“Las Ciencias Sociales brindan los resultados necesarios para planificar y generar nuevas políticas”
Mónica Maldonado empezó a estudiar Historia pero, a causa de su militancia, se tuvo que exiliar en México antes del golpe militar de 1976. Allí se recibió de antropóloga social. Desde mediados de la década del 90 trabaja sobre las relaciones sociales de los estudiantes secundarios.
Licenciada en Antropología Social, recibida en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, donde se exilió entre 1976 y 1984. Allí investigó con Néstor García Canclini acerca de las culturas populares y trabajó con campesinos.
Cuando regresó al país, luego de un período de incertidumbre, cursó la Maestría en Investigación Educativa del Centro de Estudios Avanzados de la UNC y se ocupó de las relaciones sociales de los alumnos secundarios en la escuela pública durante los 90, tema del cual se convirtió en referente y así dirigió tesis de grado y posgrado. También fue Secretaria de Ciencia y Técnica y Directora del Centro de Investigaciones.
Actualmente da clases de “Antropología Social y Educación” en la Escuela de Ciencias de la Educación y “Problemáticas de la Antropología Social” en la carrera de Antropología de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Además, dicta cursos de posgrado en la UNC y en otras universidades nacionales. En el Ciffyh dirige el proyecto de investigación “Experiencias de escolaridad, prácticas y contextos sociohistóricos”.
Aquí, presentamos un recorrido por la trayectoria de Mónica Maldonado.
Comencemos desde tu vida universitaria. Pocos saben que empezaste a estudiar Historia.
Sí, empecé a estudiar Historia en el año 1972 e hice hasta cuarto año. En realidad, yo empecé esa carrera porque quería estudiar Antropología y acá no estaba esa carrera. Me tenía que ir a La Plata y mi familia no tenía como sostener mis estudios allí, entonces dije: “Voy a estudiar Historia y después a hacer un Doctorado en Antropología”. Desde el principio esa fue mi idea, sin saber muy bien qué era la Antropología…
¿Qué te atraía de esa disciplina?
La vida de otros pueblos y otras formas de pensar. Eso me asombraba mucho y se me antojaba conocerlo a través de la investigación, que fue también lo que me llevó a estudiar Historia: la posibilidad de hacer investigación.
¿Qué recordás de tu paso por la carrera de Historia?
Tuve muy buenos maestros, como (Carlos Sempat) Assadourian, (Guillermo) Beato y (Osvaldo) Heredia, Hilda Iparraguirre, Oscar Del Barco… Era una camada de gente que además de hacer docencia hacía investigación y habrían nuevas perspectivas. También lo tuve a Iván Baigorria.
“Iván era un lector muy ávido y muy memorioso. Ingresábamos a la lectura de los clásicos de la Antropología, pero él los ilustraba con su palabra”, decía Mónica hace unos años para la revista Alfilo.
En junio de 1973, Guillermo Beato asume como decano de la FFyH, a pedido de muchos estudiantes y docentes. A nivel nacional, con Cámpora en el gobierno, empieza un gran auge de la militancia juvenil. “Eso también me involucra”, señala Maldonado. “Ingreso conmocionada con la vida universitaria, política y académicamente”. En esa época, Mónica comenzó a militar en una agrupación estudiantil: la Juventud Universitaria Peronista, una de las ramas de la JP en la Universidad. “Era un período de mucha euforia académica y política. Empezamos a trabajar con los planes de estudio de Historia y a pensar otros proyectos para cambiarlos”, recuerda.
Sin embargo, en 1975, durante la gestión de Carmelo Felauto, muchos docentes fueron despedidos y cesanteados de la FFyH. “Nos encontramos con una universidad despoblada de nuestros docentes, fue un golpe muy duro”, dice. Entonces, los estudiantes hicieron una gran asamblea para pedir su reincorporación. “Fue una asamblea multitudinaria donde invitamos a los profesores a participar. No logramos la reincorporación de nadie, pero fue un acto de reconocimiento que les pudimos hacer como estudiantes. Fue un acto muy emotivo”, contaba Mónica en la misma nota sobre Baigorria.
