la investigación continúa en los edificios contiguos entregados a la Comisión, ya que los graffitis se encontraron en los dos únicos calabozos que quedaron en la casona más antigua, que es donde también funcionó durante un tiempo el Centro de Asistencia a la Victima del Delito. “Ahí también nos encontramos con que había un sótano lleno de objetos abandonados, donde también se hizo una excavación arqueológica, para recuperar si había elementos de la época de la represión, pero no encontramos nada; eran todas cosas de la época del Centro de Asistencia”, relata Laguens.


Los calabozos de la ex-D2 donde trabajó el equipo del Museo de Antropología.

El método
La labor de recuperación de los graffitis se inicia con una inspección general, que en términos arqueológicos se denomina prospección, para ver qué tipos de huellas y modificaciones se encuentran en el edificio. A partir del establecimiento de estos rastros, se ubican en qué parte de la casa están y luego se empieza a descascarar las paredes, para ver si se puede obtener alguna información adicional. Todo esto, se contrasta con testimonios obtenidos de parte de ex detenidos.
Luego, para el análisis de las expresiones gráficas, se utilizaron técnicas de registro y relevamiento de arte rupestre. En los calabozos, después se cuadricularon imaginariamente las paredes con un sistema de coordenadas en filas y columnas para ubicar espacialmente cada inscripción.
“En el caso de los graffitis, depende de la hora del día, de la técnica que se usó para grabarlos y la profundidad de la marca, lo que a veces dificulta o facilita su recuperación”, explica Laguens. Por este motivo, se aplicaron distintas técnicas, entre las que se encuentran las fotografías digitales de todas las cuadrículas, que se trabajan en la computadora dándole sombras y relieves, para recuperar información que no se ve a simple vista.
Otra técnica empleada, fue el grafitado. El método consiste en que, sobre un papel de seda, se pasa el grafito por encima y aparece la inscripción. Esto se aplica en las paredes o puertas y se recuperan expresiones que a simple vista o en la computadora no se pueden observar. “Combinada esa información, más la inspección visual en el lugar, vamos recuperando los datos”, apunta el coordinador del equipo.

Las voces impresas
“Esta presentación pretende recuperar y hacer visible las voces de aquellas personas que en situación de encierro, de aislamiento, dejaron impresas en paredes y puertas de calabozos sus sentimientos, broncas, miedos, angustias y sufrimientos”, decía uno de los grandes paneles expuestos en el viejo edificio.
Es que, justamente, ésa es una de las ideas principales de la investigación. Al respecto, Laguens comenta: “Lo interesante es que hay una intención de comunicación del que está haciendo el graffiti. No sólo se trata de expresar sino que es una forma de que alguien lo esté escuchando, por más que esté encerrado en el calabozo. También puede dejarlo para la posteridad, como un mensaje”.
En este sentido, el equipo agrupó las inscripciones de acuerdo a ciertos criterios, entre los que se encuentran expresiones de fe (“Virgen María dame fuerza”, “Dios mi salvación”, “Dios mío ayúdame gracias te lo suplico”); hitos (“Carlos 23-4-76 y 20-12-80”, “Viernes Vicente Palenzuela Daniel 27-10-87”); expresiones de identidad (Vicente, Elsa, Liliana, Aguirre, Cata, etc) y expresiones afectivas (“Susana te amo yo Lucas – Pepo 10-3-80”, Graciela mi amor, Tuyo amor”).
Laguens revela que “es difícil distinguir si se hicieron en la época del último golpe militar”, pero lo que en realidad se busca es “recuperar la memoria de los que pasaron por ahí y que dejaron una representación de sus sentimientos, las sensaciones de estar encerrado, lo que demuestra la necesidad de expresarse y de comunicarse con los demás”, y agrega: “También es una reconstrucción de los mecanismos de represión, porque quizás no vayamos a identificar a una persona, ya que en la arqueología esto es muy difícil, pero sí recuperamos algo más colectivo: la memoria de los seres humanos que pasaron por ese espacio”.


Las expresiones afectivas predominan en las paredes de los calabozos.

El equipo
El equipo responsable de la tarea está conformado por Mirta Bonnin (directora del Museo), Andres Laguens (coordinador), Mariana Caro, Mariana Fabra, Marcos Gastaldi, Marina Mohn, Soledad Ochoa, Fernando Olivares, Melisa Paiaro y Mario Simpson.
El grupo está constituido por profesionales, alumnos, becarios del Conicet, ayudantes alumnos y miembros del Equipo de Antropología Forense. “Nos dividíamos las tareas, pero el trabajo de campo lo hicimos todos juntos, tanto la excavación del sótano como la recuperación de los graffitis”, señala Laguens. “Después cada uno desarrolló actividades de acuerdo a sus intereses personales, trayectoria o experiencia. Ahora hay gente que se está dedicando a las entrevistas, otros al tratamiento de las imágenes en la computadora y otros a los grafitados”, finaliza.