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Investigación
Las marcas del pasado
Un equipo del Museo de Antropología de la
FFyH encabeza un proyecto de investigación en el ex centro
de detención clandestino conocido como D2, hoy sede de la
Comisión y el Archivo Provincial de la Memoria. Desde el
año pasado, los especialistas trabajan en el reconocimiento
de graffitis y huellas que les permitan desentrañar la antigua
fisonomía del edificio y su funcionamiento. Además,
intentan recuperar las marcas que dejaron las personas que pasaron
por allí.
El pasaje Santa Catalina es una angosta callejuela
ubicada en el centro de la ciudad de Córdoba, entre la Catedral
y el Cabildo, que existe casi desde su fundación. Sobre ella
se tejieron cientos de relatos y leyendas. Sin embargo, la historia
más aterradora de este lugar es también la más
real. En ese pasadizo urbano, donde el tiempo parece haberse detenido,
funcionó durante la última dictadura militar un centro
de detención clandestino. Estaba emplazado en el ala sur
del Cabildo Histórico, en el edificio que pertenecía
al Departamento de Inteligencia de la Policía de la Provincia
de Córdoba, más conocido como “D2”.
Hoy, en ese lugar -que alguna vez estuvo relacionado con el horror,
las torturas y la muerte- funciona desde diciembre de 2006 la Comisión
y el Archivo Provincial de la Memoria.
En esa fecha también comenzaron las tareas de recuperación
de aquellas marcas que pueden dar cuenta del aspecto original y
el funcionamiento del centro de detención. Por ese motivo,
se invitó a algunos miembros del Museo de Antropología
para que recuperasen, mediante un trabajo arqueológico- la
antigua fisonomía del inmueble.
“Lo primero que hicimos fue una recorrida general para ver
en qué consistían los edificios y nos encontramos
con este tema de los graffitis en dos calabozos”, explica
el antropólogo Andrés Laguens, coordinador del equipo
del Museo de Antropología que tuvo a cargo esta tarea. Estas
celdas datan de antes de la década del 70 y, según
registros obtenidos por el equipo que trabajó, se utilizaron
hasta bien entrada la década del ’80, ya en plena democracia.
Actualmente, la investigación continúa en los edificios
contiguos entregados a la Comisión, ya que los graffitis
se encontraron en los dos únicos calabozos que quedaron en
la casona más antigua, que es donde también funcionó
durante un tiempo el Centro de Asistencia a la Victima del Delito.
“Ahí también nos encontramos con que había
un sótano lleno de objetos abandonados, donde también
se hizo una excavación arqueológica, para recuperar
si había elementos de la época de la represión,
pero no encontramos nada; eran todas cosas de la época del
Centro de Asistencia”, relata Laguens.
Los
calabozos de la ex-D2 donde trabajó el equipo del Museo de
Antropología.
El método
La labor de recuperación de los graffitis se inicia con una
inspección general, que en términos arqueológicos
se denomina prospección, para ver qué tipos de huellas
y modificaciones se encuentran en el edificio. A partir del establecimiento
de estos rastros, se ubican en qué parte de la casa están
y luego se empieza a descascarar las paredes, para ver si se puede
obtener alguna información adicional. Todo esto, se contrasta
con testimonios obtenidos de parte de ex detenidos.
Luego, para el análisis de las expresiones gráficas,
se utilizaron técnicas de registro y relevamiento de arte
rupestre. En los calabozos, después se cuadricularon imaginariamente
las paredes con un sistema de coordenadas en filas y columnas para
ubicar espacialmente cada inscripción.
“En el caso de los graffitis, depende de la hora del día,
de la técnica que se usó para grabarlos y la profundidad
de la marca, lo que a veces dificulta o facilita su recuperación”,
explica Laguens. Por este motivo, se aplicaron distintas técnicas,
entre las que se encuentran las fotografías digitales de
todas las cuadrículas, que se trabajan en la computadora
dándole sombras y relieves, para recuperar información
que no se ve a simple vista.
Otra técnica empleada, fue el grafitado. El método
consiste en que, sobre un papel de seda, se pasa el grafito por
encima y aparece la inscripción. Esto se aplica en las paredes
o puertas y se recuperan expresiones que a simple vista o en la
computadora no se pueden observar. “Combinada esa información,
más la inspección visual en el lugar, vamos recuperando
los datos”, apunta el coordinador del equipo.
Las voces impresas
“Esta presentación pretende recuperar y hacer visible
las voces de aquellas personas que en situación de encierro,
de aislamiento, dejaron impresas en paredes y puertas de calabozos
sus sentimientos, broncas, miedos, angustias y sufrimientos”,
decía uno de los grandes paneles expuestos en el viejo edificio.
Es que, justamente, ésa es una de las ideas principales de
la investigación. Al respecto, Laguens comenta: “Lo
interesante es que hay una intención de comunicación
del que está haciendo el graffiti. No sólo se trata
de expresar sino que es una forma de que alguien lo esté
escuchando, por más que esté encerrado en el calabozo.
También puede dejarlo para la posteridad, como un mensaje”.
En este sentido, el equipo agrupó las inscripciones de acuerdo
a ciertos criterios, entre los que se encuentran expresiones de
fe (“Virgen María dame fuerza”, “Dios mi
salvación”, “Dios mío ayúdame gracias
te lo suplico”); hitos (“Carlos 23-4-76 y 20-12-80”,
“Viernes Vicente Palenzuela Daniel 27-10-87”); expresiones
de identidad (Vicente, Elsa, Liliana, Aguirre, Cata, etc) y expresiones
afectivas (“Susana te amo yo Lucas – Pepo 10-3-80”,
Graciela mi amor, Tuyo amor”).
Laguens revela que “es difícil distinguir si se hicieron
en la época del último golpe militar”, pero
lo que en realidad se busca es “recuperar la memoria de los
que pasaron por ahí y que dejaron una representación
de sus sentimientos, las sensaciones de estar encerrado, lo que
demuestra la necesidad de expresarse y de comunicarse con los demás”,
y agrega: “También es una reconstrucción de
los mecanismos de represión, porque quizás no vayamos
a identificar a una persona, ya que en la arqueología esto
es muy difícil, pero sí recuperamos algo más
colectivo: la memoria de los seres humanos que pasaron por ese espacio”.
Las
expresiones afectivas predominan en las paredes de los calabozos.
El equipo
El equipo responsable de la tarea está conformado por Mirta
Bonnin (directora del Museo), Andres Laguens (coordinador), Mariana
Caro, Mariana Fabra, Marcos Gastaldi, Marina Mohn, Soledad Ochoa,
Fernando Olivares, Melisa Paiaro y Mario Simpson.
El grupo está constituido por profesionales, alumnos, becarios
del Conicet, ayudantes alumnos y miembros del Equipo de Antropología
Forense. “Nos dividíamos las tareas, pero el trabajo
de campo lo hicimos todos juntos, tanto la excavación del
sótano como la recuperación de los graffitis”,
señala Laguens. “Después cada uno desarrolló
actividades de acuerdo a sus intereses personales, trayectoria o
experiencia. Ahora hay gente que se está dedicando a las
entrevistas, otros al tratamiento de las imágenes en la computadora
y otros a los grafitados”, finaliza.
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