A raíz de esa participación y de su militancia fue perseguida y, en febrero de 1976, debió exiliarse. El destino: México.
¿Cómo era tu situación y la Facultad en esa época?
Antes del golpe militar ya era complicada. Estaba cursando cuarto año. Iba bastante avanzada en la carrera, pero ahí ya se corta. En el ‘75 ya se pone muy terrible la represión en Córdoba y en la Universidad en particular. No podías tener ni los materiales de estudio. Cuando los parapoliciales van a mi casa yo había rendido Historia Contemporánea y tenía algo de la Revolución Rusa que era parte del examen. Estaban mis padres y uno le dice: “Ve que su hija es comunista, mire lo que tiene”. Y le tira el libro que había tenido estudiando para rendir.
¿Cómo fue el momento en que decidiste exiliarte?
En enero del ‘76 hay una enorme cantidad de desapariciones y secuestros. El gobierno de Bercovich Rodríguez deja actuar libremente a los grupos parapoliciales. En una noche se producen muchas detenciones ilegales y de esa me salvé. Mi militancia política y de parte del grupo familiar hace que deba exiliarme. Me fui con dos hermanas y una sobrina de tres años.
¿Por qué elegiste México?
México fue un destino muy importante para los exiliados argentinos. En América Latina estaban todas las dictaduras y se habían cerrado los ingresos a Venezuela y a Perú, que al principio fueron lugar de recibimiento de gente perseguida. México aparecía como lo más cercano. No teníamos nada concreto, pero sabíamos que había alguna gente que nos podía dar una mano. Me voy a México pensando que tenía que trabajar de lo que sea. Nos fuimos con poca plata y el pasaje de ida nomás. Conocía muy poco, pero sabía que allí se exiliaron muchos profesores nuestros, entre ellos Iván Baigorria.
Antes de salir, Mónica alcanza a avisarle a Baigorria, quien la va a recibir al aeropuerto. Aunque él sólo hacía una semana que estaba en México, le recomienda que vayan a la Casa Argentina, dirigida por Rodolfo Puiggrós, fundador del Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino, que recibió a muchos de los exiliados argentinos. “Allí nos reciben y buscan un lugar que tuviera disponibilidad para alojarnos”, recuerda.
¿Mantenías contacto con tu familia?
Sí, por teléfono no tanto porque era caro, pero todas las semanas recibíamos una carta, básicamente de mi madre. Mirá que la ciudad de México es grande, pero me encontraba al cartero a una cuadra y me gritaba: “Hay carta Mónica”, de tanto que ansiaba las noticias de acá.
Allí se casó, pero con un argentino. No sólo eso: se trataba también de un cordobés exiliado. “Mis hermanas se burlaban de la antropóloga que había caído en el más duro etnocentrismo”, cuenta entre risas.
Estaba todo el mundo
Además, al tiempo de estar radicada en México, a Mónica le surge la posibilidad de solicitar una beca de estudios, otorgada por el Fondo Internacional de Intercambios Universitarios, con sede en Suiza, para realizar estudios de grado. “Intento completar mis estudios de Historia, pero no tenía los papeles y ante eso, que lo vi muy difícil, surgió la posibilidad de estudiar Antropología. Puiggrós me ayudó a justificar para pedir la beca, que era pequeña, pero que me ayudó para estudiar”.
En 1977, Maldonado comenzó sus estudios en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, de donde egresó en 1983 con el título de Licenciada en Antropología Social.
¿Cómo fue el cursado de esta carrera?
Empecé desde cero, pero también eso me entusiasmó. La Escuela Nacional de Antropología e Historia era una de las instituciones más antiguas y prestigiosas de antropología de América. Funcionaba arriba del Museo de Antropología, que es una atracción internacional. Yo llegué en el segundo cuatrimestre y me permitieron ingresar porque era gente muy solidaria, con la condición que rindiera las materias del primer cuatrimestre libre, cosa que hice efectivamente. El segundo día de clases vino un compañero y me trajo todos los libros del primer cuatrimestre para que prepare las materias. Yo no lo podía creer. Cursé con mucho gusto en la Escuela. Era un lugar donde estábamos mezclados todos los latinoamericanos. Estaba todo el mundo ahí. Junto conmigo entró Susana Ferrucci, que fue vicedecana de Psicología en la UNC, e hicimos la tesis de Licenciatura juntas.
