Investigaciones

Derecho a la identidad

foto-agostina-gentilliAgostina Gentili realiza su tesis de doctorado en Historia y es becaria del Conicet, con su trabajo radicado en el CIFFyH. En su investigación “Pequeños cuerpos. Familia, infancia y fuero en Córdoba, 1957-1974”, analiza expedientes de guarda de los juzgados de menores para establecer las relaciones entre familias y autoridades y dar cuenta de los escenarios de origen, entrega y destino de los niños.

Dicen que la justicia es lenta. En este caso, mejor. Muchos expedientes que iban a ser desechados del Archivo de Tribunales se convirtieron en el corpus documental de Agostina Gentili para su tesis doctoral, titulada “Pequeños cuerpos. Familia, infancia  fuero en Córdoba, 1957-1974”. Allí indaga las relaciones entre familias y autoridades de los juzgados de menores a través del análisis de la documentación disponible en el Archivo y se reconstruye el trámite por el cual fueron dados en guarda muchísimos niños durante ese período, que en este trabajo está delimitado por la fecha de creación de los juzgados de menores en la provincia y el año al que llega el fondo documental.

“Tenía interés en trabajar algo relacionado con un tema judicial, me enteré que había un fondo documental de los juzgados de menores reconstruido por María Gabriela Lugones y fui a consultarlo para ver que podía salir de ahí. A mitad de camino, participé en un grupo de investigación con el que trabajamos guardas y adopciones durante la dictadura”, cuenta Agostina, que formó parte de este equipo de 2008 a 2010.

– ¿Cómo fue ese primer acercamiento a los expedientes judiciales? 

– La idea del proyecto colectivo que inspiró luego mi investigación doctoral era, por un lado, identificar posibles casos de apropiación, porque se sabe que algunos niños pasaron por el sistema judicial o los institutos de menores. Por el otro, vincular identidades biológicas y adoptivas de los niños, esto es, los nombres que tenían antes y después de su adopción, porque la gente que va a consultar al archivo de Tribunales por su identidad generalmente no sabe cómo se llamaba antes de ser adoptado. La carátula del expediente lleva ese primer nombre del niño y sin conocerla es muy difícil encontrar los documentos. Lo que se hace para subsanar esto es buscar los nombres de los padres adoptivos en las resoluciones de los juzgados, un dato que, obviamente, conocen quienes buscan su identidad, y a partir de ahí se sabe cuál es la carátula del expediente del niño y en este documento se espera, y por lo general se consigue, identificar quiénes eran sus padres biológicos. Armamos entonces una base de datos que está en el archivo de Tribunales, en la que se vincularon los nombres adoptivos y biológicos de los niños surgidos de las resoluciones, con el nombre de sus padres adoptivos. Esto simplificó mucho las búsquedas de identidad de quienes fueron adoptados entre 1975 y 1983. Ahora, cuando se acercan al archivo con el deseo de conocer sus orígenes, sólo tiene que decir su nombre y, si hay algún registro, sale en la base de datos y el trayecto de búsqueda del expediente sigue por los carriles convencionales.

En el Archivo de Tribunales y en la Oficina de Derechos Humanos del Poder Judicial, llaman “Búsquedas de identidad” a estos pedidos de quienes desean consultar sus expedientes para saber quiénes fueron antes de ser adoptados.

Sobre guardas y adopciones

La primera ley de adopción en nuestro país se sancionó recién en 1948. “Esto había sido desestimado cuando se creó el Código Civil a fines del siglo XIX porque Vélez Sarsfield consideró que no era necesario, que para eso estaban las instituciones de las sociedades de beneficencia y bastaba con que quienes acogían a los niños como hijos les otorgaran sus derechos hereditarios por la vía privada, es decir, a través de sus testamentos”, señala Gentili y agrega que a lo largo del tiempo “hubo muchos intentos de regular la adopción, pero nunca se pudo lograr el consenso por la oposición de la Iglesia”.