¿Cuál fue tu primer contacto con la investigación?
Siempre tuve la inquietud de investigar, pero en la Escuela había un seminario de investigación con Néstor García Canclini sobre culturas populares, que era parte de la currícula. Estuvimos dos años trabajando como estudiantes en el proyecto de investigación que después sistematiza y ordena en el libro “Las culturas populares en el capitalismo”. Ahí nos agradece a todos los estudiantes que formamos parte de la cocina de la investigación. Ese libro sale premio Casa de las Américas. Fue muy satisfactorio.
Sin embargo, antes de terminar la carrera, a Mónica le ofrecen un trabajo para la Fundación Arturo Rosemblueth, requerido, en ese momento, por el Consejo Nacional para el Fomento Educativo, sobre un programa de Salas de Cultura. “Voy a hacer relevamientos de campo. Empiezo una investigación y monitoreo sobre unas salas de cultura que había organizado el Consejo en distintas poblaciones del interior de México. Nuestro trabajo etnográfico consistía en ver cómo funcionaban esas salas, que eran bibliotecas campesinas manejadas por la propia gente del lugar con un promotor cultural, que hacía otras actividades. El trabajo era observar cómo interactuaba y se apropiaba la gente del lugar con la sala”.
¿Cómo era tu relación de investigadora con los pobladores?
Me enganché muy bien con la gente del pueblo. Iba todos los días en ómnibus y me esperaban cuando me bajaba, con algo fresco para tomar, y me acompañaban a la noche. Tuve muy buena relación con la gente y recorrí mucho México, porque trabajé primero en estas salas de cultura y luego con otro proyecto de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos de México para ver la utilización de unos pozos de agua que se hacían para pequeñas irrigaciones. Había que tomar nota de cómo los utilizaban los campesinos, observar y conversar con ellos acerca de los porqué de los usos, porque la economía de la familia campesina es de subsistencia y tiene otras lógicas diferentes a las capitalistas. Fue un trabajo bien interesante y recorrí distintas zonas de México.
Ese trabajo vio sus frutos en el informe “Aprovechamiento de las obras de pequeña irrigación en seis comunidades campesinas”, presentado a la Secretaría, y le sirvió para su tesis de Licenciatura.
De regreso
“Decidimos volver a la Argentina el mismo día que elijen a Alfonsín”, dice Mónica, quien regresó con su nueva familia “al albor de la democracia”, en enero de 1984. “Pero sin nada en vista, con ganas de volvernos nomás”, continúa.
¿Cómo fue ese regreso a Córdoba?
Académicamente fue muy duro. No había nada. Los profesores que conocía de la Universidad no estaban, eran todos los del Proceso. Estuvimos un año entero sin trabajo, hasta que salió una beca del Conicet y me presenté. Realmente para mí fue bastante difícil. Esto era una orfandad. A pesar de venir con todo el entusiasmo no se veían perspectivas ni posibilidades académicas los primeros dos años.
¿Te arrepentiste de volver?
En algún momento sí y pensé en volverme a México. El nivel de orfandad que sentía era terrible. Pero me salió la beca del Conicet, que era de actualización para los profesores que venían desde afuera y me abrió la posibilidad de ingresar de nuevo a la UNC. Me la dirigió una profesora de la Facultad: Gladys Ambroggio, a quien no conocía. Escribí mucho, estudié, pero me sentía sola. Gladys me daba una mano, pero no había ámbito en la Universidad con quien discutir y eso se sentía mucho.
Desde 1985 a 1987 Mónica obtuvo la beca del Conicet con el proyecto “Investigación bibliográfica sobre aspectos vinculados a la planificación social” y para realizarlo le dieron un lugar de trabajo en la Escuela de Ciencias de la Educación de la Facultad. Después, empezó a trabajar como docente en el colegio Manuel Belgrano y en la cátedra de Antropología de la Escuela de Ciencias de la Información de la UNC.
Relaciones sociales en la escuela media
Entre 1993 y 1997, fue miembro de un equipo de investigación, dirigido por Facundo Ortega, en el Área de Investigación Educativa del Centro de Estudios Avanzados de la UNC, que trabajaba sobre la deserción estudiantil en la Universidad. Allí también cursó la Maestría en Investigación Educativa (con mención Socioantropológica), que aprobó con la tesis con mención de honor y recomendación de publicación: “Una escuela dentro de una escuela. Un enfoque antropológico de los estudiantes secundarios en la escuela pública de los 90”.
Tu principal tema de investigación es la relación entre los estudiantes de nivel medio, ¿cómo llegas a él?
Fui de las primeras que trabajaron con ese tema. Yo era docente en el Manuel Belgrano y tenía muy buena relación son los chicos. Sin embargo, veía que había algunos pasajes de discriminación entre ellos. Me dije: “Quiero hacer un trabajo para estudiar lo que pasa con esta problemática., pero sin hacerlo sobre el prejuicio, sino viendo cómo llegan todos juntos y al cabo de unos años hay grupos diferentes y cómo surgen las amistades. ¿Qué es lo que pasa? ¿Cómo hacen para rechazarse? ¿Qué es lo que ponen en juego para acercarse o para rechazar a otro?” Me parecía que abarcaba mis intereses y preocupaciones en la educación, que no pasan tanto por la cuestión didáctica sino por una cuestión socioantropológica. Con eso hice mi tesis de Maestría, que tuvo muy buen recibimiento. Unos profesores de la UBA se lo presentaron a Eudeba y se hizo conocido. Esta investigación fue tomada en muchos espacios educativos como modelo, no sólo por la temática y los resultados, sino también por la manera de trabajarla metodológicamente
La editorial de la Universidad de Buenos Aires editó el libro que lleva el mismo nombre de su tesis de Maestría en el año 2000 y ya lleva tres reimpresiones. Al mismo tiempo, Mónica dirigió varias tesis de grado, posgrado y proyectos de becarios, que trabajan sobre las relaciones sociales en la escuela media.
Te das cuenta que hay un círculo que se cierra. Ahora dirigís tesis de estudiantes que te tienen como referente en esa temática. Eso creo que ni te lo imaginabas.
No, en absoluto. He dirigido muchos trabajos en relación con este tema, pero siempre mirado desde el sujeto joven.
Por otro lado, en la gestión, Mónica fue secretaria de Ciencia y Técnica en la FFyH y directora del Centro de Investigaciones entre 2005 y 2008.
De acuerdo a tu experiencia, ¿para qué crees que sirve la investigación en Ciencias Sociales?
Hay resultados más inmediatos que brindan un conjunto de información que sirve para planificar, para generar políticas, para modificar situaciones o para posicionarse diferente. En mi caso, pensar en educación también es pensar en instituciones y en políticas. También sirve para concientizar a los sujetos del mismo sistema educativo, sobre ciertas realidades y para reflexionar sobre una serie de cuestiones que tenemos naturalizadas.
¿Cómo recordás tu paso por la dirección del Ciffyh?
Nunca me planteé ser Directora del Ciffyh. Antes estuve trabajando tres años como Secretaria de Ciencia y Técnica, donde aprendí mucho y asumí el desafío de transmitir todo eso que se había aprendido, al Ciffyh. Uno de los desafíos fue activar la investigación con mejores posibilidades para todas las áreas. Para eso fue necesario concursar la planta de investigadores y eso costó porque había investigadores que tenían como 15 años de trabajo sin concurso, con los aspectos negativos que ello conlleva, tanto para la institución como para los propios sujetos. Eso produjo mucho debate. Por otro lado, creemos que lo que se hace acá tiene que ser útil para pensar, tiene que salir al exterior y no puede quedar arrumbado en los cubículos. Otro desafío fue asociarnos a Conicet y jerarquizar la tarea del Ciffyh. Pensarlo como un lugar de trabajo fértil de los investigadores del Conicet junto con los de la casa, para que se potencie la investigación en Humanidades. Esas fueron algunas de las preocupaciones, algunas pudimos concretar y otras no, creo que como pasa en la mayor parte de las gestiones.