Hacia 1954 se eliminan las distintas categorías de hijos, que provenían de la época colonial y que todavía se pueden leer en las biografías de los próceres de la independencia. “Sin embargo, la Iglesia logró torcer la voluntad de Perón y quedaron dos categorías: matrimoniales y extramatrimoniales. Había estatus diferentes según el nacimiento. Incluso encontré que en los años ‘70 se seguían consignando en los registros civiles viejas categorías coloniales, como la de hijos naturales”, dice Agostina.

La guarda es el trámite previo a la adopción y, según Gentili, “es el más rico e interesante” para analizar los orígenes familiares de estos niños, “porque es el expediente donde se da cuenta de sus circunstancias de entrega”, mientras que en los trámites de adopción “no hay mucha información sobre ese momento del proceso” y hay muy pocos expedientes en el fondo documental.

De esta manera, Gentili trabajó con 81 expedientes de guardas preadoptivas para analizar los orígenes de los niños. “Para poder hablar de las entregas de niños hay que considerar las condiciones familiares que las desembocaban. Trabajo entonces sobre temas como maternidad, paternidad, modelos de familia y trabajo femenino. Además, aparecen un montón de cuestiones que me permiten ir poniendo en relación esas 81 guardas preadoptivas con las otras 400 que encontré, tramitadas por otros motivos”.

– ¿Cómo fue trabajar en este lugar con los expedientes?

– El archivo está muy bien, mucho mejor organizado que en otras épocas, y no tuve problemas. Cuando empecé mi doctorado hacía dos años que iba a diario por la otra investigación, los responsables del archivo me conocían de sobra y tuve mucha libertad de movimiento. Se generó mucha confianza y jugó a favor para saber qué tipo de documentos hay, dónde buscarlos. Éste no es un archivo histórico sino administrativo, tiene por eso un ritmo muy distinto al que los investigadores imaginamos al proyectar la tarea, por la mañana son más de cuarenta empleados yendo y viniendo, conversando, pero por la siesta se apacigua. Los investigadores somos personajes casi extraños a sus dinámicas cotidianas, organizadas principalmente para responder a los requerimientos de los juzgados.

– ¿Qué es lo que más te llama la atención de los resultados a los que arribás?

– Las niñas que salían de los institutos de menores para el servicio doméstico; en ocasiones son historias desgarradoras, prácticas que no encajan con nuestra sensibilidad actual. En el ‘66 esto se prohíbe, con la sanción de la segunda ley que reguló el funcionamiento de los juzgados de menores en Córdoba. En los fundamentos dice que por sus cualidades intelectuales pueden no estar preparadas para otra tarea, pero que sólo puede arbitrarse ese destino habiéndose agotado las opciones pedagógicas. Desde hacía años se consideraba a la educación como el camino a seguir,  pero en ese momento comienza a evidenciarse que detrás de los problemas pedagógicos existían profundas carencias afectivas que la vida en los institutos no lograba subsanar. Más allá de la prohibición, encuentro que las niñas siguen saliendo como empleadas domésticas y que en su mayoría provienen de Buen Pastor, la cárcel de mujeres, donde por lo general eran llevadas ‘problemas de conducta’”.

Hay también guardas de este tipo en las que se legitiman judicialmente acuerdos entre los padres de estas niñas y sus patrones. La idea de colocar a las niñas en el servicio doméstico es muy antigua. Así se consideraba que se les estaba proporcionando posibilidades de que tuvieran sus propios medios de subsistencia. En los años ’60, tras cambios en la sensibilidad hacia la infancia, eso comienza a verse mal, se sigue haciendo, pero disimuladamente. Deja de explicitarse en las solicitudes de guarda, o se consigna que la guarda con esos fines se concede por un deseo de las propias niñas.

Hay también otras situaciones de ocultamiento y disimulo que se desprenden de los expedientes. “El relato del archivo judicial, como todo relato, incluido el familiar, se construye de manera intencional y fragmentada”, subraya Gentili en su proyecto. Por eso,  “en un intento por reconstruirlo en su conjunto, leer el archivo y no los casos, escuchando lo que dice, mirando lo que muestra y perfilando lo que oculta” entrecruza la información que se desprende del corpus documental. Estas operaciones dan cuenta, por ejemplo, de que no hay madres de clase media que den sus hijos en adopción.

“La sensación es que lo que sí se puede decir y lo que va a quedar registrado en el expediente es la situación que está comúnmente estigmatizada como situación de origen de estos niños: una mujer sola, joven y humilde. La mayoría son trabajadoras domésticas o con trabajos precarios y, fundamentalmente, no cuentan con redes familiares de contención. Los expedientes hablan de esas mamás cuando dan cuenta de la situación de entrega. Pero no aparece ninguna, absolutamente ninguna que pueda identificarse como una joven de clase media o alta que quedó embarazada, no optó por el aborto y decidió entregar al niño en adopción, y es imposible creer que no hayan existido.

– ¿Por qué crees que es tan difícil para los padres decirles a sus hijos que son adoptados?

– Por muchas razones, casi todas confluyentes en una concepción estrecha de la familia. Siempre hubo un temor a que no los quieran de la misma manera, al rechazo, a que deseen buscar a sus padres biológicos y volver con ellos. Era muy fuerte la idea de que la familia se construía principalmente por la presencia de los niños engendrados por la pareja y esto generaba sentimientos de resentimiento, inferioridad o frustración en quienes no podían quedar embarazados. Tampoco se decía para que los niños no se sintieran menos queridos ni discriminados, ser adoptado fue por mucho tiempo un estatus infantil de segunda categoría que convivía con otros en el abanico de los estigmas de nacimiento. Sin embargo, a fines de los ‘60 empezó a circular la idea de que había que decirles la verdad para evitar problemas futuros. Quienes colaboran con las búsquedas de identidad en tribunales, me comentaron que muchas de las personas que las inician se dieron cuenta de que eran adoptados y no porque sus padres se lo hubiesen contado.

– Muchas veces se inventaban historias extraordinarias para decirles de dónde venían

– La mayoría de los niños que se adoptaban no eran huérfanos, hay sólo uno entre los expedientes que estudio. Y también hay uno o dos casos de niños que fueron dejados en el zaguán o la puerta de una casa. La mayoría ya estaba con sus padres adoptivos al iniciarse el proceso, eran ellos quienes salían a buscarlos y legalizaban esos encuentros en los juzgados, cuando no optaban por ir directamente al Registro Civil e inscribirlos como propios, una práctica muy común, delictiva, pero tolerada. Es decir, lo que se infiere de los expedientes es que la mayoría de los padres adoptivos saben de dónde vienen esos niños porque fueron ellos quienes arbitraron su encuentro, y si no lo saben con certeza, porque recurrieron a intermediarios, pueden sí contar a quiénes acudieron y qué les dijeron sobre el origen de los niños.

– ¿Qué opinión tenés de los programas de TV que se dedican a la “gente que busca gente”?

– No tengo tele, pero he visto algunos. Me parece una enorme exposición, un entorno proclive a la dramatización, pero si a alguien le sirve para encontrar a su familia, bienvenido sea. Creo que esos recursos de búsqueda hablan fundamentalmente de los silencios familiares, de que fue necesario llegar hasta ahí porque no se pudo o no se quiso preguntar a los padres y los familiares adoptivos, o porque ellos no quisieron dar respuestas o se negaron a ofrecer las pistas que conocían cuando no sabían a ciencia cierta quién era la madre del niño al que criaron. Es difícil hacer generalizaciones, no creo que haya maldad en esos ocultamientos, pero sí prejuicios que alimentaban temores.

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